Aterrizaron en la base de Dover entre el bullicio y el ajetreo de los preparativos: los encargados de arneses daban órdenes a voz en cuello a los equipos de tierra; el tintineo de los mosquetones y el grave sonido metálico de los sacos de bombas que les iban pasando a los ventreros; los fusileros al cargar sus armas; el áspero y agudo chirrido de las amoladeras al afilar las espadas. Una docena de dragones curiosos habían seguido el vuelo de Temerario, y muchos de ellos le saludaron a gritos cuando descendió. él les respondió lleno de emoción, recuperando el ánimo conforme el de Laurence se hundía.
Temerario se posó en tierra en el claro de Obversaria. Era uno de los más grandes de la base, como correspondía a su posición de dragona insignia; aunque, siendo una Largaria, su tama?o sólo era algo más que mediano y había sitio de sobra para que Temerario se reuniera con ella. Ya tenía los arneses puestos y su tripulación estaba embarcando. El propio almirante Lenton estaba junto a ella con todos los aparejos de volar, y tan sólo aguardaba a que sus oficiales embarcaran: en cuestión de minutos emprenderían el vuelo.
—?Se puede saber qué ha hecho? —preguntó Lenton antes de que Laurence se librara de la zarpa de Temerario—. Roland acaba de hablar conmigo, pero según me ha dicho, le aconsejó que no hiciera nada. ?Esto va a tener consecuencias muy graves!
—Se?or, siento haberle puesto en una situación insostenible —dijo Laurence con embarazo, tratando de pensar en una forma de explicar que Temerario se había negado a volver a Londres sin que pareciera estar buscando disculpas para él mismo.
—No, es culpa mía —a?adió Temerario, agachando la cabeza e intentando parecer avergonzado, sin mucho éxito: el brillo de satisfacción de sus ojos era demasiado evidente—. Yo me he llevado a Laurence. Ese hombre iba a arrestarle.
Sonaba claramente orgulloso de lo que había hecho. De pronto, Obversaria se inclinó sobre él y le golpeó en un lado de la cabeza, lo bastante fuerte para hacer que se tambaleara, aunque él era una vez y media más grande que ella. Temerario dio un respingo y la miró con gesto a la vez sorprendido y ofendido. Ella soltó un bufido y dijo:
—Ya eres mayorcito para volar con los ojos cerrados. Lenton, creo que ya estamos listos.
—Sí —dijo Lenton, bizqueando contra el sol para examinar su arnés—. No tengo tiempo para tratar con usted, Laurence. Esto tendrá que esperar.
—Claro, se?or. Le pido perdón —respondió Laurence con voz queda—. Por favor, no se retrase por nosotros. Con su permiso, nos quedaremos en el claro de Temerario hasta que vuelva.
Aunque la rega?ina de Obversaria le había acobardado, Temerario emitió un ruidito de protesta al oír esto.
—No, no, no hable como la gente de tierra —dijo Lenton en tono impaciente—. A menos que esté herido, un macho joven como éste no puede quedarse atrás y ver cómo parte su formación. Es el mismo pu?etero error que cometen ese Barham y todos los demás del Almirantazgo cada vez que el gobierno nombra a un nuevo responsable. Cuando por fin les metemos en la cabeza que los dragones no son bestias irracionales, empiezan a pensar que son iguales que los humanos y pretenden someterlos a la disciplina militar ordinaria.
Laurence abrió la boca para decir que Temerario no iba a desobedecer, y después de mirar a su alrededor la volvió a cerrar. El dragón estaba abriendo surcos en el suelo sin parar con sus grandes garras, tenía las alas parcialmente desplegadas y no le quería mirar a los ojos.
—Sí, así es —dijo Lenton en tono seco cuando vio que Laurence se callaba. Suspiró, se enderezó un poco y se apartó los escasos cabellos grises de la frente—. Si esos chinos quieren que vuelva y Temerario recibe alguna herida por luchar sin armadura ni tripulación, eso sólo empeorará las cosas —dijo—. Vamos, prepárelo. Hablaremos más tarde.
Laurence apenas podía encontrar palabras para expresar su gratitud, pero en cualquier caso eran innecesarias: Lenton ya había vuelto con Obversaria. Lo cierto era que no había tiempo que perder. Laurence le hizo una se?al con la mano a Temerario y corrió a pie a su claro de siempre, sin preocuparse de su dignidad. Le vinieron a la cabeza un montón de pensamientos dispersos y emocionados, y un gran alivio, por supuesto, ya que Temerario jamás habría aceptado quedarse atrás. Habrían dado una impresión espantosa si hubiera irrumpido en una batalla en contra de las órdenes. Estarían volando en un momento, y sin embargo sus circunstancias no habían cambiado en nada: ésta podía ser su última vez.
Muchos de sus tripulantes estaban sentados al aire libre, sacando brillo al equipo y engrasando en vano los arneses con aceite mientras fingían no contemplar el cielo. Estaban silenciosos y alicaídos, y al principio, cuando Laurence llegó corriendo al claro, se limitaron a mirarle fijamente.