Sin una palabra

—No lo sé. Grace, ?la tienes tú?

 

Grace aún no tenía su propia llave de casa. No la necesitaba ya que Cynthia la acompa?aba a la escuela y la iba a buscar. Mi hija sacudió la cabeza y me miró desafiante.

 

Yo me encogí de hombros.

 

—A lo mejor he sido yo. Puede que la haya dejado junto a la cama.

 

Me deslicé detrás de Cynthia y le olí el pelo mientras pasaba.

 

—?Podemos hablar? —le pregunté.

 

Ella me siguió hasta la puerta principal.

 

—?Pasa algo? —inquirió—. ?Le ocurre algo a Grace? Está muy callada esta ma?ana.

 

Hice una mueca y sacudí la cabeza.

 

—Eres tú, Cynthia. Ya tiene ocho a?os.

 

Se echó hacia atrás, a la defensiva.

 

—?Se ha quejado de mí?

 

—Sólo necesita sentirse un poco más independiente.

 

—Así que era eso. Es conmigo con quien quiere que hables, no con la profesora.

 

Esbocé una sonrisa cansada.

 

—Dice que los otros ni?os se ríen de ella.

 

—Lo superará.

 

Estuve a punto de decir algo, pero ya habíamos mantenido aquella misma conversación demasiadas veces; no había argumentos nuevos que pudiera aportar.

 

Así que Cynthia llenó el silencio.

 

—Ya sabes que hay personas malas, Therry. El mundo está lleno de ellas.

 

—Lo sé, Cynthia, lo sé. —Intenté reprimir la frustración y el cansancio, en mi voz—. Pero ?cuánto tiempo vas a acompa?arla? ?Hasta que tenga doce a?os? ?Quince? ?Vas a acompa?arla cuando vaya al instituto?

 

—Ya lo resolveré cuando llegue el momento —replicó. Luego hizo una pausa—. He vuelto a ver el coche.

 

El coche. Siempre había un coche.

 

Cynthia pudo ver en mi cara que no creía que aquello fuera importante.

 

—Crees que estoy loca —dijo.

 

—No creo que estés loca.

 

—Lo he visto dos veces. Un coche marrón.

 

—?Qué tipo de coche?

 

—No lo sé. Uno normal, con los vidrios tintados. Cuando pasa junto a nosotras reduce un poco la velocidad.

 

—?Se ha parado? ?Te ha dicho algo el conductor?

 

—No.

 

—?Tienes el número de matrícula?

 

—No. La primera vez no le di importancia. La segunda, estaba demasiado nerviosa.

 

—Cyn, lo más probable es que sea algún vecino. La gente tiene que reducir la velocidad; estamos en una zona escolar. ?Recuerdas cuando la policía puso un control por radar, para que la gente se detuviera al pasar por ahí a aquella hora del día?

 

Cynthia desvió la mirada y cruzó los brazos sobre el pecho.

 

—Tú no estás ahí fuera todo el día como yo. No sabes nada.

 

—Lo que sé, Cynthia —repliqué—, es que no le estás haciendo ningún favor a Grace si no dejas que empiece a espabilarse sola.

 

—?Oh! ?Así que crees que si un hombre trata de arrastrarla a ese coche ella podrá defenderse sola? ?Una ni?a de ocho a?os?

 

—?Cómo hemos pasado de un coche marrón que reduce la velocidad a un hombre que intenta llevársela a rastras?

 

—Tú nunca te has tomado estas cosas tan en serio como yo. —Hizo una pausa—. Y supongo que es comprensible, para ti.

 

Hinché los carrillos y solté aire.

 

—Mira, no vamos a solucionarlo ahora —me limité a decir—. Tengo que irme.

 

—Claro —dijo Cynthia, que aún no me miraba—. Creo que voy a llamarles.

 

Yo vacilé.

 

—?Llamar a quién?

 

—Al programa. Deadline.

 

—Cynthia, han pasado… ?cuánto, tres semanas?… desde que se emitió. Si alguien fuera a llamar para informar de algo, a estas alturas ya lo habría hecho. Y además, si la cadena recibe alguna llamada interesante, se pondrán en contacto con nosotros. Querrán hacer un seguimiento.

 

—De todos modos voy a llamarles. Hace días que no lo hago, así que igual esta vez no se cabrean tanto. Quizá se hayan enterado de algo y hayan pensado que era una tontería, que sólo era un chalado, y puede que en realidad sea algo importante. Tuvimos suerte de que un investigador recordara lo que me ocurrió y decidiera que valía la pena revisarlo.

 

La cogí con suavidad por los brazos y levanté su barbilla para poder mirarla a los ojos.

 

—Muy bien; haz lo que tengas que hacer —le dije—. Te quiero, ya lo sabes.

 

—Yo también te quiero —me contestó—. Ya sé… que no es fácil vivir conmigo y con esta carga. Sé que es duro para Grace. Soy consciente de mi preocupación, y de que de algún modo se la contagio. Pero últimamente, con lo del programa, de repente todo ha vuelto a ser muy real para mí.

 

—Lo sé —dije—. Sólo quiero que también vivas en el presente, y no siempre obsesionada por el pasado.

 

Noté que sus hombros se movían.

 

—?Obsesionada? —espetó—. ?Crees que lo estoy?

 

Había elegido una mala palabra. Lo normal habría sido que un profesor de inglés eligiera una mejor.

 

—No seas condescendiente conmigo —continuó—. Crees que me entiendes, pero no es cierto. Nunca podrás entenderme.

 

No había mucho que pudiera replicar a eso, porque era verdad. Me incliné, la besé en el cabello y me fui a trabajar.

 

 

 

 

 

Capítulo 3