—Hay que tomar en cuenta muchas otras cosas —fue toda la respuesta que obtuvo ante esta propuesta.
Temerario y los dos Imperiales volvían ya de su paseo; era evidente que Temerario les había impuesto un paso más bien rápido. Al mismo tiempo, la dragona blanca pasó junto a ellos de vuelta a sus alojamientos. Yongxing andaba junto a ella y le hablaba en voz baja, con una mano apoyada sobre su costado en un gesto afectuoso. La dragona caminaba despacio para no dejar rezagado ni al príncipe ni a los diversos ayudantes que los seguían a rega?adientes, cargados con libros y grandes rollos de papel. Los Imperiales se apartaron un poco y esperaron a dejarles pasar antes de volver al pabellón.
—Qian, ?por qué tiene ese color? —preguntó Temerario, mirando de reojo a Lien mientras ésta se alejaba—. Tiene un aspecto muy extra?o.
—?Quién puede entender los designios del Cielo? —dijo Qian en tono severo—. No seas irrespetuoso. Lien es una gran erudita. Hace muchos a?os se convirtió en chuang-yuan, aunque al ser una Celestial no tuvo que hacer los exámenes[5]. Y también es tu prima mayor. Fue engendrada por Chu, que a su vez nació de Xian, como yo.
—Oh —dijo Temerario, avergonzado. Luego, preguntó con más timidez—: ?Quién era mi padre?
—Lung Qin Gao —respondió Qian, y retorció la cola. Aquel recuerdo parecía agradarla—. Es un dragón Imperial, y en este momento se encuentra en el sur, en Hangzhou. Su compa?ero es un príncipe de tercer rango y están visitando el Lago Oeste.
Laurence se sorprendió al saber que los Celestiales podían cruzarse con Imperiales. Pero cuando lo preguntó con ciertas dudas, Qian se lo confirmó:
—Así es como se mantiene nuestro linaje. No podemos aparearnos entre nosotros —dijo, y a?adió, sin darse cuenta de que estaba dejando aturdido a Laurence—. Ahora sólo quedamos yo misma y Lien, que somos hembras, el Abuelo y Chu, y aparte están Chuan, Ming y Zhi, y todos somos primos como mucho.
—?Sólo hay ocho en total? —Hammond le miró de hito en hito y se sentó confundido, y con razón.
—No sé cómo pueden seguir así para siempre —dijo Granby—. ?Están tan locos de reservarlos tan sólo para los emperadores aunque eso suponga poner en peligro todo el linaje?
—Evidentemente, de cuando en cuando de una pareja de Imperiales nace un Celestial —a?adió Laurence, entre bocado y bocado. Por fin se había sentado a cenar en su alcoba, terriblemente tarde: eran las siete y en el exterior había oscurecido; casi había reventado de tanto beber té para enga?ar al hambre durante aquella visita que había durado horas y horas—. Así es como nació el más viejo que vive aquí, y de él descienden todos los demás, remontándose cuatro o cinco generaciones.
—No puedo entenderlo —dijo Hammond, sin prestar atención al resto de la conversación—. Ocho Celestiales… ?Por qué demonios se les ocurrió mandarlo fuera de aquí? Seguramente, al menos para aparearlo… No, no puedo creerlo. No es posible que Bonaparte los haya impresionado tanto, no con noticias de segunda mano y con un continente de por medio. Debe haber algo más, algo que aún no he captado. Caballeros, espero que me disculpen —a?adió en tono distraído, y se levantó y los dejó solos.
Laurence terminó su cena sin demasiado apetito y dejó los palillos en la mesa.
—En cualquier caso, ella no ha dicho que no se quede con nosotros —Granby rompió el silencio, aunque en tono abatido.
Pasado un rato, Laurence dijo, más que nada por acallar sus propios pensamientos:
—Yo no podía ser tan egoísta como para intentar negarle el placer de conocer mejor a su propia raza o aprender más sobre su país de nacimiento.
—Al final eso son tonterías, Laurence —dijo Granby, tratando de consolarle—. Un dragón no se separará de su capitán ni por todas las joyas de Arabia ni por todos los terneros de la Cristiandad.
Laurence se levantó y se acercó a la ventana. Temerario se había enroscado para pasar la noche una vez más sobre las piedras caldeadas del patio. La luna había salido y era hermoso ver al dragón bajo su luz plateada, rodeado a ambos lados por las ramas de los árboles en flor y reflejado en el estanque con todas las escamas brillantes.
—Es verdad. Un dragón puede soportar casi todo antes de que lo separen de su capitán. Eso no quiere decir que un hombre honrado deba pedirle que lo soporte —musitó Laurence con un hilo de voz, y corrió la cortina.
Capítulo 14