El palacio concreto que buscaban se hallaba detrás de las murallas de la inmensa Ciudad Prohibida, y era fácil identificarlo desde arriba: había dos gigantescos pabellones para dragones a cada lado de un largo estanque, prácticamente cubierto de nenúfares que aún tenían las flores encerradas en los capullos. Unos puentes amplios y sólidos cruzaban sobre el agua trazando un arco elevado por motivos decorativos, y al sur había un patio con suelo de mármol blanco que ahora empezaba a rozar la primera luz del día.
El dragón de franjas amarillas aterrizó aquí y les hizo una reverencia con la que les pidió que lo siguieran. Mientras Temerario caminaba a su lado con paso silencioso, Laurence pudo ver que otros dragones se desperezaban a la luz de la ma?ana bajo los aleros de los dos grandes pabellones. Un Celestial ya anciano estaba saliendo con paso rígido del rincón sureste más alejado; tenía los tirabuzones de las fauces largos y caídos como bigotes. Su enorme gorguera estaba descolorida, y la piel era tan translúcida que el negro se veía te?ido de rojo por la carne y la sangre que había debajo. Un dragón de franjas amarillas le marcaba el ritmo con cuidado, empujándolo de vez en cuando con el hocico hacia el patio ba?ado por el sol. Los ojos del Celestial eran de un azul lechoso y sus pupilas apenas se veían bajo las cataratas.
También salieron unos cuantos dragones más. Había más Imperiales que Celestiales. Los primeros carecían de gorguera y tirabuzones y mostraban colores más variados: algunos eran negros como Temerario, pero otros eran de un azul oscuro, casi índigo. Todos eran muy oscuros, sin embargo, salvo Lien, que salió al mismo tiempo de un pabellón privado y separado de los demás, apartado entre los árboles, y acudió al estanque a beber. Con su piel blanca, parecía una aparición casi extraterrena entre los demás. Laurence pensó que era difícil culpar a nadie por sentir un temor supersticioso ante ella, y de hecho los demás dragones la esquivaban conscientemente. A cambio, ella los ignoró por completo, dio un gran bostezo mostrando su boca roja, meneó la cabeza con vigor para sacudirse las gotas de agua y después caminó hacia los jardines con solitaria dignidad.
La propia Qian los estaba esperando en uno de los pabellones centrales, flanqueada por dos dragones Imperiales de aspecto particularmente elegante; los tres estaban adornados con refinadas joyas. Qian inclinó la cabeza con cortesía y golpeó con una u?a una campana que tenía al lado para avisar a los criados. Los dragones que asistían a la ceremonia se movieron para hacer un sitio a Laurence y Temerario a la derecha de Qian, y los sirvientes humanos le trajeron al capitán un asiento cómodo. En vez de iniciar la conversación de inmediato, la dragona se?aló con un gesto hacia el lago. Sobre el agua, la línea de luz se desplazaba presta hacia el norte conforme el sol trepaba en el cielo y los nenúfares se estaban abriendo siguiendo este ritmo casi como en un ballet. Había literalmente miles de ellos, y el contraste entre el rosa vivo de la flor y el verde oscuro de las hojas era todo un espectáculo.
Cuando las últimas flores terminaron de desplegarse, los dragones golpearon las losas del suelo con las garras, un repiqueteo que era una especie de aplauso. Después trajeron una mesita para Laurence, y para los dragones grandes, cuencos de porcelana pintados de blanco y de azul, y les sirvieron a todos un té negro e intenso. Para sorpresa de Laurence, los dragones bebían con deleite, y llegaban al extremo de lamer las hojas del fondo de los cuencos. Al propio Laurence el sabor del té le pareció peculiar y muy fuerte: tenía casi aroma a carne ahumada, aunque en cualquier caso vació su taza educadamente. Temerario se bebió su infusión muy rápido y con entusiasmo, y después se sentó con una curiosa expresión de duda, como si estuviera intentado decidir si le había gustado o no.
—Habéis hecho un largo viaje —empezó Qian, dirigiéndose a Laurence. Un discreto sirviente se había puesto al lado de la dragona para traducir—. Espero que estés disfrutando de tu visita, pero me imagino que echarás de menos tu hogar.
—Un oficial que sirve al rey debe estar acostumbrado a ir donde se le ordene, se?ora —contestó Laurence, preguntándose si aquello era una sugerencia—. En total no he pasado más de seis meses en el hogar de mi familia desde que embarqué por primera vez, y en aquel entonces era un crío de doce a?os.
—Muy joven para ir tan lejos —dijo Qian—. Tu madre debió de sentir una gran inquietud.
—Ella tenía amistad con el capitán Mountjoy, a cuyas órdenes servía, y además conocíamos bien a su familia —le explicó Laurence, y aprovechó la oportunidad para a?adir—: Lamento que usted no tuviera esa misma ventaja cuando se separó de Temerario. Estaría encantado de satisfacerla en todo lo que pueda, aunque sea a posteriori.
Ella se volvió hacia los dragones que la acompa?aban.
—Mei y Shu pueden llevarse a Xiang para que contemple las flores más de cerca —dijo, usando el nombre chino de Temerario. Ambos Imperiales inclinaron sus cabezas y se incorporaron, esperando al Celestial. éste miró algo preocupado a Laurence y dijo:
—Desde aquí se ven bastante bonitas…
A Laurence también le ponía nervioso la perspectiva de una entrevista en solitario, pues no tenía demasiada idea de cómo complacer a Qian, pero se obligó a sonreír para Temerario y dijo: