—Podemos conseguirlo —dijo, y gateó hacia abajo enseguida para organizar la operación, enganchando y soltando, con la habilidad que da la práctica, los mosquetones en las anillas repartidas a intervalos regulares desde el costado de Temerario hasta las redes de almacenaje que colgaban debajo de su vientre.
El resto de la formación ya estaba en posición cuando Temerario y Maximus subieron a ocupar sus puestos defensivos en la retaguardia. Laurence reparó en que el estandarte de jefe de la formación ondeaba en la espalda de Lily; eso significaba que, durante su ausencia, la capitana Harcourt había recibido al fin el mando. Laurence se alegró de aquel cambio: era difícil para el oficial de banderas tener que vigilar a un dragón en un flanco y a la vez mirar al frente, y los dragones siempre tendían por instinto a seguir al que iba delante sin importarles el orden de preferencia formal. Aun así, no podía dejar de sentirse raro al recibir órdenes de una chica de veinte a?os. Harcourt era aún una oficial muy joven, que había ascendido a toda prisa porque el huevo de Lily había eclosionado antes de lo esperado. Pero en la Fuerza Aérea la línea de mando tenía que seguir las habilidades de los dragones, y una dragona Largaria que escupía fuego era demasiado rara y valiosa para colocarla en cualquier otro lugar que no fuese el centro de la formación, aunque aquella variedad sólo aceptara mujeres como cuidadoras.
—Se?al del almirante: ?procedan a la reunión? —leyó Turner, el oficial de banderas. Momentos después apareció la se?al ?mantener formación unida?, y los dragones aceleraron y no tardaron en alcanzar su velocidad de crucero, diecisiete nudos. Para Temerario era un ritmo asequible, pero era lo más que los Tanatores Amarillos y el gigantesco Maximus podían mantener con comodidad durante un rato prolongado.
Pero en esa batalla se habían visto obligados a enviar a todos los dragones disponibles, incluso a los peque?os mensajeros, pues la mayoría de los animales de combate estaban en el sur, en Trafalgar. Hoy, la formación de Excidium y la capitana Roland ocupaba de nuevo su puesto en vanguardia, con diez dragones, el más peque?o de los cuales era un Tanator Amarillo de peso medio, y todos ellos volando en perfecto orden sin un solo aleteo a destiempo, una habilidad desarrollada tras largos a?os de volar juntos.
La formación de Lily no era tan impresionante por el momento: sólo había seis dragones volando detrás de ella. En el flanco y las posiciones de los extremos volaban bestias más peque?as y maniobrables, con oficiales más veteranos que podían compensar con más facilidad cualquier error que pudiera cometer Lily con su inexperiencia, o Maximus y Temerario en la línea de retaguardia. Mientras se acercaban, Laurence vio a Sutton, el capitán de Messoria, en el centro de la formación, volverse sobre la espalda de su montura para echar una mirada hacia atrás y cerciorarse de que todo iba bien con los dragones más jóvenes. Laurence levantó una mano en se?al de reconocimiento y vio que Berkley hacía lo mismo.
Divisaron las velas del convoy francés y de la flota del Canal mucho antes de que los dragones llegaran a su alcance. La escena que se desarrollaba bajo ellos poseía una especie de cualidad majestuosa: piezas de ajedrez ocupando sus sitios, con las naves inglesas avanzando con gran prisa hacia la gran aglomeración de mercantes franceses, más peque?os. En cada nave se veía un glorioso despliegue de velas blancas, y los colores británicos ondeaban entre ellos. Granby llegó trepando por la cincha del hombro hasta reunirse con Laurence.
—Ahora lo haremos bien, creo.
—Perfecto —respondió Laurence con aire ausente. Tenía la atención puesta en lo que alcanzaba a ver de la flota inglesa, asomándose por encima del hombro de Temerario y a través de su catalejo. La mayoría eran fragatas veloces, con una abigarrada colección de veleros más peque?os y un pu?ado de buques de sesenta y cuatro y setenta y cuatro ca?ones. La Armada no iba a arriesgar las naves más grandes de primera y segunda clase contra el dragón de fuego: era demasiado fácil que un solo ataque afortunado contra un navío de tres cubiertas cargado hasta arriba de pólvora lo hiciera estallar, llevándose por delante, de paso, a media docena de barcos menores.
—Todos a sus puestos, se?or Harley —ordenó Laurence al tiempo que se enderezaba.
El joven alférez se apresuró a mover al rojo la correa indicadora unida al arnés. Los fusileros apostados en la espalda de Temerario bajaron parcialmente por los costados del dragón mientras preparaban sus armas, a la vez que los demás lomeros se agachaban pistolas en mano.