Sin una palabra

Había intentado por todos los medios mantenerme en segundo plano desde que Cynthia y yo habíamos llegado. El director del colegio en el que trabajaba, que también era mi mejor amigo, Rolly Carruthers, sabía lo importante que era para ella hacer aquel programa de televisión, y había conseguido un profesor sustituto para dar mis clases de inglés y escritura creativa. Cynthia se había tomado el día libre en Pamela's, la tienda de ropa en la que trabajaba, y de camino habíamos dejado a nuestra hija de ocho a?os, Grace, en la escuela. A Grace le habría gustado ver cómo trabajaba el equipo, pero su iniciación en el mundo de la producción televisiva no iba a formar parte de la tragedia de su propia madre.

 

Los productores habían pagado a la gente que ahora vivía en la casa, una pareja jubilada que se había mudado allí desde Hartford una década antes para estar más cerca de su barco en la bahía de Milford, para que pasaran el día fuera, de modo que ellos pudieran moverse por el lugar con total libertad. El equipo de rodaje se había dedicado a quitar los adornos y las fotos de las paredes en un intento de que la casa tuviera, si no el mismo aspecto que cuando Cynthia vivía allí, al menos un aire lo más impersonal posible.

 

Antes de que los due?os partieran para pasar el día navegando, habían dicho algunas palabras frente a las cámaras, en el jardín delantero.

 

Marido: ?Es difícil imaginar lo que pudo ocurrir aquí, en esta casa, en aquella época. A veces te preguntas si los descuartizaron a todos en el sótano o algo por el estilo?.

 

Mujer: ?Hay momentos en los que me parece oír voces, ?sabe? Como si sus fantasmas anduvieran todavía por la casa. A veces, estoy sentada a la mesa de la cocina y de repente noto un escalofrío, como si la madre o el padre, o el chico, acabaran de pasar?.

 

Marido: ?Cuando compramos la casa ni siquiera sabíamos lo que había sucedido aquí. Alguien se la había comprado a la chica y luego nos la vendió a nosotros, pero cuando descubrí lo que había ocurrido busqué información en la biblioteca de Milford y no puedes más que preguntarte: ?por qué se libró ella? Parece un poco extra?o, ?no??.

 

Cynthia, que lo observaba todo desde uno de los camiones del equipo, había gritado:

 

—?Disculpe! ?Qué se supone que quiere decir eso?

 

Uno de los miembros del equipo se había dado la vuelta y la había hecho callar, pero Cynthia no se había dado por aludida.

 

—Ni se te ocurra hacerme callar —dijo. Y luego le gritó al marido—: ?Qué está insinuando?

 

El hombre había mirado a su alrededor, sobresaltado. No debía de tener ni la menor idea de que la persona de la que estaba hablando se encontraba de hecho allí. Mientras, la productora de cola de caballo había cogido a Cynthia del codo y la había acompa?ado con amabilidad pero con firmeza a la parte trasera del camión.

 

—?Qué gilipollez es ésta? —había preguntado Cynthia—. ?Qué intenta decir?, ?que yo tuve algo que ver con la desaparición de mi familia? Ya he tenido que aguantar mierda como ésta durante mucho…

 

—No le hagas caso —le dijo la productora.

 

—Dijiste que el objetivo de todo esto era ayudarme —replicó Cynthia—; ayudarme a descubrir lo que les sucedió. Es la única razón por la que accedí a hacerlo. ?Vas a emitir eso? ?Lo que ha dicho el tipo? ?Qué va a pensar la gente cuando le oiga?

 

—No te preocupes por eso —le había asegurado la productora—. No vamos a usarlo.

 

Debían de haberse asustado al pensar que Cynthia iba a largarse en ese preciso momento, antes de que hubieran filmado ni una sola toma de ella, así que hubo un montón de palabras tranquilizadoras, cameladoras, promesas de que cuando el programa se emitiera seguro que lo vería alguien que supiera algo. Eso solía ocurrir, dijeron. Habían resuelto un montón de casos abiertos en todo el país gracias al programa.

 

Una vez hubieron convencido de nuevo a Cynthia de que sus intenciones eran honradas, y los viejos imbéciles que vivían en la casa se hubieron largado, el espectáculo continuó.

 

Yo seguí a dos cámaras dentro de la casa, y luego me aparté mientras ellos se colocaban para captar la expresión de aprensión y déjà vu de Cynthia desde diferentes ángulos. Me imaginé que antes de que el programa se emitiera por la tele habría un montón de trabajo de edición; quizá darían a la imagen una textura granulada y escarbarían en su caja de trucos para dar más dramatismo a un suceso que los productores de televisión de las décadas anteriores hubieran encontrado suficientemente dramático de por sí.