Temerario II - El Trono de Jade

—Estoy seguro de que será muy instructiva para Temerario y el capitán Laurence —se apresuró a decir Hammond antes de que a Laurence le diera tiempo a tomar aire—. De hecho, se?or, ha sido usted muy amable al proporcionar un traje local al capitán Laurence para que no se vea acosado por una excesiva curiosidad.

 

Sólo en ese momento reparó Zhao Wei en la vestimenta de Laurence, con una expresión que dejaba bien claro que él no tenía nada que ver, pero aceptó su derrota con talante razonablemente bueno. Tan sólo dijo, con una peque?a inclinación de cabeza:

 

—Espero que esté listo para salir en breve, capitán.

 

—?Y podemos pasear por la ciudad? —preguntó emocionado Temerario mientras lo lavaban y restregaban después del desayuno. Tendió sus patas delanteras con las garras extendidas para que se las frotaran vigorosamente con agua caliente. Incluso sus dientes recibieron el mismo tratamiento: una joven criada se metió dentro de su boca para cepillarle los de atrás.

 

—Desde luego —dijo Zhao Wei, mostrando una perplejidad sincera ante la pregunta.

 

—Tal vez puedas ver algún campo de entrenamiento de dragones, si es que hay alguno en los límites de la ciudad —sugirió Hammond, que los había acompa?ado fuera del pabellón—. Seguro que lo encuentras muy interesante, Temerario.

 

—?Claro que sí! —respondió éste. Su gorguera enhiesta estaba casi temblando.

 

Hammond dirigió una mirada de complicidad a Laurence que éste prefirió ignorar por completo. No tenía muchas ganas de jugar a los espías ni de prolongar la visita, por interesantes que pudieran ser las vistas.

 

—?Estás listo, Temerario? —preguntó.

 

Los llevaron hasta la orilla en una barcaza lujosa pero poco manejable que basculaba insegura bajo el peso de Temerario incluso en las mansas aguas de aquel diminuto lago. Laurence se quedó cerca del timón y vigiló al inepto piloto con mirada crítica y severa; de buen grado le habría quitado el mando de la embarcación. Emplearon en recorrer la escasa distancia que había hasta la orilla el doble del tiempo necesario. Habían relevado de sus tareas de patrulla en la isla a una nutrida escolta de guardias armados para que los acompa?aran en la excursión. La mayoría se desplegó por delante para abrirles paso por las calles, pero diez de ellos se quedaron detrás de Laurence, empujándose unos a otros en una especie de apretada formación que parecía un muro humano para bloquearle y evitar que se apartara del camino.

 

Zhao Wei los llevó por otro de aquellos elaborados portales rojos y dorados; éste se abría en un muro fortificado y conducía a una avenida muy ancha. Estaba vigilado por guardias uniformados con la librea imperial, así como por dos dragones que también llevaban sus arreos: uno, de la variedad roja que ya les era tan familiar, y otro un espécimen verde brillante con marcas rojas. Sus capitanes estaban sentados tomando té bajo un toldo. El día era caluroso, por lo que se habían quitado los jubones acolchados, y podía apreciarse que ambos eran mujeres.

 

—Ya veo que también tienen capitanas —le dijo Laurence a Zhao Wei—. ?Es que sirven con unas razas determinadas?

 

—Las mujeres son cuidadoras de los dragones que entran en el ejército —respondió Zhao Wei—. Naturalmente, sólo las razas inferiores eligen ese tipo de trabajo. Ese verde de ahí es un Cristal Esmeralda. Son demasiado tardos y perezosos para hacerlo bien en los exámenes, y en cuanto a los Flor Escarlata, les gusta demasiado combatir, así que no sirven para nada más.

 

—?Quiere usted decir que en su Fuerza Aérea sólo sirven mujeres? —preguntó Laurence, convencido de que no lo había entendido bien. Sin embargo, Zhao Wei asintió—. Pero ?qué motivo hay para esa política? Seguro que no les piden a las mujeres que sirvan en la Infantería ni en la Marina —protestó Laurence.

 

Como su consternación era evidente, Zhao Wei, que tal vez se sentía en la obligación de defender las peculiares prácticas de su país, procedió a narrarle la leyenda en que se basaban. La habían adornado, por supuesto, con detalles románticos. Supuestamente, una chica se había disfrazado de hombre para luchar en lugar de su padre, se había convertido en cuidadora de un dragón militar y había salvado al Imperio al vencer una gran batalla. Por consiguiente, el emperador de aquella época había decretado que las chicas podían servir con dragones.