Sin una palabra

Sin una palabra by Linwood Barclay

 

 

 

 

 

Para mi mujer, Neetha

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

Mayo de 1983

 

Cuando Cynthia despertó, la casa estaba tan silenciosa que pensó que debía de ser sábado.

 

Ojalá hubiera sido así.

 

Si alguna vez había necesitado que fuera sábado, que fuera cualquier día menos un día de escuela, era ése precisamente. Tenía el estómago revuelto y la cabeza le pesaba como un bloque de cemento: le costaba un gran esfuerzo mantenerla sobre los hombros.

 

Por todos los santos, ?qué demonios había en la papelera al lado de la cama? Ni siquiera recordaba haber vomitado la noche anterior, pero si hacía falta alguna evidencia, allí estaba.

 

Tenía que solucionar eso en primer lugar, antes de que sus padres entraran en la habitación. Cynthia se puso en pie, se tambaleó un poco, cogió la papelera de plástico con una mano y entreabrió la puerta con la otra. No había nadie en el pasillo, así que pasó por delante de las puertas abiertas de la habitación de su hermano y de sus padres, y se deslizó en el ba?o, cerrando el pestillo tras ella.

 

Vació la papelera en el lavabo, la limpió en la ba?era y se miró con cara de sue?o en el espejo. ?Así que ése era el aspecto que tenía una chica de catorce a?os cuando se emborrachaba?, pensó.

 

No era una visión muy agradable. Apenas recordaba lo que le había hecho beber Vince el día antes, algo que había cogido de su casa: un par de latas de cerveza, vodka, ginebra y una botella abierta de vino. Ella había prometido llevar ron de su padre, pero al final no se había atrevido.

 

Algo la inquietaba. Algo relacionado con las habitaciones.

 

Cynthia se lavó la cara con agua fría y se secó con una toalla. Después respiró hondo e intentó recobrar la compostura por si su madre la estaba esperando al otro lado de la puerta.

 

Pero no estaba allí.

 

Cynthia volvió a su dormitorio, cuyas paredes estaban cubiertas de pósteres de Kiss y otros grupos satánicos que ponían de los nervios a sus padres, mientras sentía la moqueta bajo los dedos de sus pies. Mientras caminaba, echó un vistazo a la habitación de su hermano y luego a la de sus padres. Las camas estaban hechas. Su madre no solía subir a hacerlas hasta media ma?ana (Todd nunca se hacía la suya, y su madre no le obligaba), pero ahí estaban, como si nadie hubiera dormido en ellas.

 

Cynthia sintió una oleada de pánico. ?Se había levantado demasiado tarde para llegar a la escuela? ?Qué hora era?

 

Desde donde ella se encontraba podía ver el despertador de Todd en su mesita de noche. Sólo eran las ocho menos diez; disponía de media hora antes de tener que salir de casa para llegar a la escuela a primera hora.

 

La casa estaba en calma.

 

Normalmente, a esa hora solía oír a sus padres abajo en la cocina. Incluso aunque no hablaran entre ellos, lo que sucedía a menudo, se escuchaban los ruidos sordos de la puerta de la nevera al abrirse y cerrarse, la espátula rascando el fondo de la sartén, el agua cayendo sobre los platos en la pila, alguien, normalmente su padre, pasando las páginas del periódico de la ma?ana, gru?endo por alguna noticia que le irritaba.

 

Qué extra?o.

 

Entró en su habitación y cerró la puerta. Se dijo a sí misma que debía arreglarse; bajar a desayunar como si nada hubiera sucedido; como si no hubiera habido un intercambio de gritos la noche anterior, como si su padre no la hubiera sacado del coche de su novio, bastante mayor que ella, y la hubiese arrastrado a casa.

 

Observó el libro de texto de matemáticas de noveno curso que se hallaba sobre la libreta, encima de su escritorio. Sólo había logrado resolver la mitad de los ejercicios antes de salir la noche anterior, cuando se enga?ó diciéndose a sí misma que si se levantaba pronto podría acabarlos por la ma?ana.

 

A aquella hora de la ma?ana Todd solía estar haciendo ruido. Entraba y salía del ba?o, ponía Led Zeppelin en la cadena de música, gritaba por las escaleras preguntándole a su madre dónde estaban sus pantalones o eructaba ante la puerta de Cynthia.

 

No recordaba que él hubiera dicho nada acerca de ir al colegio más pronto, pero ?por qué iba a contárselo precisamente a ella? No iban juntos muy a menudo. Para él, su hermana era una pringada de noveno curso, aunque ella estaba dando lo mejor de sí para meterse en tantos líos como él. Ya vería cuando le contara que se había emborrachado de verdad por primera vez. O mejor no: seguramente él se chivaría cuando cayera en desgracia y necesitara marcarse un punto.

 

Muy bien; así que quizá Todd se había ido más pronto a la escuela, pero ?dónde estaban sus padres?

 

Tal vez su padre se había marchado en uno de sus viajes de negocios antes de que saliera el sol. Siempre estaba de viaje; era imposible seguirle la pista. ?Qué lástima que no hubiera estado fuera la noche anterior!