Sin una palabra

Ahora sentía que había sido demasiado brusco.

 

—No ha sido mi intención comportarme como un gilipollas —me excusé—; es sólo que parecías un poco… ya sabes, susceptible.

 

Estuvimos de acuerdo en que ella había sido susceptible y yo un gilipollas, y de algún modo terminamos tomando un té en un bar del campus, donde Cynthia me explicó que vivía con su tía cuando no estaba en la universidad.

 

—Tess está bastante bien —me contó—. Está divorciada y no tiene ni?os, así que cuando me mudé allí después de lo que pasó con mi familia puse su mundo patas arriba. Pero a ella le pareció bien. Claro que, ?qué podía hacer? Y a su manera ella también estaba viviendo una tragedia: su hermana, su cu?ado y su sobrino habían desaparecido de repente.

 

—?Y qué pasó con tu casa, donde vivías con tus padres y tu hermano?

 

ése era yo, don pragmático. La familia de la chica desaparece y yo le salgo con una pregunta inmobiliaria.

 

—No podía vivir allí sola —respondió Cynthia—. Y además nadie podía hacerse cargo de la hipoteca, así que cuando vieron que no podían encontrar a mi familia el banco se quedó la casa; luego se metieron unos abogados por en medio y todo el dinero que mis padres habían invertido fue a parar a uno de esos fideicomisos, pero apenas si habían empezado a pagar la hipoteca, o sea que… Y ahora ha pasado tanto tiempo que creen que están todos muertos, ?entiendes? Legalmente, aunque en realidad no lo estén.

 

Puso los ojos en blanco e hizo una mueca.

 

—Así que la tía Tess me ha pagado los estudios. Bueno, yo he tenido trabajos de verano y cosas así, pero eso no cubre mucho. La verdad es que no sé cómo se las ha arreglado para criarme y pagar mi educación. Debe de estar hasta las cejas de deudas, pero nunca se queja.

 

—Vaya —dije yo, y tomé un sorbo de café.

 

Y Cynthia, por primera vez, sonrió.

 

—Vaya —repitió—. ?Eso es todo lo que tienes que decir, Terry? ?Vaya? —Tan deprisa como había aparecido, la sonrisa desapareció—. Lo siento. No sé qué es lo que espero que diga la gente. No sé qué co?o diría yo si estuviera sentada en el otro lado de la mesa.

 

—No sé cómo lo soportas —dije.

 

Cynthia dio un sorbo a su té.

 

—Algunos días lo único que quiero es suicidarme, ?sabes? Y entonces pienso, ?y si aparecen al día siguiente? —Volvió a sonreír—. Eso sí que sería una mala jugada del destino, ?eh?

 

La sonrisa se desvaneció de nuevo, como si se la hubiera llevado una suave brisa.

 

Un mechón de su cabello pelirrojo le cayó sobre los ojos, y ella se lo colocó detrás de la oreja.

 

—La cosa es —continuó— que podrían estar muertos y que no hubieran tenido ocasión de despedirse de mí. O podría ser que estuvieran vivos, y les diera igual. —Miró por la ventana—. No sé cuál de las dos opciones es peor.

 

Estuvimos un minuto en silencio. Finalmente Cynthia se decidió a decir:

 

—Eres bueno. Si saliera con alguien, seguramente saldría con alguien como tú.

 

—Si te sientes desesperada —le dije— ya sabes dónde encontrarme.

 

Volvió a mirar por la ventana a los estudiantes que pasaban, y por un momento fue como si estuviera muy lejos.

 

—A veces —me dijo— me parece ver a alguno de ellos.

 

—?Qué quieres decir? —pregunté—, ?como si vieras un fantasma o algo así?

 

—No, no —replicó, mirando aún hacia fuera—. Más bien veo a alguien y creo que es mi padre o mi madre. Puede ser desde atrás. Puede que esa persona tenga algo, el modo en que mueve la cabeza o su forma de andar, que me resulta familiar, y creo que son ellos. O bueno, a lo mejor veo a un chico, quizás uno o dos a?os mayor que yo, que tiene el mismo aspecto que podría tener mi hermano siete a?os después. Mis padres deberían tener aún más o menos el mismo aspecto, ?no? Pero mi hermano podría estar totalmente diferente, pero aun así habría algo en él que seguiría siendo igual, ?verdad?

 

—Supongo —respondí.

 

—Así que veo a alguien así y corro tras él, me paro enfrente o quizá le agarro por el brazo y entonces se da la vuelta y puedo mirarlo bien. —Apartó la mirada de la ventana y la bajó a su taza de té, como si buscara allí la respuesta—. Pero nunca son ellos.

 

—Supongo que algún día dejarás de hacer eso —dije.

 

—El día que sean ellos —replicó Cynthia.