Temerario II - El Trono de Jade

Dándose la vuelta, le dijo a Sun Kai:

 

—Se?or, no me ha dicho usted adónde pensaba llevarme ni quiénes son esos asesinos ni de dónde los han enviado, y aún nos ha dado menos razones para que confiemos en usted. Hasta ahora nos ha enga?ado al ocultar que conocía nuestro idioma. No tengo la menor idea de por qué de pronto hace todo lo contrario, y después del tratamiento que hemos recibido no estoy de humor para ponerme en sus manos.

 

Hammond llegó con los otros hombres, con gesto de perplejidad. Se acercó para reunirse con Laurence y saludó a Sun Kai en chino.

 

—?Puedo preguntar qué está pasando? —exclamó en tono envarado.

 

—Sun Kai me ha dicho que va a producirse otro intento de asesinato —dijo Laurence—. A ver si usted puede sacarle algo más concreto. Mientras, debo asumir que nos van a atacar en breve y hacer planes. Sabe hablar perfectamente en inglés —a?adió—. No necesita recurrir al chino. —dejó a Sun Kai con Hammond, que estaba visiblemente atónito, y se reunió con Riggs y Granby en la entrada.

 

—Si perforáramos un par de agujeros en esta pared delantera, podríamos abatir a cualquiera que se acerque —dijo Riggs, dando golpecitos en el ladrillo—. En caso contrario, se?or, lo mejor será que levantemos una barricada en mitad de la sala y disparemos según vayan accediendo. Pero entonces no podremos poner a hombres con espadas en la entrada.

 

—Levante la barricada y ponga hombres en ella —ordenó Laurence—. Se?or Granby, bloquee la entrada lo mejor que pueda de manera que no puedan pasar más que tres o cuatro a la vez. Colocaremos al resto de los hombres a ambos lados de la puerta, fuera del área de fuego, y la defenderemos con pistolas y alfanjes entre andanada y andanada mientras el se?or Riggs y sus hombres recargan.

 

Granby y Riggs asintieron.

 

—Bien pensado, se?or —dijo Riggs—. Tenemos un par de fusiles de sobra. Nos vendría bien que nos ayudara en la barricada.

 

La sugerencia era bastante transparente y Laurence la recibió con el desprecio que merecía.

 

—úselos para hacer segundos disparos mientras sea posible. No podemos desperdiciar esas armas en manos de ningún hombre que no sea un fusilero entrenado.

 

Keynes entró casi tambaleándose bajo un cesto lleno de sábanas, sobre las que llevaba tres de las refinadas porcelanas que tenían en la residencia.

 

—Ustedes no son los pacientes a los que suelo tratar —dijo—, pero en cualquier caso sé cómo vendarlos y entablillarlos. Estaré en la parte trasera, junto al estanque, y he traído esto para echar agua —a?adió sarcástico, apuntando con la barbilla hacia los jarrones—. Supongo que cada uno puede llegar a valer cincuenta libras en una subasta, así que espero que eso les anime para no tirarlos al suelo.

 

—Roland, Dyer, ?a quién de ustedes se le da mejor recargar? —preguntó Laurence—. Muy bien, los dos ayudarán al se?or Riggs en las tres primeras andanadas, y luego Dyer ayudará al se?or Keynes y traerá y llevará los jarrones de agua cuando su tarea se lo permita.

 

—Laurence —dijo Granby en voz baja cuando los demás se fueron—, no veo se?al de todos esos guardias por ninguna parte, y siempre patrullan a esta hora. Alguien debe de haberlos retirado.

 

Laurence asintió en silencio y con un gesto le indicó que volviera al trabajo.

 

—Se?or Hammond, por favor, póngase detrás de la barricada —dijo cuando el diplomático se acercó a él, seguido por Sun Kai.

 

—Capitán Laurence, le ruego que me escuche —dijo Hammond en tono apremiante—. Es mucho mejor que nos vayamos con Sun Kai enseguida. Los atacantes que espera son jóvenes banderizos, miembros de las tribus tártaras que por culpa de la pobreza y el desempleo han entrado en una especie de banda local de forajidos, y puede que vengan en gran número.

 

—?Tendrán artillería? —preguntó Laurence, sin prestar atención a aquel intento de convencerle.

 

—?Ca?ones? No, claro que no. Ni siquiera tienen mosquetes —respondió Sun Kai—, pero ?qué importa eso? Pueden ser cien o quizá más, y he oído rumores de que entre ellos hay algunos que incluso han estudiado el shaolin quan[6] en secreto, aunque va contra la ley.

 

—Y algunos de ellos pueden ser parientes del emperador, aunque sea lejanos —a?adió Hammond—. Si matamos a alguno, pueden usarlo como pretexto para sentirse ofendidos y expulsarnos del país. ?Debe comprender que tenemos que marcharnos cuanto antes!