De hecho, Cynthia había organizado sus horarios en Pam's para poder estar en casa cada ma?ana y asegurarse de que Grace llegaba bien a la escuela. El sue?o de Cynthia nunca había sido trabajar en una tienda de ropa femenina cuya due?a era su mejor amiga del instituto, pero le permitía tener un horario reducido y así podía estar en casa a la hora en que terminaban las clases. Como concesión a Grace, no la esperaba a la puerta de la escuela sino abajo, en la calle. Desde allí Cynthia podía ver el edificio, y no tardaba mucho en distinguir a nuestra hija, que a menudo llevaba cola de caballo, entre la multitud. Había intentado convencer a Grace de que la saludara para así poder recogerla aún antes, pero ésta se había mostrado firme a la hora de negarse.
El problema aparecía cuando algún profesor les pedía que se quedaran después de que sonara el timbre. Podía ser por un castigo general, o porque tenía que darles algunas instrucciones de última hora sobre sus deberes. Grace se quedaba allí sentada mientras su pánico iba en aumento, no porque su madre se fuera a preocupar, sino porque eso podía significar que, preocupada por el retraso, ésta entrara en el edificio y la buscara por todas partes.
—Además, se me ha roto el telescopio —dijo Grace.
—?Qué significa que se te ha roto?
—Los chismes que sujetan la parte del telescopio con el pie están sueltos. Lo he arreglado, más o menos, pero lo más probable es que vuelva a romperse.
—Le echaré un vistazo.
—Tengo que estar atenta a los asteroides asesinos —aseveró Grace—. No voy a poder verlos si el telescopio está roto.
—Muy bien —le contesté—. Ya lo miraré.
—?Sabes que si un asteroide chocara con la Tierra sería como si explotaran un millón de bombas nucleares?
—No creo que sean tantas —repliqué—. Pero ya te entiendo: sería algo realmente malo.
—Para no tener pesadillas en las que un asteroide choca contra la Tierra, antes de irme a la cama he de comprobar que ninguno se acerca.
Asentí. La verdad es que no le habíamos comprado exactamente el telescopio más caro del mercado; se trataba más bien de uno de los más sencillitos. No era sólo que no quisiéramos gastarnos una fortuna en algo que ni siquiera sabíamos si iba a interesar a nuestra hija: la verdad es que no teníamos mucho dinero para malgastar.
—?Y qué pasa con mamá? —preguntó Grace.
—?Qué pasa con qué?
—?Tiene que acompa?arme a la escuela?
—Hablaré con ella —le contesté.
—?Hablar con quién? —preguntó Cynthia al tiempo que entraba en la cocina.
Aquella ma?ana tenía buen aspecto. De hecho, estaba guapa. Era una mujer de bandera y nunca me cansaba de mirar sus ojos verdes, los pómulos pronunciados, el salvaje cabello rojo. Ya no lo llevaba tan largo como cuando la conocí, pero producía el mismo efecto. La gente piensa que hace mucho ejercicio, pero yo creo que es la ansiedad lo que la ayuda a mantener la línea. La preocupación le hace quemar calorías. No practica jogging, no está apuntada a ningún gimnasio. Tampoco podría permitírselo.
Como ya he dicho antes, yo soy profesor de inglés en un instituto, y Cynthia trabaja en el negocio de la venta al por menor, aunque tiene una licenciatura en Trabajo Social y había trabajado en su especialidad durante un tiempo. Así que no estamos exactamente montados en el dólar. Tenemos esta casa, lo bastante grande para nosotros tres, en un vecindario modesto que está sólo a unas manzanas de donde creció Cynthia. No sería raro imaginar que ésta habría querido poner tierra por medio entre ella y esa casa, pero yo creo que quería quedarse en la zona por si alguien regresaba y quería ponerse en contacto con ella.
Nuestros coches tienen los dos más de diez a?os, y nuestras vacaciones son sencillas: cada a?o le alquilamos a mi tío una caba?a cerca de Montpelier durante una semana, y hace tres a?os, cuando Grace tenía cinco, hicimos un viaje a Disney World; pasamos la noche fuera del parque, en un motel barato en Orlando en el que se oía, a las dos de la ma?ana, a un tipo en la habitación de al lado diciéndole a su chica que tuviera cuidado, que le hacía da?o con los dientes.
Pero pese a todo tenemos, o eso creo yo, una buena vida, y somos más o menos felices. La mayoría de días.
Las noches, a veces, pueden ser duras.
—La profesora de Grace —dije, improvisando una mentira sobre con quién quería Grace que hablara.
—?Para qué tienes que hablar con la profesora de Grace? —preguntó Cynthia.
—Le estaba diciendo que debería ir a la próxima reunión de padres y hablar con ella, con la se?orita Enders —expliqué—. A la última fuiste tú, porque yo tenía una reunión de padres la misma noche. Parece que siempre pasa lo mismo.
—Es muy simpática —dijo Cynthia—. Creo que es mucho más simpática que la profesora del a?o pasado, ?cómo se llamaba?… Se?orita Phelps. Tenía bastante mal humor.
—Yo la odiaba —coincidió Grace—. Nos hacía pasar horas a la pata coja cuando nos portábamos mal.
—Me tengo que ir —intervine yo, bebiendo un sorbo de café—. Cyn, creo que necesitamos una cafetera nueva.
—Las iré a ver —respondió Cynthia.
Al levantarme de la mesa me lanzó una mirada desesperada.
—Terry, ?has visto la llave extra?
—?Eh? —dije yo.
Cynthia se?aló el clavo vacío en la pared, en la parte interior de la puerta de la cocina que daba a nuestro peque?o jardín trasero.
—?Dónde está?
Era la que usábamos cuando íbamos a dar un paseo hacia el estuario y no queríamos llevar un llavero lleno de mandos a distancia de coche y de llaves del trabajo.