Sin una palabra

Empezamos a salir. íbamos al cine, estudiábamos juntos en la biblioteca. Ella intentó que me aficionara al tenis. Nunca había sido muy bueno, pero di lo mejor de mí. Cynthia fue la primera en admitir que no era una gran jugadora, sólo una buena jugadora con un revés magnífico. Pero eso era suficiente para hacerme picadillo. Al servir y ver cómo su brazo derecho oscilaba hacia la izquierda por encima de su hombro, supe que tenía pocas posibilidades de hacer pasar la pelota por encima de la red hacia su campo. Eso si hubiera llegado a verla.

 

Un día estaba encorvado sobre mi máquina de escribir Royal, que ya entonces parecía antigua, una máquina enorme de acero pintada de negro, pesada como un Volkswagen, y que al presionar la ?e? escribía algo parecido a una ?c?, incluso con una cinta nueva. Estaba intentando terminar un ensayo sobre Thoreau que, sinceramente, me importaba una mierda. No ayudaba el hecho de que Cynthia estuviera debajo del edredón de la cama individual de mi cuarto, totalmente vestida, después de haberse quedado dormida mientras leía un destartalado ejemplar en rústica de Misery, de Stephen King. Cynthia no era estudiante de Filología Inglesa, así que podía leer lo que quisiera, y a veces encontraba consuelo leyendo sobre gente que pasaba por cosas peores que ella.

 

La había invitado a venir y verme escribir un ensayo.

 

—Es bastante interesante —aduje—. Uso los diez dedos.

 

—?Al mismo tiempo? —preguntó ella.

 

Yo asentí.

 

—?Vaya! Suena increíble.

 

Así que se trajo algo de trabajo y se sentó en silencio en la cama con la espalda apoyada en la pared; a ratos notaba cómo me miraba. Llevábamos un tiempo saliendo pero apenas nos habíamos tocado. Yo dejaba que mi mano le rozara los hombros cuando pasaba junto a su silla en la cafetería. La tomaba de la mano para ayudarla a bajar del autobús. Nuestros hombros se habían acercado mientras mirábamos las estrellas.

 

Nada más.

 

Me pareció oír que apartaba el edredón, pero estaba concentrado en escribir una nota al pie. Y de pronto estaba detrás de mí, desprendiendo con su presencia una especie de electricidad. Deslizó las manos sobre mi pecho, se inclinó y me besó en la mejilla. Me volví para que pudiera posar sus labios sobre los míos.

 

Más tarde, bajo la colcha, antes de que ocurriera, me dijo:

 

—No puedes hacerme da?o.

 

—No quiero hacerte da?o —le respondí—. Iré poco a poco.

 

—No quería decir eso —susurró—. Si me dejas, si decides que no quieres estar conmigo, no te preocupes. En esta vida ya nada puede hacerme más da?o.

 

Pero resultó que en eso se equivocaba.

 

 

 

 

 

Capítulo 5

 

 

A medida que fui conociendo a Cynthia, y conforme ella me abrió su corazón, me contó más cosas sobre su familia, sobre Clayton y Patricia y su hermano mayor Todd, a quien quería y odiaba al mismo tiempo, dependiendo del día.

 

De hecho, cuando hablaba de ellos, a menudo rectificaba el tiempo verbal.

 

—Mi madre se llamaba… se llama Patricia.

 

Una parte de ella había asumido que estaban todos muertos, pero otra parte se negaba a aceptar esa idea. Todavía sentía destellos de esperanza, como brasas de un fuego abandonado.

 

Ella formaba parte de la familia Bigge. Por supuesto, era una especie de paradoja constante, puesto que su familia, en el sentido amplio de la palabra y por lo menos por parte de su padre, prácticamente no existía. Clayton Bigge no tenía hermanos y sus padres habían muerto cuando era joven. No había reuniones familiares a las que asistir, ni discusiones entre Patricia y Clayton sobre con quién iban a pasar las Navidades, aunque a veces el trabajo mantenía a Clayton lejos de casa durante esas épocas.

 

—Yo lo soy todo —le gustaba decir—. La familia entera. No hay nadie más.

 

Además, no era muy sentimental. No conservaba viejos álbumes de familia de sus antepasados, ni instantáneas del pasado ni viejas cartas de amor de antiguas amantes de las que deshacerse cuando se casó con Patricia. Cuando tenía quince a?os, hubo un incendio en la cocina que quemó toda su casa. Dos generaciones de recuerdos se desvanecieron en el humo. Era un tipo que vivía al día, al momento, y no le interesaba mirar atrás.

 

Patricia tampoco tenía mucha familia, pero al menos ésta tenía una historia. Muchas fotos, guardadas en cajas de zapatos y en álbumes, de sus padres, su familia y los amigos de la infancia. Su padre había muerto de polio cuando ella era joven, pero su madre aún vivía cuando conoció a Clayton. Creía que éste era encantador, aunque algo callado. él había convencido a Patricia para que se escaparan y se casaran, así que no hubo boda formal, y eso supuso una decepción para la limitada familia de Patricia.