Pero, exageraciones pintorescas aparte, daba la impresión de haber descrito con precisión la política de la nación. Cuando llegaba la hora de hacer una leva, se exigía que cada cabeza de familia sirviera en persona o enviara a un hijo en su lugar. Dado que a las chicas se las valoraba mucho menos que a los chicos, se habían convertido en la elección preferida para cumplir con esa cuota siempre que era posible. Y como sólo podían servir en la Fuerza Aérea, habían llegado a dominar esa rama del ejército hasta que al final se había convertido en exclusivamente femenina.
El relato de esta leyenda, aderezado con un recitado de su versión tradicional en verso, de la que Laurence sospechaba que debía de perder muchos matices en la traducción, los acompa?ó mientras cruzaban la puerta y recorrían cierta extensión de la avenida, hasta llegar a una amplia plaza gris algo apartada de la calle y llena de ni?os y crías de dragón. Los chicos estaban sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, y tras ellos los dragones estaban enroscados. Todos juntos, en una extra?a mezcla de voces infantiles y tonos dragontinos más retumbantes, contestaban como loros lo que les decía desde un estrado un maestro humano que leía en voz alta de un gran libro y después de cada frase hacía una se?al a los estudiantes para que la repitieran.
Zhao Wei hizo un gesto con la mano abarcándolos.
—Querían ustedes ver nuestras escuelas. ésta es una clase nueva, claro. Tan sólo están empezando a estudiar las Analectas.
En su fuero interno, a Laurence le chocaba la idea de hacer estudiar a los dragones y someterlos a exámenes escritos.
—No parecen emparejados —dijo, estudiando al grupo. Cuando Zhao Wei le miró inexpresivo, Laurence se explicó—: Quiero decir que los chicos no están sentados con sus propias crías, y la verdad es que parecen tener pocos a?os para ellas.
—Oh, esos dragones son demasiado jóvenes, así que aún no han escogido cuidador —dijo Zhao Wei—. No tienen más que unas cuantas semanas. Estarán preparados para elegir cuando hayan vivido quince meses, y los chicos serán mayores.
Laurence se frenó, sorprendido, y se dio la vuelta para mirar de nuevo a las crías. Siempre había oído que a los dragones había que domesticarlos directamente cuando salían del huevo para evitar que se hicieran salvajes y huyeran a los bosques, pero el ejemplo chino contradecía aquello de raíz. Temerario dijo:
—Deben de sentirse muy solos. A mí no me habría gustado estar sin Laurence cuando salí del huevo —bajó la cabeza y empujó a Laurence con el hocico—. Además, debe de ser muy cansado tener que cazar todo el rato por tu cuenta cuando acabas de eclosionar. Yo siempre tenía hambre —a?adió, más prosaico.
—Por supuesto, las crías no cazan por su cuenta —repuso Zhao Wei—. Tienen que estudiar. Hay dragones que cuidan los huevos y alimentan a los jóvenes. Es mucho mejor que tener a una persona que lo haga. De lo contrario, el joven dragón no podría evitar encari?arse antes de tener la sabiduría necesaria para juzgar bien el carácter y las virtudes del compa?ero propuesto.
Era un comentario intencionado, desde luego, y Laurence contestó con frialdad:
—Supongo que eso puede ser un problema si ustedes no tienen tan regulada la forma en que debe elegirse a los hombres destinados a esa misión. Entre nosotros, desde luego, lo normal es que un hombre sirva muchos a?os en la Fuerza Aérea antes de que se le considere digno de ser presentado ante un huevo de dragón. En tales circunstancias, me parece que un compromiso temprano como el que usted critica puede plantar los cimientos para un afecto más profundo y duradero, y también más gratificante para ambas partes.