Sacudiéndose las hojas del pelo y del cuello de la casaca, Laurence usó el brazo bueno para levantarse con torpeza de debajo de las ramas. En su frenesí, Temerario y Lien acababan de volcar una columna del escenario. Toda la grandiosa estructura empezó a ladearse y a inclinarse hacia el suelo grado a grado de una forma casi majestuosa. Era evidente que iba a caer hacia su propia destrucción, pero Mianning no buscó refugio. El príncipe se había acercado a Laurence tendiéndole una mano para levantarle y tal vez no había comprendido el auténtico peligro. Su dragón Chuan también estaba distraído, pues trataba de interponerse entre Mianning y el duelo.
Levantándose con un gran esfuerzo, Laurence consiguió tirar a Mianning al suelo al mismo tiempo que toda la estructura dorada y pintada se estrellaba contra las piedras del patio y se rompía en esquirlas de madera de un palmo de longitud. Laurence se agachó sobre el príncipe para escudarlos a ambos y se cubrió la nuca con el brazo bueno. Varias astillas se clavaron dolorosamente incluso a través del tejido acolchado de su gruesa casaca, una se le quedó hincada en el muslo donde sólo llevaba los pantalones y otra, afilada como una navaja, le rajó el cuero cabelludo por encima de la sien al pasar.
Laurence se levantó enjugándose la sangre de la mejilla cuando terminó aquella granizada mortal. Entonces vio cómo Yongxing se desplomaba con expresión atónita. Una enorme astilla puntiaguda le salía del ojo.
Temerario y Lien consiguieron desenredarse, se apartaron y se quedaron agazapados sin dejar de mirarse, gru?endo y agitando la cola con rabia. Temerario primero echó una rápida mirada de reojo hacia Yongxing, con la idea de intentar otro asalto, y se quedó tan sorprendido que dejó la pata delantera levantada en el aire. Lien rugió y saltó contra él, pero Temerario la esquivó en lugar de contraatacar, y en ese momento la dragona vio lo que había pasado.
Durante unos segundos se quedó completamente inmóvil: sólo los zarcillos de su gorguera se agitaban un poco bajo la brisa y finos hilillos de sangre negruzca goteaban por sus patas. Lien se acercó muy despacio al cuerpo de Yongxing, agachó la cabeza y le empujó un poco con el hocico, como si quisiera confirmar por sí misma lo que ya debería haber sabido.
No hubo ningún movimiento, ni siquiera un último espasmo del cuerpo, como Laurence había visto a veces en personas que habían muerto de repente. Yongxing yacía cuan largo era. El gesto de sorpresa había desaparecido con la relajación final de sus músculos y ahora su rostro era sereno y no sonreía. Tenía una mano extendida lejos del cuerpo y ligeramente abierta, y la otra cruzada sobre el pecho. Su túnica enjoyada aún brillaba a la chisporroteante luz de las antorchas. Nadie más se acercó. Los pocos guardias y sirvientes que no habían huido lo contemplaban todo acurrucados en los bordes del claro, mientras que los demás dragones guardaban silencio.
Lien no chilló, como Laurence se había temido, ni emitió ningún sonido en absoluto. Tampoco se volvió contra Temerario; en lugar de eso, usó las garras para limpiar con sumo cuidado las astillas que habían caído sobre la ropa de Yongxing, los trozos de madera rota y unas cuantas hojas de bambú desgarradas. Después, levantó el cuerpo con ambas patas, alzó el vuelo y se perdió silenciosamente en la oscuridad.
Capítulo 17
Laurence dio un tirón para librarse de las manos inquietas que no dejaban de pellizcarle, primero en una dirección y después en la otra, pero no había escapatoria, ni de dichas manos ni del incómodo peso de la túnica amarilla tejida con rígidos hilos verdes y dorados, y que aún pesaba más por las gemas incrustadas en los ojos de los dragones bordados por todas partes. Aquella carga le producía un dolor espantoso en el hombro, aunque ya había pasado una semana de la herida; y mientras los sastres se empe?aban en seguir moviéndole el brazo para ajustarle las mangas.
—?Todavía no está listo? —preguntó Hammond en tono impaciente, asomando la cabeza a la habitación. Después sermoneó a los sastres con una ráfaga de frases en chino, y Laurence cerró la boca para reprimir una exclamación cuando uno de ellos, con las prisas, le pinchó con la aguja.
—No creo que lleguemos tarde. ?No nos esperan a las dos? —preguntó Laurence, cometiendo el error de girarse para ver un reloj, lo que le valió recibir gritos de tres direcciones distintas.
—Cuando uno se va a reunir con el emperador se espera que llegue muchas horas antes, y en este caso es mejor pasarse de puntillosos que quedarse cortos —le explicó Hammond, apartando a un lado su propia túnica azul para pasar sobre un taburete—. ?Está seguro de que recuerda las frases y el orden en que debe pronunciarlas?