Abajo, a lo lejos, sonó la primera descarga de los ca?ones: andanadas de proa de los buques ingleses, que esperaban derribar algunos palos de los mercantes franceses con uno o dos disparos afortunados. No era probable que lo consiguieran, pero pondría a los hombres en la disposición de ánimo adecuada. A sus espaldas sonó un traqueteo y repiqueteo continuo cuando los fusileros recargaron. Todas las partes del arnés que tenía a la vista parecían en buen estado, no había rastro de sangre goteando y Temerario volaba bien. No había tiempo para preguntarle qué tal estaba, pues ya volvían a la carga, con Lily llevándolos de nuevo directos contra la formación enemiga.
Pero esta vez los franceses no ofrecieron resistencia. Por el contrario, los dragones se dispersaron. Al principio Laurence pensó que lo habían hecho a lo loco, pero después percibió lo bien que se habían distribuido. Cuatro de los dragones más peque?os se lanzaron hacia las alturas. El resto se dejó caer unos treinta metros, y de nuevo resultaba difícil distinguir a Accendare de los se?uelos.
Ya no había un blanco claro, y con los dragones que tenían encima su propia formación era peligrosamente vulnerable. ?Enfrentarse al enemigo más de cerca?, flameó la se?al en la espalda de Lily, indicándoles que podían dispersarse y combatir por separado. Temerario sabía leer las banderas tan bien como cualquier oficial de se?ales. Al momento se lanzó en picado contra el se?uelo que mostraba ara?azos ensangrentados, demasiado ansioso por completar su propio trabajo.
—?No, Temerario! —le avisó Laurence, que pretendía dirigirlo contra la propia Accendare, pero era demasiado tarde: dos de los dragones menores, ambos de la raza común Pêcheur-Rayé, volaban contra ellos desde ambos lados.
—?Preparados para repeler el abordaje! —gritó a sus espaldas el teniente Ferris, jefe de los lomeros. Dos de los suboficiales más robustos tomaron posiciones justo detrás de Laurence. él los miró por encima del hombro y apretó los labios. Aún le dolía estar tan protegido y se sentía como un cobarde escondiéndose detrás de otros, pero ningún dragón estaría dispuesto a combatir con una espada apoyada en la garganta de su capitán, así que tuvo que aguantarse.
Temerario se contentó con un zarpazo más en los hombros del se?uelo que huía y se retorció sobre sí mismo, girándose prácticamente en redondo. Sus perseguidores pasaron de largo y tuvieron que dar la vuelta. Con ello ganaron un minuto, más valioso que el oro en aquellos momentos. Laurence echó un vistazo al campo de batalla. Los dragones de combate ligero se movían con rapidez para defenderse de los ingleses, pero los más grandes estaban formando de nuevo en grupo cerrado y se mantenían a la altura del convoy.
Un destello de pólvora bajo ellos le llamó la atención; instantes después oyó el fino silbido de una bala de pimienta que subía desde los buques franceses. Uno de los miembros de su formación, Immortalis, había hecho un picado demasiado bajo persiguiendo a uno de los dragones enemigos. Por suerte, la puntería les falló a los franceses, el proyectil golpeó el hombro del dragón en vez de su rostro, y la mayor parte de la pimienta cayó inofensiva hacia el mar. Aun así, incluso el resto fue suficiente para hacer estornudar a la propia bestia, y con cada estornudo retrocedía diez veces su propia longitud.
—?Digby, suelte y marque esta altura! —ordenó Laurence. Era misión del vigía delantero de estribor avisar cuándo estaban al alcance de los ca?ones que había bajo ellos.
Digby cogió la peque?a bala de ca?ón, que tenía un agujero y estaba atada a la sonda de altura, y la arrojó sobre el hombro de Temerario. La fina cuerda de seda se fue desenrollando de entre sus dedos con las marcas anudadas cada cuarenta y cinco metros.
—Seis hasta la marca, diecisiete hasta el agua —dijo, contando a partir de la altura a la que se hallaba Immortalis, y después cortó la cuerda—. Alcance de los ca?ones de pólvora, quinientos metros, se?or —Digby se dedicó a atar la cuerda a otra bala, para estar listo cuando le ordenasen tomar la siguiente medición.
Era un alcance más corto de lo habitual. ?Estaban conteniéndose para tentar a los dragones más peligrosos a que bajaran, o acaso el viento acortaba sus disparos?
—Mantente a quinientos cincuenta metros de elevación, Temerario —le avisó Laurence. De momento, era mejor ser prudentes.
—Se?or, una se?al para nosotros. Debemos bajar hasta el flanco izquierdo de Maximus —le informó Turner.
No había forma inmediata de acercarse a él: los dos Pêcheurs habían vuelto y estaban intentando flanquear a Temerario para abordarlo con sus tripulantes, aunque volaban de una forma un tanto extra?a, sin mantener la línea recta.
—?Qué están tramando? —dijo Martin. La pregunta no tardó en contestarse sola en la mente de Laurence.