—?Está enfermo?
Nadie en la escuela había visto a Todd. Vince le explicó que había ido a preguntarle si Cynthia se había metido en un buen lío o si estaba castigada; esperaba que quisiera salir con él el viernes o el sábado por la noche. Su amigo Kyle iba a conseguirle algunas birras y podían ir a aquel lugar, en lo alto de la colina, y sentarse un rato en el coche y mirar las estrellas, ?no?
Cynthia corrió hacia su casa. No le pidió a Vince que la llevara, pese a que estaba justo ahí. No dijo en secretaría que se marchaba más pronto. Corrió todo el camino, sin dejar de pensar: ?Por favor, que esté su coche; por favor, que esté su coche?.
Pero cuando giró en la esquina de Pumpkin Delight con Hickory y su casa de dos plantas quedó a la vista, no vio el Escort amarillo. El coche de su madre no estaba allí. Llamó a su madre de todos modos en cuanto entró, con el poco aliento que le quedaba. Y luego a su hermano.
Empezó a temblar, pero se obligó a sí misma a parar.
No tenía sentido. No importaba lo enfadados que pudieran estar sus padres con ella; no le harían eso, ?verdad? ?Irse sin más? ?Largarse sin decirle nada? ?Y llevarse a Todd con ellos?
Aunque se sentía estúpida haciendo aquello, Cynthia llamó al timbre de sus vecinos, los Jamison. Seguro que había una explicación para todo aquello, algo que había olvidado, una cita con el dentista, algo, y en cualquier momento su madre aparecería en el camino de entrada. Cynthia se sentiría como una completa idiota, pero al menos todo estaría bien.
Empezó a soltar incoherencias en cuanto la se?ora Jamison abrió la puerta: que cuando se había levantado no había nadie en casa y que luego había ido a la escuela y que Todd no estaba allí y que su madre todavía no…
—Tranquila, todo va bien —la intentó calmar la se?ora Jamison—. Seguro que tu madre está de compras.
Luego acompa?ó a Cynthia a su casa y echó un vistazo al periódico que nadie había recogido todavía. Juntas miraron en el piso de arriba y en el de abajo, y en el garaje de nuevo y en el jardín trasero.
—La verdad es que es extra?o —reconoció la se?ora Jamison.
No sabía muy bien qué pensar, así que, con alguna reticencia, llamó a la policía de Milford.
Enseguida llegó un oficial, que en un principio no pareció preocuparse en absoluto. Pero pronto llegaron más agentes y más coches, y al anochecer, el lugar estaba lleno de policías. Cynthia les oyó dar la descripción de los coches de sus padres al hospital Milford. La policía recorría la calle de arriba abajo; llamaba a las puertas, hacía preguntas.
—?Estás segura de que no tenían previsto ir a algún sitio? —preguntó un hombre que se identificó como detective y que no llevaba uniforme como el resto de los policías.
Se llamaba Findley, o Finlay.
?Creía que ella iba a olvidar algo así? ?Que de repente diría: ?Oh, sí, ?ahora me acuerdo! ?Han ido a visitar a la hermana de mi madre, la tía Tess!??
—Por lo que se ve —dijo el detective— no parece que tus padres y tu hermano hicieran las maletas para irse a ninguna parte. Su ropa está todavía aquí, y las maletas, en el sótano.
Hubo muchas preguntas. ?Cuándo había visto a sus padres por última vez? ?A qué hora se había ido a la cama? ?Quién era el chico con el que estaba? Ella intentó explicárselo todo al detective, incluso admitió que había discutido con sus padres (aunque no puntualizó hasta qué punto), que se había emborrachado y que les había dicho que ojalá se murieran.
El detective parecía un buen tipo, pero no hacía las preguntas que Cynthia habría esperado. ?Por qué habían desaparecido sus padres y su hermano? ?Dónde habían ido? ?Por qué no la habían llevado con ellos?
De pronto, en un ataque de pánico, empezó a revolver la cocina: levantó y tiró por los aires los salvamanteles, movió la tostadora, miró debajo de las sillas, intentó mirar en el hueco entre la cocina y la pared, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
—?Qué ocurre, guapa? —le preguntó el detective—. ?Qué estás haciendo?
—?Dónde está la nota? —inquirió Cynthia con ojos suplicantes—. Tiene que haber una nota; mi madre nunca se va sin dejar una.
Capítulo 1
Cynthia estaba de pie frente a la casa de dos plantas de la calle Hickory. No es que viera la casa de su infancia por primera vez en casi veinticinco a?os: seguía viviendo en Milford, y había pasado por allí con el coche de vez en cuando. Me mostró la casa en una ocasión antes de que nos casáramos, un vistazo rápido desde el coche.
—Ahí está —dijo, y continuó.
Casi nunca se detenía, y si lo hacía, no bajaba del coche. Nunca se quedaba en el camino de entrada para mirarla.