Temerario II - El Trono de Jade

Era complicado rechazar aquella invitación, aunque a Laurence no le hacía ninguna gracia ver cómo a Temerario le tendían nuevos se?uelos.

 

Sun Kai asintió con gesto ecuánime.

 

—Ella también está impaciente por saber más de la situación de su vástago. Su opinión tiene mucho peso ante el Hijo del Cielo —dio un sorbo a su té y a?adió—: Tal vez quiera usted hablarle de su país y del respeto que Lung Tien Xiang se ha ganado allí.

 

Hammond tradujo esto y después a?adió, lo bastante rápido para que Sun Kai creyera que formaba parte de la traducción de sus propias palabras:

 

—Se?or, confío en que vea que ésta es la pista más clara que puede dar dentro de lo tolerable. Debe usted hacer todo lo que pueda por granjearse su favor.

 

—En primer lugar, no entiendo por qué Sun Kai querría darme ningún consejo —dijo Laurence cuando el embajador los dejó solos de nuevo—. Siempre ha sido bastante educado, pero nadie diría de él que haya sido amistoso.

 

—Bueno, tampoco es un gran consejo —dijo Granby—. Sólo le ha sugerido que le diga a esa dragona que Temerario es feliz. Sí, es algo que suena educado, pero seguro que se le habría ocurrido a usted solo.

 

—Cierto, pero sin él no habríamos sabido valorar en tan alto grado lo importante que es darle una buena impresión ni habríamos pensado que esa reunión tuviese alguna relevancia particular —dijo Hammond—. No. Para ser un diplomático, ha dicho mucho. Sospecho que todo lo que podía decir sin comprometerse abiertamente con nosotros. Esto es muy alentador —a?adió con un optimismo, en opinión de Laurence, excesivo y probablemente nacido de su frustración. Había escrito hasta cinco veces a los ministros del emperador solicitando una reunión en la que pudiera presentar sus credenciales. Le habían devuelto todas las notas sin abrir, y cuando requirió salir de la isla para ver a los escasos occidentales que había en la ciudad, la respuesta había sido una rotunda negativa.

 

—No puede ser muy maternal si estuvo de acuerdo en que lo enviaran tan lejos —le dijo Laurence a Granby a la ma?ana siguiente, poco después del amanecer.

 

Estaba aprovechando la primera luz para inspeccionar su mejor casaca y sus pantalones, que por la noche había sacado fuera para airearlos. Su pa?uelo necesitaba un planchado, y tenía la impresión de haber visto unos hilos sueltos en su mejor camisa.

 

—Normalmente no suelen serlo, ya sabe —comentó Granby—. O al menos, no lo son después de la eclosión, aunque cuando ponen los huevos al principio se comportan con ellos como gallinas cluecas. No es que no les importen, pero al fin y al cabo una cría de dragón puede arrancarle la cabeza a una cabra cinco minutos después de romper el cascarón, así que no necesita cuidados maternos. Eh, deme eso. Soy incapaz de planchar sin quemar la ropa, pero sí sé hacer un zurcido —dijo, quitándole la camisa y la aguja para arreglarle el pu?o.

 

—Aun así, estoy seguro de que a ella no le gustaría ver que le cuidan mal —repuso Laurence—. El caso es que me sorprende que su opinión tenga tanto peso ante el emperador. Yo creí que si habían enviado lejos un huevo de Celestial era porque pertenecía a un linaje inferior. Gracias, Dyer, déjela ahí —dijo cuando el joven mensajero entró con la plancha caliente que traía de la estufa.

 

Tras adecentarse lo mejor posible, Laurence se reunió con Temerario en el patio. El dragón con franjas había vuelto para escoltarlos. El trayecto fue muy corto, pero curioso. Volaban tan bajo que podían distinguir los peque?os macizos de hiedras y enredaderas que habían conseguido aposentarse en las losas amarillas de los tejados de los edificios palaciegos, y también el color de las joyas que adornaban los sombreros de los mandarines mientras éstos recorrían los enormes patios y pasajes que se extendían bajo ellos, ya atareados pese a lo temprano de la hora.