Sin una palabra

Definitivamente, quería mucho a Tess.

 

Cuando llegamos a casa había diez mensajes en el contestador, todos de distintos medios de comunicación. Había un largo y desapasionado mensaje de Paula, la periodista de Deadline. Decía que Cynthia les debía a los televidentes la oportunidad de hacer un seguimiento del caso a la luz de los últimos acontecimientos. Sólo tenía que darle una hora y un lugar y ella estaría allí con su equipo de filmación.

 

Miré a Cynthia presionar la tecla para borrar el mensaje. Sin ponerse nerviosa. Sin confusión. Un rápido movimiento con el dedo índice.

 

—Esta vez no has tenido ningún problema —dije.

 

Se me escapó, que Dios me perdone.

 

—?Qué? —inquirió ella mirándome.

 

—Nada —respondí.

 

—?Qué quieres decir con que esta vez no he tenido ningún problema?

 

—Olvídalo —insistí—. No quería decir nada.

 

—?Te refieres a cuando borré el mensaje?

 

—Te he dicho que no era nada.

 

—Estás pensando en esa ma?ana, cuando recibí la llamada. Cuando borré por equivocación el historial de llamadas. Ya te expliqué lo que ocurrió; estaba muy afectada.

 

—Claro que lo estabas.

 

—Ni siquiera crees que recibiera esa llamada, ?verdad?

 

—Claro que sí.

 

—Y si no recibí la llamada, entonces el mensaje de correo electrónico también lo envié yo, ?no? Quizá mientras escribía la nota en tu máquina.

 

—Yo no he dicho eso.

 

Cynthia se acercó a mí y me se?aló con el dedo.

 

—?Cómo puedo quedarme bajo este techo si no estoy segura al cien por cien de que tengo tu apoyo, tu confianza? No necesito que me mires de reojo y que le des segundos significados a todo lo que hago.

 

—Yo no hago eso.

 

—Entonces dilo. Dímelo ahora mismo. Mírame a los ojos y dime que me crees, que sabes que no tengo nada que ver con todo esto.

 

Juro que iba a decirlo. Sin embargo la décima de segundo de duda fue suficiente para que Cynthia diera media vuelta y se marchara.

 

Esa noche, cuando entré en la habitación de Grace y encontré todas las luces apagadas, supuse que estaría observando a través del telescopio; sin embargo, ya se había metido en la cama, aunque estaba completamente despierta.

 

—Qué sorpresa encontrarte aquí —dije mientras me sentaba en el borde de la cama y le acariciaba la cabeza.

 

Grace no dijo nada.

 

—Me imaginaba que estarías buscando meteoritos. ?O ya lo has hecho?

 

—Hoy no me importa —respondió en voz tan baja que apenas la oí.

 

—?Ya no estás preocupada por los meteoritos? —pregunté.

 

—No —respondió.

 

—?Así que no se va a estrellar ninguno contra la Tierra en breve? —dije, animándome—. Bueno, eso tiene que ser una buena noticia.

 

—Todavía puede caer alguno —explicó Grace apoyando la cabeza en la almohada—. Pero no me importa.

 

—?Qué quieres decir con eso, cari?o?

 

—Por aquí todo el mundo está siempre triste.

 

—Oh, guapa. Ya lo sé. Estas últimas semanas han sido duras.

 

—No importa si cae un meteorito o no. La tía Tess seguirá estando muerta. Os oí hablar de que los habían encontrado en el coche. La gente no para de morirse por toda clase de razones. Les atropellan coches. Se pueden ahogar. Y a veces los asesinan.

 

—Lo sé.

 

—Y mamá actúa como si no estuviéramos seguros, y no ha mirado ni una vez por mi telescopio. Ella cree que algo va a venir a por nosotros, pero no llegará desde el espacio exterior.

 

—Nunca dejaríamos que te pasara algo. Tu madre y yo te queremos mucho.

 

Grace no dijo nada.

 

—Sigo pensando que vale la pena comprobarlo —dije levantándome de la cama y arrodillándome frente al telescopio—. ?Te importa si echo un vistazo?

 

—No te cortes —me espetó Grace.

 

Si las luces hubieran estado encendidas, habría visto que su comentario me afectaba.

 

—Muy bien —dije poniendo el telescopio en posición.

 

Eché un vistazo por la ventana para asegurarme de que nadie observaba la casa, luego puse el ojo en el objetivo y agarré el telescopio.

 

Enfoqué el cielo nocturno y vi pasar algunas estrellas fugaces, como si se tratara de una vista panorámica de Star Trek.

 

—Vamos a ver qué hay aquí —dije, y entonces el telescopio se soltó del pie, cayó al suelo y rodó debajo del escritorio de Grace.

 

—Ya te lo he dicho, papá —dijo ella—. Es una porquería.

 

Cynthia también se había metido en la cama. Tenía las sábanas subidas hasta el cuello, como si estuviera en un capullo. Sus ojos estaban cerrados, aunque me dio la impresión de que no dormía. Simplemente no tenía ganas de hablar.

 

Me quité la ropa hasta quedarme en calzoncillos, me cepillé los dientes, abrí las sábanas y me metí en la cama junto a ella. Al lado de la cama había un ejemplar antiguo de Harper's, y pasé las hojas un rato; intenté leer el índice, pero no podía concentrarme.

 

Alargué la mano y apagué la lámpara de la mesilla. Luego me acomodé en mi lado de la cama, dándole la espalda a Cynthia.