Después de estas tensiones al inicio del viaje, el propio vuelo de aquella larga jornada fue tranquilo, salvo alguna que otra ocasión en que el estómago de Laurence daba un vuelco cuando Temerario bajaba en picado para examinar más de cerca el suelo. El pectoral no se quedaba del todo inmóvil durante el vuelo y era mucho más inestable que el arnés. Temerario era bastante más rápido y resistente que los otros dos dragones y podía alcanzarlos con facilidad aunque de cuando en cuando se demorara media hora para contemplar el paisaje. Para Laurence, la característica más llamativa era la exuberancia de la población. Era raro que sobrevolaran alguna extensión de tierra que no estuviera cultivada de alguna manera, y todas las masas de agua con cierto caudal estaban abarrotadas de barcas que iban y venían en ambas direcciones. Y, por supuesto, la auténtica inmensidad de aquel país: viajaban desde por la ma?ana hasta por la noche, con sólo una pausa para comer a mediodía, y los días eran largos.
Tras dos jornadas de viaje, aquella extensión casi inacabable de vastas llanuras ocupadas por campos de arroz y regadas por numerosos ríos dio paso a las colinas, que poco a poco se elevaron hasta convertirse en monta?as. Había pueblos y aldeas de diferentes tama?os repartidos por aquel paisaje, y de cuando en cuando, si Temerario bajaba lo suficiente para que lo reconocieran como un Celestial, la gente que trabajaba en los campos interrumpía su labor con el fin de contemplar su vuelo. Laurence al principio pensó que el Yangtze era otro lago; un lago de tama?o respetable, pero no extraordinario, de un kilómetro y medio de ancho y con sus orillas este y oeste ba?adas por una fina llovizna gris. Sólo cuando estuvieron justo encima de él pudo ver que aquel enorme río se extendía sin límites y también contempló la lenta procesión de juncos que aparecían entre la niebla y volvían a esfumarse en ella.
Tras pasar dos noches en poblaciones más peque?as, Laurence había empezado a creer que su primer alojamiento era un caso insólito, pero la residencia de aquella noche en la ciudad de Wuchang hizo que la otra pareciera insignificante: ocho grandes pabellones dispuestos en forma octogonal, unidos por viviendas cerradas y más estrechas y construidos alrededor de un espacio que merecía el nombre de parque más que el de jardín. Al principio Roland y Dyer intentaron contar los dragones que había allí, pero se rindieron al llegar a treinta, pues en ese momento un grupo de peque?os dragones púrpura aterrizó y convirtió el pabellón en un remolino de alas y colas que se movían demasiado rápido y eran demasiado numerosos para contarlos.
Temerario se adormeció. Laurence dejó a un lado su cuenco: otra aburrida cena de arroz y verduras. La mayoría de los hombres estaba ya dormida, acurrucada en sus mantos, y el resto guardaba silencio. La lluvia seguía cayendo en una cortina constante que levantaba nubes de vapor más allá de las paredes del pabellón, y los chorros que rebosaban por los canalones del tejado alicatado repicaban al golpear el suelo. En las laderas del valle fluvial, apenas visibles, peque?as balizas amarillas ardían en el interior de cobertizos sin paredes para se?alar el camino a los dragones que volaban por la noche. En los pabellones vecinos se oía el suave eco de las profundas respiraciones de las criaturas, y a lo lejos un grito penetrante se oyó con claridad pese a la sordina que ponía el peso de la lluvia.
Yongxing había pasado todas las noches anteriores apartado del resto de la compa?ía, en unos aposentos privados; pero ahora salió de su aislamiento y se quedó en el borde del pabellón contemplado el valle: un momento después la llamada se repitió, más cercana. Temerario levantó la cabeza para escuchar, erizando la gorguera que rodeaba su cuello en gesto de alerta. Después, Laurence escuchó el familiar crujido de cuero de las alas, y el descenso de una fantasmal sombra blanca que parecía fundirse con la lluvia plateada disipó la niebla y el vapor que cubrían las piedras del suelo. La dragona plegó sus grandes alas blancas y vino caminando hacia ellos, haciendo chirriar las losas con sus garras. Los sirvientes que iban y venían entre los pabellones se apresuraron a apartarse, evitando su mirada, pero Yongxing bajó las escaleras a pesar de lluvia, y ella bajó hacia él su enorme cabeza rodeada por una ancha gorguera y pronunció su nombre con voz clara y dulce.
—?Es otra Celestial? —le preguntó Temerario, en voz baja e indecisa.