Temerario II - El Trono de Jade

—?Pasa algo malo? —le preguntó Laurence en voz baja. A través del portal alcanzaba a ver una gran multitud de humanos y dragones en el patio que había al otro lado. Era obvio que se iba a celebrar algún tipo de ceremonia.

 

—Quieren que tú bajes y pases por una de las dos puertas peque?as, y que yo atraviese la grande —respondió Temerario—, pero no pienso dejarte solo. Además, me parece una tontería tener tres puertas que llevan al mismo sitio.

 

Laurence, desesperado, habría querido recurrir al consejo de Hammond o al de cualquier otra persona. El dragón de las franjas y su jinete estaban tan desorientados como él por la obstinación de Temerario, y Laurence se descubrió mirando al otro hombre y encontrando en su rostro idéntico gesto de perplejidad. Los dragones y los soldados que formaban bajo el portal seguían tan disciplinados e inmóviles como estatuas, pero conforme pasaron los minutos, la multitud que se había congregado al otro lado se dio cuenta de que algo iba mal. Un hombre vestido con túnica azul de ricos bordados acudió a toda prisa por el corredor lateral y habló con el dragón de las franjas y su jinete; después miró con recelo a Laurence y Temerario y se apresuró a volver al otro lado.

 

Se desató un murmullo de conversaciones cuyos ecos resonaron bajo el portal. Después se interrumpió de repente, la gente que había al otro lado se movió a ambos lados abriendo un pasillo y una dragona cruzó la puerta central hacia ellos. Su color, un negro lustroso, se parecía mucho al de Temerario, y el azul oscuro de sus ojos y las marcas de sus alas también eran las mismas. Tenía, además, una gran gorguera negra y translúcida que se desplegaba entre los cuernos carmesí. Era otra Celestial. Se detuvo ante ellos y habló con voz grave y retumbante. Laurence sintió que el dragón se ponía rígido y después temblaba, levantando lentamente su propia gorguera. Por fin, le dijo en voz baja e insegura:

 

—Laurence, ella es Lung Tien Qian, mi madre.

 

 

 

 

 

Capítulo 13

 

 

Laurence se enteró más tarde por Hammond de que el paso a través de la puerta central estaba reservado para uso exclusivo de la familia imperial, dragones de esa raza y también Celestiales, de ahí su negativa a permitir que el propio Laurence la cruzara. Sin embargo, en aquel momento Qian se limitó a conducir a Temerario sobre la puerta en un corto vuelo que terminó en el patio central, cortando así con limpieza el nudo gordiano.

 

Resuelto el problema de la etiqueta, los llevaron a todos a un gigantesco banquete que se celebró en el mayor de los pabellones para dragones, donde ya los esperaban dos mesas. La propia Qian se sentó presidiendo la primera, con Temerario a su izquierda y Yongxing y Lien a su derecha. A Laurence le hicieron sentarse a cierta distancia, frente a Hammond, con varios asientos de por medio entre ellos y la cabecera. Al resto de los ingleses los acomodaron en la segunda mesa. Laurence pensó que sería poco diplomático protestar. La separación entre ellos no llegaba siquiera a la longitud de la sala, y en cualquier caso Temerario tenía puesta toda su atención en otra cosa. Estaba hablando con su madre con aire tímido, casi sobrecogido, algo que no era muy propio de él. Qian era más grande y sus escamas translúcidas revelaban una gran edad, así como sus majestuosos modales. No llevaba arnés, pero a cambio tenía la gorguera adornada con enormes topacios amarillos pegados a las espinas, y un collar enga?osamente frágil de oro con filigranas, tachonado con más topacios y con grandes perlas.

 

Ante los dragones pusieron gigantescas bandejas de cobre, cada una con un ciervo asado entero. Los cuernos estaban intactos, y habían clavado en ellos unas naranjas que despedían un aroma nada desagradable para el olfato humano; habían rellenado sus estómagos con una mezcla de nueces y bayas de un color rojo chillón. A los humanos se les sirvió una secuencia de ocho platos, más peque?os aunque no menos elaborados. Después de las deprimentes comidas que habían sufrido a lo largo del viaje, incluso aquel exótico ágape fue bienvenido.

 

Laurence había asumido que no podría hablar con nadie donde estaba sentado, a no ser que lo hiciera a gritos con Hammond al otro lado de la mesa, ya que, por lo que podía ver, no había ningún traductor presente. A su izquierda se sentaba un mandarín muy anciano que llevaba un sombrero con una joya perlina en lo alto y una pluma de pavo real colgada de su impresionante coleta; ésta seguía siendo negra en su mayor parte pese a la cantidad de arrugas que le surcaban el rostro. Estaba concentrado en comer y beber, y en ningún momento intentó dirigirse a Laurence. Cuando el vecino del otro lado se inclinó para gritarle en la oreja, Laurence se dio cuenta de que el hombre estaba sordo como una tapia, amén de no saber hablar inglés.