No había duda de que a su hermana Tess no consiguió ganársela. No tenía muy buena opinión del hecho de que el trabajo de Clayton le hiciera pasar la mitad de su vida lejos de casa, dejando a Patricia criar sola a sus hijos durante tanto tiempo. Pero él los mantenía y era bastante decente, y su amor por Patricia parecía profundo y genuino.
Antes de conocer a Clayton, Patricia Bigge trabajaba en una parafarmacia en Milford, en la calle North Broad, con vistas al parque y justo un poco más abajo de la vieja biblioteca, de cuya extensa colección de música a veces tomaba en préstamo discos clásicos. Reponía los estantes, cobraba en caja y ayudaba al farmacéutico, pero sólo con las cosas más básicas. No tenía la formación adecuada, y sabía que debería haber asistido más a la escuela, aprender algo útil, lo que fuera; pero lo más importante era salir al mundo exterior y lograr mantenerse por sí misma. Lo mismo ocurría con su hermana Tess, que trabajaba en una fábrica en Bridgeport que manufacturaba componentes para radios.
Clayton entró un día en la parafarmacia para comprarse una barrita de Mars.
A Patricia le gustaba decir que si su marido no hubiera tenido un antojo de Mars aquel día de julio de 1967, mientras pasaba por Milford en un viaje de trabajo, las cosas habrían sido muy distintas.
Y a Patricia le parecía que habían ido bien. Fue un noviazgo rápido, y al cabo de unas semanas de estar casados se quedó embarazada de Todd. Clayton encontró una casa asequible en Hickory, justo al lado de la calle Pumpkin Delight y muy cerca de la playa y el estuario de Long Island. Quería que su mujer y su hijo tuvieran un hogar decente en el que vivir mientras él estaba de viaje. Era responsable de ventas del área que se extendía entre Nueva York y Chicago y hacia arriba, hacia Buffalo, en una empresa de lubricantes industriales y otros suministros para tiendas de maquinaria. Tenía muchos clientes y siempre estaba ocupado.
Un par de a?os después de que naciera Todd, llegó Cynthia.
Pensaba en todo esto mientras conducía hacia el instituto Old Fairfield. Siempre que so?aba despierto a menudo descubría que lo hacía sobre el pasado de mi mujer, los a?os en que creció, los miembros de su familia que nunca había conocido y a los que seguramente nunca llegaría a conocer.
Quizá si hubiera tenido la oportunidad de pasar algún tiempo con ellos, habría conocido mejor algunas facetas de la personalidad de Cynthia. Aunque lo cierto era que la mujer a la que conocía y amaba estaba más modelada por lo que le había pasado desde que perdió a su familia —o desde que su familia la había perdido a ella— que por lo que le había ocurrido antes.
Entré en la tienda de donuts para pedirme un café, y me resistí a la tentación de comprarme un Donet relleno de limón mientras esperaba. Me estaba llevando el café hacia la escuela, con una cartera llena de trabajos de los alumnos colgada del hombro, cuando vi a Roland Carruthers, el director y probablemente mi mejor amigo en la escuela.
—Rolly —dije.
—?Dónde está el mío? —preguntó él se?alando con la cabeza hacia el vaso de plástico en mi mano.
—Si te haces cargo de mi clase de primera hora voy allí y te traigo uno.
—Si me hago cargo de tu clase de primera hora necesitaré algo más fuerte que un café.
—No están tan mal.
—Son unos salvajes —replicó Rolly sin esbozar siquiera una sonrisa.
—Ni siquiera sabes qué clase tengo a primera hora ni quién hay en ella —le dije.
—Si son estudiantes de esta escuela, entonces son unos salvajes —insistió Rolly, con la misma expresión imperturbable.
—?Qué hay de Jane Scavullo? —pregunté.
Se trataba de una estudiante de mi clase de escritura creativa, una chica problemática con una familia desestructurada, de la que lo más suave que podían decir los que estaban en secretaría, donde pasaba casi el mismo tiempo que las secretarias, era que era vaga. Además, resultaba que escribía como un ángel; un ángel que podía destrozarte tranquilamente los faros, pero un ángel al fin y al cabo.
—Le he dicho que está a esto de la expulsión —dijo Rolly, con el pulgar y el índice separados por unos centímetros.
Jane y otra chica se habían enzarzado en una pelea en la que intercambiaron tirones de pelo y pellizcos en las mejillas enfrente de la escuela un par de días antes. Un asunto de chicos, por supuesto, ?qué otra cosa podía ser? Atrajeron a una considerable multitud que las alentaba —a nadie le importaba demasiado quién ganara mientras la pelea continuara— antes de que Rolly apareciera y las separara.
—?Y ella qué ha dicho?
Rolly fingió estar mascando un chicle exageradamente, incluyendo un sonido desagradable.
—Vale —dije.
—A ti te gusta la chica —se?aló.
Levanté la tapa de mi vaso de café y tomé un sorbo.
—Hay algo en ella —dije.