Temerario II - El Trono de Jade

—Como está dispuesto a creer que soy un embustero y un intrigante sin escrúpulos, no veo el menor interés en negar que vaya a hacer tal cosa —respondió Hammond, furioso y sofocado.

 

El diplomático se marchó de inmediato, dejando a Laurence aún enfadado, pero también avergonzado y consciente de que no había sido justo con él. él mismo habría dicho que aquello era motivo suficiente para un duelo. A la ma?ana siguiente, cuando vio desde el pabellón que Yongxing se iba con el chico y que, evidentemente, había acortado la visita al negársele el acceso a Temerario, se sintió tan culpable que intentó disculparse, pero sin ningún éxito: Hammond no lo aceptó.

 

—Ahora da igual si él se ha ofendido porque usted se ha negado a unirse a nosotros o si tiene usted razón sobre sus intenciones, ya no tiene importancia —le dijo en tono gélido—. Si me disculpa, tengo que escribir unas cartas —a?adió, y salió de la estancia.

 

Laurence renunció y fue a despedirse de Temerario. Lo único que consiguió fue renovar su tristeza y su culpa al ver en el dragón una emoción casi furtiva, una gran impaciencia por irse. Hammond no se equivocaba. Los halagos triviales de un chico no eran ningún peligro comparados con la compa?ía de Qian y los dragones Imperiales, sin importar cuán taimados fueran los motivos de Yongxing o cuán sinceros los de Qian. Tan sólo había menos excusas honradas para quejarse de los de ella.

 

Temerario iba a estar fuera bastantes horas, pero como la casa era peque?a y las habitaciones estaban separadas principalmente por mamparas de papel de arroz, la presencia irritada de Hammond era casi palpable en el interior, de modo que Laurence se quedó en el pabellón cuando el dragón se hubo ido, atendiendo a su correspondencia. Algo innecesario, ya que habían pasado ya cinco meses desde la última carta que recibió. No había sucedido gran cosa de interés desde el banquete de bienvenida, dos semanas antes, y no estaba dispuesto a escribir sobre su discusión con Hammond.

 

Se quedó adormilado sobre lo que estaba escribiendo, y despertó de golpe cuando casi se dio un coscorrón con Sun Kai, que se había inclinado sobre él y le estaba sacudiendo el hombro.

 

—?Capitán Laurence, tiene que despertarse! —le estaba diciendo.

 

Laurence respondió automáticamente.

 

—Le ruego que me disculpe. ?Qué pasa? —después se le quedó mirando. Sun Kai le había hablado en un inglés casi perfecto, con un acento que recordaba más al italiano que al chino—. ?Santo Dios! ?Lleva usted sabiendo hablar inglés todo este tiempo? —le preguntó. De golpe recordó todas las ocasiones en las que Sun Kai había estado en la cubierta de dragones lo bastante cerca para escuchar sus conversaciones, y ahora se descubría que había entendido todo lo que se decía.

 

—En este momento no hay tiempo para explicaciones —le atajó Sun Kai—. Debe venir conmigo enseguida. Unos hombres vienen para matarle, y también a todos sus compa?eros.

 

Eran cerca de las cinco de la tarde, y el lago y los árboles, enmarcados por las puertas del pabellón, se veían dorados a la luz del ocaso. En lo alto se oía cantar a los pájaros de vez en cuando desde las vigas donde habían construido sus nidos. El comentario, pronunciado en un tono completamente sereno, era tan ridículo que al principio Laurence no lo entendió, pero después se levantó furioso.

 

—No pienso ir a ninguna parte en respuesta a esa amenaza si no recibo más explicaciones —dijo, y levantó la voz—: ?Granby!

 

—?Va todo bien, se?or? —Blythe, que estaba llevando a cabo alguna tarea en el patio contiguo, asomó la cabeza dentro incluso antes de que Granby entrara corriendo.

 

—Se?or Granby, es evidente que esperamos un ataque —anunció Laurence—. Como esta casa no ofrece mucha seguridad, vamos a instalarnos en el pabellón peque?o que hay al sur, el que tiene una piscina dentro. Organice turnos de guardia, y que se pongan mechas nuevas a todas las pistolas.

 

—Muy bien —respondió Granby, y volvió a salir corriendo.

 

Blythe, con su habitual laconismo, recogió los alfanjes que había estado afilando y le ofreció uno a Laurence antes de envolver los demás y llevárselos al pabellón junto con la amoladera.

 

Sun Kai meneó la cabeza.

 

—Esto es una gran insensatez —dijo siguiendo a Laurence—. Una banda enorme de hunhun viene desde la ciudad. Tengo una barca esperando justo aquí, y todavía hay tiempo para que usted y sus hombres recojan todas sus cosas y se vengan conmigo.

 

Laurence inspeccionó la entrada del pabellón. Tal como recordaba, las columnas eran de piedra en vez de madera y medían más de medio metro de grosor, muy sólidas, y bajo la capa de pintura roja las paredes eran de ladrillo liso y gris. El techo era de madera, lo cual era una lástima, pero pensó que las tejas vidriadas no arderían tan fácilmente.

 

—Blythe, ?le importa colocar esas piedras que hay en el jardín para que el teniente Riggs y sus fusileros tengan un parapeto? Por favor, Willoughby, ayúdele usted. Gracias.