Temerario II - El Trono de Jade

 

Sun Kai los encontró una hora más tarde, poco más vivos que muertos. Había entrado cautelosamente al patio desde el embarcadero con un peque?o destacamento de hombres armados, tal vez unos diez, vestidos con uniformes de guardias, al contrario que los miembros harapientos y desali?ados de la turba que los había atacado. Las hogueras humeantes se habían apagado solas por falta de combustible, y los ingleses estaban arrastrando los cadáveres para ponerlos a la sombra de modo que el olor de su descomposición no fuera tan horrible.

 

Estaban todos embotados y medio cegados por el cansancio, y eran incapaces de ofrecer resistencia. Laurence, que no podía explicarse la ausencia de Temerario y no tenía ni idea de qué hacer a continuación, se dejó conducir a la embarcación, y de ahí a un palanquín cerrado y mal ventilado cuyas cortinas cerraron al subir él. Se durmió instantáneamente sobre los cojines bordados, a pesar de los empujones y gritos que se oían conforme avanzaban, y no se enteró de nada más hasta que depositaron la litera en el suelo y le sacudieron para que se despertara.

 

—Entre —le dijo Sun Kai, y tiró de él hasta que se puso en pie. Hammond, Granby y los otros miembros de la tripulación salieron de otras sillas de sedán aparcadas tras la suya en un estado tan aturdido y apaleado como él. Sin pensar, Laurence siguió a Sun Kai escaleras arriba hasta entrar en un edificio cuyo interior estaba agradablemente fresco y olía a restos de incienso. Después atravesaron un estrecho vestíbulo y pasaron a una habitación que se asomaba a un patio con jardín. Al llegar allí Laurence se apresuró hacia el balcón y saltó la barandilla, que era más bien baja. Temerario estaba durmiendo enroscado sobre las piedras.

 

—?Temerario! —le llamó Laurence, y se acercó a él.

 

Sun Kai exclamó algo en chino, corrió tras él y le agarró por el brazo antes de que llegara a tocar el costado de Temerario. Después el dragón levantó la cabeza y los observó con curiosidad. Laurence lo miró de hito en hito. No era Temerario.

 

Sun Kai tiró de él para que se arrodillara en el suelo, mientras él mismo lo hacía. Laurence se lo sacudió de encima y con cierta dificultad consiguió mantener el equilibrio. Sólo entonces reparó en que había un hombre sentado en un banco; era joven, de unos veinte a?os, vestido con una elegante túnica de seda de color amarillo oscuro y bordada con dragones.

 

Hammond, que había seguido a Laurence, le agarró ahora de la manga.

 

—Por el amor de Dios, arrodíllese —susurró—. éste debe de ser Mianning, el príncipe heredero —a?adió, mientras él mismo clavaba ambas rodillas y pegaba la frente al suelo igual que estaba haciendo Sun Kai.

 

Laurence se les quedó mirando a ambos un tanto embobado, y luego se volvió hacia el hombre joven y dudó. Al fin, hizo una amplia reverencia doblando la cintura. Estaba mortalmente seguro de que no podía doblar una sola rodilla sin caer sobre ambas o, algo aún más ignominioso, sobre su propio rostro; y si aún no estaba dispuesto a realizar el kowtow ante el emperador, mucho menos ante el príncipe.

 

éste no pareció ofenderse; al contrario, le dijo algo en chino a Sun Kai, que se levantó muy despacio, al igual que Hammond.

 

—Dice que aquí podemos descansar a salvo —le explicó Hammond a Laurence—. Le ruego que le crea, se?or. No tiene ninguna necesidad de enga?arnos.

 

—?Le importa preguntarle por Temerario? —dijo Laurence. Hammond se quedó mirando al otro dragón sin comprender—. ése no es él —a?adió Laurence—. Es otro Celestial, no es Temerario.

 

Sun Kai dijo:

 

—Lung Tien Xiang está en aislamiento en el Pabellón de la Primavera Eterna. Un mensajero está esperando para llevarle recado en cuanto salga.

 

—?Está bien? —preguntó Laurence, sin molestarse en entender la lógica de aquello. Su preocupación más urgente era saber qué podía haber retenido a Temerario lejos de él.

 

—No hay motivo para pensar lo contrario —respondió Sun Kai, que parecía evasivo. Laurence no sabía cómo presionarle para averiguar más; estaba demasiado obtuso por el cansancio. Pero a Sun Kai le dio pena verle tan desconcertado y a?adió en tono más gentil—: Está bien. No podemos interrumpir su aislamiento, pero saldrá hoy, en algún momento, y cuando eso ocurra lo traeremos con usted.

 

Laurence seguía sin entender, pero no se le ocurría qué más podía hacer de momento.