Sin una palabra

—?Eh! —exclamé mientras me arrastraban hacia la puerta trasera del cuatro por cuatro—. No podéis hacer esto. ?Dejadme en paz! ?No podéis ir arrastrando a la gente por la calle!

 

Me lanzaron dentro del vehículo y me quedé tumbado en el suelo del asiento de atrás. Rubito se sentó delante, y Calvito se metió detrás, con una bota sobre mi espalda para que no me moviera. Desde esa posición pude ver con el rabillo del ojo a un tercer hombre al volante.

 

—?Sabes lo que he pensado que iba a decir por un segundo? —preguntó Calvito a su colega.

 

—?Qué?

 

—Creía que iba a decir: ?Soltadme?.

 

Ambos empezaron a reír a carcajadas.

 

Y el caso es que eso era exactamente lo que yo iba a decir.

 

 

 

 

 

Capítulo 33

 

 

Como profesor de instituto, no tenía mucha experiencia en lidiar con matones que te agarraban en medio de la calle frente a una cafetería y te lanzaban a la parte de atrás de un cuatro por cuatro.

 

Poco a poco me di cuenta de que nadie tenía mucho interés en escuchar lo que yo tenía que decir.

 

—Mirad —dije desde el suelo del asiento trasero—, esto tiene que ser un error.

 

Intenté darme ligeramente la vuelta, para poder al menos echar un vistazo al tipo calvo que me aplastaba con su bota.

 

—Cierra la jodida boca —replicó él, mirándome.

 

—Lo único que digo —continué— es que no soy la clase de tipo en el que podríais estar interesados. No os deseo ningún mal. ?Quién creéis que soy? ?El miembro de alguna banda? Soy un profesor.

 

Desde el asiento delantero, Rúbito dijo:

 

—Yo odiaba a todos mis putos profesores. Eso es suficiente para llevarte con nosotros.

 

—Lo siento, sé que hay muchos profesores de mierda por ahí, pero lo que intento explicaros es que yo no tengo nada que ver…

 

Calvito suspiró, se abrió la chaqueta, sacó un arma que no era la pistola más grande del mundo, pero que desde mi posición en el suelo parecía un ca?ón, y me apuntó a la cabeza.

 

—Si tengo que dispararte en el coche mi jefe se va a cabrear mucho cuando vea la sangre, los huesos y la materia gris desparramados por la tapicería; pero cuando le cuente que no cerrabas tu puta boca como te habíamos pedido, creo que lo entenderá.

 

Me callé.

 

No hacía falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que todo aquello tenía algo que ver con el hecho de haber estado preguntando por ahí sobre Vince Fleming. Quizás alguno de los tipos de la barra del Mike's había hecho una llamada. Quizás el camarero había telefoneado al taller de carrocerías antes incluso de que yo llegara allí, y alguien se había puesto en contacto con esos dos matones para que descubrieran por qué quería ver a Vince Fleming.

 

Pero el hecho es que nadie me había preguntado absolutamente nada sobre eso.

 

A lo mejor no les importaba. Quizá ya era suficiente con que yo hubiera preguntado. Si andabas preguntando por Vince Fleming, acababas en la parte trasera de un cuatro por cuatro y nadie te volvía a ver nunca más.

 

Empecé a pensar en una forma de escapar. Eran tres tipos grandes contra mí. A juzgar por el peso extra que soportaban alrededor de la cintura quizá no eran los tíos más en forma de Milford, pero ?cuan en forma tenías que estar cuando ibas armado? Si uno de ellos tenía un arma, parecía razonable asumir que los otros también.

 

?Podría hacerme con la pistola de Calvito, dispararle, abrir la puerta y saltar de un coche en marcha?

 

Ni en un millón de a?os.

 

Calvito aún tenía el arma en la mano, que descansaba sobre la rodilla. La otra pierna seguía apoyada sobre mí. Rubito y el conductor estaban hablando de algo que no estaba relacionado conmigo, sino con el partido de béisbol de la noche anterior. Entonces Rubito dijo: —?Qué co?o es esto?

 

—Un CD —explicó el conductor.

 

—Ya veo que es un CD; pero supongo que no irás a ponerlo.

 

—Yo diría que sí.

 

Oí el ruido característico de un CD al cargarse en el reproductor del salpicadero.

 

—No me lo puedo creer —dijo Rubito.

 

—?Qué? —dijo Calvito desde el asiento de atrás.

 

Antes de que nadie pudiera decir nada, la música empezó a sonar. Se oyó una introducción instrumental, y entonces…

 

—Why do birds suddenly appear… every time… you are near?

 

—No me jodas —dijo Calvito—. ?Los jodidos Carpenters?

 

—?Eh! —exclamó el conductor—. Iros a la mierda. Yo crecí escuchando esto.

 

—Dios —dijo Rubito—. La tía que canta, ?no es la que no comía nada?

 

—Sí —confirmó el conductor—. Tenía anorexia.

 

—Esa gente —terció Calvito— debería tomarse una jodida hamburguesa o algo así.