Temerario II - El Trono de Jade

—?Puede ser una casualidad? —dijo Hammond—. Es posible que todos los Celestiales estén emparentados, ?pero hasta tal grado de parecido? Soy incapaz de distinguirlos.

 

—Nacimos de dos huevos gemelos —dijo Temerario, levantando la cabeza al escuchar aquello—. El huevo de Chuan fue el primero en ser incubado, y después el mío.

 

—Oh, cómo puedo ser tan tardo —dijo Hammond, y se dejó caer en el banco—. Laurence, Laurence… —un brillo interior pareció iluminar su semblante; estiró a tientas el brazo, palpó la mano de Laurence y la sacudió—. Pues claro, pues claro… No querían que otro príncipe pudiera convertirse en un rival para el trono, así que por eso enviaron lejos el huevo. ?Dios mío, qué alivio!

 

—Se?or, no puedo poner en duda sus conclusiones, pero no veo qué diferencia suponen en nuestra situación actual —dijo Laurence, sorprendido ante tal entusiasmo.

 

—?Es que no lo ve? —repuso Hammond—. Napoleón era sólo una excusa. Se trata de un emperador en el otro extremo del mundo, lo más alejado posible de la corte china, y todo este tiempo he estado preguntándome cómo ese diablo de De Guignes había conseguido aproximarse a ellos cuando a mí apenas me dejaban asomar la nariz fuera de la puerta. ?Ja! Los franceses no tienen ninguna alianza ni entendimiento real con los chinos.

 

—Eso sin duda es motivo para sentirse aliviado —admitió Laurence—, pero no me parece que el hecho de que no hayan tenido éxito mejore directamente nuestra posición. Es evidente que los chinos ahora han cambiado de opinión y desean que Temerario vuelva.

 

—?No!, ?es que no lo ve? El príncipe Mianning sigue teniendo todas las razones del mundo para querer que Temerario se vaya, ya que por su causa podría haber otro pretendiente con derecho al trono —dijo Hammond—. ?Oh, esto supone toda la diferencia del mundo! He estado dando palos de ciego en la oscuridad. Ahora tengo cierta idea de cuáles eran sus motivos, y hay muchas cosas más que están claras. ?Cuánto falta para que llegue la Allegiance? —preguntó de golpe sin apartar la vista de Laurence.

 

—Sé demasiado poco sobre las corrientes y los vientos predominantes en la bahía de Zhitao como para hacer un cálculo aproximado —dijo Laurence, perplejo—. Yo diría que por lo menos una semana.

 

—Ojalá Staunton estuviera aquí ya. Tengo mil preguntas y apenas respuestas —dijo Hammond—, pero al menos puedo sonsacarle algo más de información a Sun Kai. Espero que ahora sea un poco más franco. Voy a buscarle. Le ruego que me disculpe.

 

Hammond se dio la vuelta y entró de nuevo en la casa. Laurence le llamó unos segundos después:

 

—?Hammond, sus ropas! —tenía los calzones desabrochados en la rodilla y además estaban empapados de sangre, al igual que su camisa, por no hablar de las carreras de las medias: un espectáculo lamentable; pero era demasiado tarde, ya se había ido.

 

Laurence imaginó que nadie podía culparle por su aspecto, ya que los habían traído sin equipaje.

 

—Bueno, al menos se ha ido por un buen motivo. Y es un alivio saber que no existe ninguna alianza con Francia —le dijo a Temerario.

 

—Sí —respondió el dragón, sin gran entusiasmo. Llevaba todo el rato en silencio, enroscado en el jardín y rumiando sus pensamientos. Seguía agitando la punta de su cola a un lado y otro junto al borde del estanque más cercano, y salpicando las baldosas caldeadas por el sol con gotas gruesas y oscuras que se secaban casi al mismo tiempo que aparecían.

 

Aunque Hammond se había ido, Laurence, en vez de presionarle de inmediato para que le diera una explicación, se acercó y se sentó junto a su cabeza. En su fuero interno esperaba que Temerario hablara por propia voluntad y no hiciese falta interrogarlo.

 

—?El resto de mi tripulación está bien? —preguntó Temerario pasado un momento.

 

Laurence dijo:

 

—Siento mucho decírtelo, pero han matado a Willoughby. Aparte de eso, han sufrido unas cuantas heridas más, pero ninguna mortal, gracias a Dios.

 

Temerario se estremeció y su garganta emitió un sonido grave y quejumbroso.

 

—Debería haber venido. Si hubiera estado allí, nunca lo habrían hecho.

 

Laurence estaba callado, pensando en el pobre Willoughby, una inútil y terrible pérdida.

 

—Has hecho muy mal al no avisarnos —dijo finalmente—. No puedo culparte por la muerte de Willoughby. Le mataron al principio, antes de la hora en que normalmente habrías vuelto; y creo que no habría hecho las cosas de forma diferente si hubiese sabido que no ibas a volver, pero ciertamente has violado tu permiso.

 

Temerario emitió otro gemido de tristeza y dijo en voz baja:

 

—He fallado en el cumplimiento de mi deber, ?verdad? Entonces es culpa mía, y no hay nada más que a?adir.