Sin una palabra

Wedmore se encogió de hombros.

 

—No lo sé. Estoy segura de que llevan bastante más aire del que necesitarán.

 

—Y si encuentran algo, ?qué? ?Pueden subirlo a la superficie?

 

—Depende. Puede ser que necesitemos más equipo.

 

Wedmore tenía una radio que le permitía mantenerse en contacto con el hombre que se había quedado en la barca.

 

—?Alguna cosa? —preguntó.

 

En el bote, el hombre habló a través de un aparato negro.

 

—Por ahora no mucho —se oyó una voz en la radio de Wedmore—. Debe de haber un kilómetro de profundidad, en algunos lugares quizá más.

 

—Muy bien.

 

Nos quedamos ahí de pie observando durante unos diez o quince minutos, que parecieron horas.

 

Y entonces emergieron dos cabezas. Los submarinistas nadaron hacia el bote, colocaron los brazos por encima de los lados para apoyarse, se levantaron las gafas y se quitaron de la boca el dispositivo que les permitía respirar bajo el agua. Le estaban diciendo algo al hombre del bote.

 

—?Qué dicen? —preguntó Cynthia.

 

—Un momento —respondió Wedmore, pero entonces vimos cómo el hombre cogía su radio y Wedmore hizo lo propio con la suya.

 

—Tenemos algo —se oyó por la radio.

 

—?Qué es? —preguntó Wedmore.

 

—Un coche. Lleva ahí mucho tiempo, está medio enterrado en el limo.

 

—?Hay algo dentro?

 

—No están seguros. Vamos a tener que sacarlo.

 

—?Qué coche es? —preguntó Cynthia—. ?Qué aspecto tiene?

 

Wedmore transmitió la pregunta, y vimos cómo en el lago el hombre les hacía algunas preguntas a los submarinistas.

 

—Parece amarillo —dijo—. Un coche peque?o y compacto. No se ve la matrícula; los parachoques están enterrados.

 

—Es el coche de mi madre —dijo Cynthia—. Era de color amarillo, un Ford Escort. Es un coche peque?o. —Se volvió hacia mí y me abrazó—. Son ellos —dijo—. Son ellos.

 

—Todavía no lo sabemos —dijo Wedmore—. Ni siquiera sabemos si hay alguien dentro —luego habló por la radio—: Hagamos lo que tenemos que hacer.

 

Aquello implicaba más equipamiento. Creían que si traían un camión remolcador de gran tama?o desde el norte y lo colocaban justo al borde del precipicio sobre el lago, podrían hacer descender un cable hasta el agua para que los submarinistas lo engancharan al coche hundido; luego lo levantarían lentamente desde el barro del fondo del lago hasta la superficie.

 

Si eso no funcionaba, tendrían que traer algún tipo de barcaza, meterla en el agua, colocarla sobre el coche y que lo elevara directamente desde el fondo.

 

—Durante las próximas horas no va a pasar nada —nos explicó Wedmore—. Tiene que venir más gente para que decidan cómo lo podemos hacer. ?Por qué no se marchan a algún lado? Vuelvan a la autopista y vayan a Lee a almorzar o algo así. Les llamaré cuando vea que está a punto de suceder alguna cosa.

 

—No —replicó Cynthia—. Nos quedaremos.

 

—Cari?o —intervine—. Por ahora no podemos hacer nada. Vamos a comer algo. Los dos necesitamos recuperar fuerzas para poder enfrentarnos a lo que pase ahora.

 

—?Qué cree que ocurrió? —le preguntó Cynthia a Wedmore.

 

—Supongo que alguien condujo el coche hasta aquí, donde estamos ahora, y lo lanzó por el borde del precipicio.

 

—Vamos —insistí. Y a?adí, dirigiéndome a la detective—: Manténganos informados.

 

Volvimos a la carretera principal y condujimos hasta Otis y luego nos dirigimos hacia el norte, a Lee, donde encontramos una cafetería y nos detuvimos para pedir unos cafés. A primera hora de la ma?ana no había comido mucho, así que pedí un desayuno tardío de huevos y salchichas. Cynthia sólo pidió unas tostadas.

 

—Bueno, quien escribió la nota —dijo Cynthia— sabía de lo que hablaba.

 

—Sí —contesté, soplando mi café para que se enfriara.

 

—Pero ni siquiera sabemos si hay alguien en el coche. Quizá lo hundieron allí para esconderlo, pero eso no significa que alguien muriera en ese accidente.

 

—Vamos a esperar a ver qué pasa —dije.

 

Al final esperamos un par de horas. Me estaba tomando el cuarto café cuando sonó el teléfono.

 

Era Wedmore. Me dio algunas indicaciones para llegar al lago desde el norte.

 

—?Qué ha ocurrido? —le pregunté.

 

—Ha ido más rápido de lo que pensábamos —contestó, en un tono casi amable—. Ya está fuera. El coche está fuera.

 

El Escort amarillo estaba ya en el remolque de un camión de plataforma cuando llegamos. Antes siquiera de haber detenido el coche completamente Cynthia ya había salido, y corría hacia el camión mientras gritaba.

 

—?ése es el coche! ?El coche de mi madre!

 

Wedmore la agarró antes de que pudiera acercarse más.

 

—Suélteme —dijo Cynthia forcejeando.

 

—No puede acercarse —le explicó la detective.