Temerario II - El Trono de Jade

El hombre, en medio de todos los demás que llevaban armas de atrezo, era el único que tenía las manos vacías y vestía ropas más sencillas. Al ver que su intento de esconderse entre ellos había fallado se dio la vuelta para huir, pero demasiado tarde: los miembros de la troupe salieron corriendo en todas direcciones mientras Temerario saltaba casi con torpeza al centro de la plaza.

 

El hombre chilló una sola vez cuando las zarpas de Temerario le atraparon y excavaron surcos mortalmente profundos en su cuerpo. El dragón arrojó el cadáver ensangrentado y roto al suelo. Por un momento se quedó casi encima de él como si lo estuviera empollando para asegurarse de que el hombre estaba muerto. Después irguió la cabeza y la volvió hacia Yongxing, ense?ó los dientes, siseó con un sonido asesino y se dirigió hacia él. Lien saltó instantáneamente y se colocó delante de Yongxing para protegerle; cuando Temerario tendió las garras, la dragona respondió con un golpe de su propia pata y gru?ó.

 

En respuesta, Temerario hinchó el pecho y su gorguera se dilató de una forma curiosa que Laurence no había visto nunca: los finos cuernos que la formaban se expandieron hacia fuera tirando de la membrana que los unía. En vez de retroceder, Lien bufó casi con desprecio y desplegó su propia gorguera pálida como un pergamino; las venas de sus ojos se hincharon de una forma espantosa y la dragona avanzó hacia la plaza para enfrentarse a él.

 

Al momento se produjo una estampida general para huir del patio. Los tambores, las campanas y las cuerdas punteadas montaron un ruido horrísono mientras el resto de los actores levantaban el campamento, arrastrando tras ellos sus instrumentos y sus disfraces. Los espectadores se recogieron los bordes de las túnicas y huyeron con un poco más de dignidad pero no menos rapidez.

 

—?Temerario, no! —gritó Laurence, comprendiendo demasiado tarde lo que pasaba. Todas las leyendas que hablaban de dragones combatiendo en estado salvaje terminaban invariablemente con la aniquilación de uno o de ambos, y la dragona blanca tenía más a?os y era más grande—. John, sáqueme esta maldita cosa —le dijo a Granby mientras luchaba por desatar el pa?uelo de lazo con la mano buena.

 

—Blythe, Martin, sujétenle los hombros —ordenó Granby. Después agarró el pu?al y lo sacó, haciendo rechinar la hoja contra el hueso. La sangre brotó a chorros durante un momento de vértigo, pero enseguida pusieron en la herida un tapón fabricado con sus propios pa?uelos y lo ataron con firmeza.

 

Temerario y Lien seguían mirándose el uno al otro, haciendo peque?as fintas a los lados, apenas un giro de la cabeza en cada dirección. No tenían demasiado espacio para maniobrar, ya que el escenario ocupaba gran parte del patio y las filas de asientos vacíos aún delimitaban los bordes. Sus ojos no se apartaban en ningún momento del adversario.

 

—Es inútil —dijo Granby en voz queda, mientras agarraba a Laurence por el hombro para ayudarle a levantarse—. Una vez que han empezado un duelo como éste, lo único que puede conseguir si intenta interponerse es que le maten, o distraer a Temerario de la batalla.

 

—Sí, muy bien —dijo Laurence en tono áspero y se quitó de encima las manos de sus hombres. Las piernas volvían a sostenerle, aunque tenía el estómago revuelto y hecho un nudo. El dolor no era tan malo que no pudiera resistirlo—. Apartaos de ellos —ordenó, volviéndose hacia su tripulación—. Granby, lleve a un grupo a la residencia y traiga nuestras armas por si ese tipo intenta usar a sus guardias contra Temerario.

 

Granby salió corriendo con Martin y Riggs, mientras los demás hombres saltaban sobre los asientos para apartarse del combate. La plaza estaba casi desierta salvo por unos cuantos curiosos con más valor que sentido común y por aquéllos más íntimamente involucrados. Qian observaba la lucha con una mirada que era a la vez de inquietud y desaprobación, y Mei estaba detrás de ella, a cierta distancia: se había retirado en la desbandada general y luego se había ido acercando poco a poco. El príncipe Mianning también se había quedado, aunque a una distancia prudencial; aun así, Chuan se removía inquieto, evidentemente afectado. Mianning le tocó el costado para tranquilizarlo y habló con sus guardias; éstos agarraron al joven príncipe Miankai y se lo llevaron a un lugar seguro pese a sus sonoras protestas. Yongxing observó cómo se llevaban al ni?o y asintió mirando a Mianning en un frío gesto de aprobación, aunque él mismo no se dignó a moverse del sitio.