Laurence se inclinaba a pensar que aquello era una broma, pero Hammond se quedó mirando a Liu Bao con una expresión muy diferente.
—Se?or, ?se tomarían en serio esa sugerencia?
Liu Bao se encogió de hombros y volvió a llenar de vino las copas.
—?Por qué no? El emperador ya tiene tres hijos para que celebren los ritos por él, por lo que no necesita adoptar a nadie, pero otro hijo no le haría da?o.
—?Pretende seguir adelante con esa idea? —le preguntó Laurence a Hammond con incredulidad mientras ambos caminaban haciendo eses hacia los palanquines que los aguardaban para volver al palacio.
—Si me da su permiso, ciertamente —repuso Hammond—. Sin duda es una idea fuera de lo común, pero al fin y al cabo todas las partes lo entenderían como una formalidad. De hecho —prosiguió, cada vez más entusiasmado—, creo que respondería a todos los posibles aspectos del problema. Seguro que no le declararían la guerra a la ligera a una nación unida a ellos por un lazo tan íntimo. Tan sólo imagine las ventajas para nuestro comercio de un vínculo así.
A Laurence le era más fácil imaginarse la reacción probable de su padre.
—Si cree que merece la pena seguir ese curso de acción, no se lo impediré —dijo a rega?adientes. No creía que el jarrón rojo que esperaba utilizar como una prenda de paz sirviera para arreglar las cosas si Lord Allendale llegaba a enterarse de que Laurence se había entregado en adopción como si fuera un expósito, ni aunque fuera al mismísimo emperador de China.
Capítulo 16
—Antes de que llegáramos la situación era más que apurada, puedo asegurárselo —dijo Riley mientras desayunaban, aceptando una taza de té con más entusiasmo del que había mostrado al coger el cuenco de gachas de arroz—. Nunca he visto nada igual: una flota de veinte naves con dos dragones de apoyo. Por supuesto que sólo eran juncos y no llegaban a la mitad del tama?o de una fragata, pero los barcos de la flota china no eran mucho mayores. No consigo imaginar qué pretendían hacer con todos esos piratas. La situación se les había ido de las manos.
—A mí me impresionó su almirante, sin embargo. Parecía un hombre muy racional —comentó Staunton—. A un hombre inferior no le habría gustado que le rescataran.
—De haber preferido que le hundieran habría sido un auténtico idiota —le corrigió Riley, menos generoso.
Los dos habían llegado esa misma ma?ana con un peque?o grupo de la Allegiance: se habían horrorizado ante la historia del ataque de la banda de asesinos y ahora estaban relatando las aventuras de su propia travesía por el Mar de China. Se habían encontrado con una escuadra china que intentaba someter a una enorme flota de piratas a una semana de Macao. éstos habían instalado su base en las islas Zhoushan para asaltar tanto a las naves locales como a los mercantes occidentales más peque?os.
—Evidentemente, cuando aparecimos ya no hubo apenas problemas —prosiguió Riley—. Los dragones piratas no tenían armamento (no se lo creerán, pero los tripulantes intentaron dispararnos flechas) ni tampoco sentido de la distancia. Hacían los picados tan bajos que era casi imposible no acertarlos con los mosquetes, y mucho menos con los ca?ones de pimienta. En cuanto los cataron un poco se largaron a toda velocidad, y hundimos tres barcos piratas con una simple andanada.
—?Comentó el almirante cómo iba a informar del incidente? —le preguntó Hammond a Staunton.
—Sólo puedo decirle que fue muy ceremonioso al expresar su gratitud. Subió a bordo de nuestra nave, lo que en mi opinión es una concesión por su parte.
—Y le dejamos que echara un buen vistazo a nuestros ca?ones —a?adió Riley—. Supongo que estaba más interesado en eso que en ser amable, pero en cualquier caso, le llevamos a puerto y después vinimos hacia aquí. Ahora la Allegiance está anclada en el puerto de Tien-sing. ?Hay alguna posibilidad de que nos vayamos pronto?
—No me gusta tentar al destino, pero lo dudo —dijo Hammond—. El emperador sigue de viaje en el norte en su cacería estival y no volverá al Palacio de Verano hasta dentro de varias semanas. En ese momento espero que nos conceda una audiencia formal. He estado tanteando esa idea de la adopción que le hemos explicado, se?or —a?adió, dirigiéndose a Staunton—. Hemos recibido un peque?o número de apoyos, no sólo del príncipe Mianning, y tengo muchas esperanzas de que el servicio que ustedes les acaban de prestar incline la balanza decisivamente a nuestro favor.
—?Hay algún problema en que la nave permanezca donde está? —preguntó Laurence, preocupado.
—De momento no, pero debo decir que las provisiones son más caras de lo que me esperaba —dijo Riley—. No tienen a la venta nada parecido a cecina y los precios que piden por el ganado son abusivos. Hemos estado alimentando a los hombres con pollo y pescado.