Sin una palabra

—Esto podría ser una trampa —advirtió Wedmore, apartándose un mechón que le había caído sobre la cara y colocándoselo detrás de la oreja—. Tal vez no nos lleve a ninguna parte.

 

—Es posible —corroboré.

 

—Aunque lo cierto —continuó la detective— es que no lo sabemos.

 

—Si no envían submarinistas, iré yo misma —dijo Cynthia.

 

—Cyn —dije—, no seas ridícula. Ni siquiera sabes nadar.

 

—No me importa.

 

—Se?ora Archer —dijo Wedmore—, cálmese.

 

Era una orden. Wedmore tenía un aire como de entrenador de fútbol.

 

—?Calmarme? —preguntó Cynthia sin dejarse intimidar—. ?Sabe lo que esa persona, la que escribió la carta, está diciendo? Están ahí abajo. Sus cuerpos están ahí abajo.

 

—Me temo —replicó Wedmore, sacudiendo la cabeza con escepticismo— que después de todos estos a?os no habrá muchas cosas ahí abajo.

 

—Quizás estén dentro de un coche —dijo Cynthia—. El coche de mi madre, o el de mi padre; nunca los encontraron.

 

Wedmore cogió la carta por una esquina con dos u?as pintadas de rojo y le dio la vuelta. Observó el mapa.

 

—Tendremos que avisar a la policía de Massachusetts —dijo—. Voy a hacer una llamada.

 

Sacó su móvil de la chaqueta, lo abrió y buscó un número en la lista.

 

—?Va a conseguir submarinistas? —preguntó Cynthia.

 

—Voy a hacer una llamada. Y vamos a tener que mandar la carta al laboratorio para ver si encuentran algo, si no resulta ya imposible.

 

—Lo siento —se disculpó Cynthia.

 

—Es interesante —dijo Wedmore— que la hayan escrito con una máquina de escribir. Ya casi nadie las usa.

 

Sentí que me daba un vuelco el estómago. Y entonces Cynthia dijo algo que me dejó helado.

 

—Nosotros tenemos una máquina de escribir.

 

—?Ah sí? —dijo Wedmore, deteniéndose antes de pulsar el último número.

 

—A Terry le gusta utilizarla, ?verdad, cari?o? Para escribir notas cortas y ese tipo de cosas. Es una Royal, ?no, Terry? —y a?adió, dirigiéndose a Wedmore—: La tiene desde que íbamos a la universidad.

 

—Ensé?emela —pidió ésta, volviendo a meter el móvil en la chaqueta.

 

—Podría ir a buscarla —intervine— y bajarla.

 

—Está arriba —dijo Cynthia—. Venga, se la mostraré.

 

—Cyn —dije, parado al pie de las escaleras como si fuera una barrera—. Está todo un poco desordenado arriba.

 

—Vamos —dijo Wedmore, pasando junto a mí y subiendo las escaleras.

 

—La primera puerta a la derecha —indicó Cynthia. Y luego me susurró—: ?Por qué crees que quiere ver nuestra máquina de escribir?

 

Wedmore desapareció en el estudio.

 

—No la encuentro —dijo.

 

Cynthia llegó a lo alto de las escaleras antes que yo y se metió a su vez en la habitación.

 

—Normalmente está aquí —dijo—. Terry, ?verdad que suele estar aquí?

 

Cuando entré en la habitación estaba se?alando mi escritorio. Ella y Wedmore se me quedaron mirando.

 

—Sí —respondí—. Estaba por en medio, así que la he guardado en el armario.

 

Abrí la puerta del armario y me arrodillé. Wedmore miraba por encima de mi hombro.

 

—?Dónde? —dijo.

 

Aparté el montón de periódicos y los pantalones manchados de pintura para mostrarle la vieja máquina de escribir Royal. La levanté y la dejé sobre la mesa.

 

—?Cuándo la has metido ahí? —preguntó Cynthia.

 

—Hace un rato —contesté.

 

—?Y cómo explica que esté tan escondida? —se?aló Wedmore.

 

Me encogí de hombros. No tenía nada que decir.

 

—No la toque —dijo Wedmore, y volvió a sacar el móvil del bolsillo.

 

Cynthia me miró con expresión de desconcierto.

 

—?Qué pasa contigo? ?Qué demonios está ocurriendo?

 

Yo quería hacerle exactamente la misma pregunta.

 

 

 

 

 

Capítulo 27

 

 

Rona Wedmore hizo algunas llamadas por el móvil, la mayor parte de ellas desde el camino de entrada, donde no podíamos oír lo que decía.

 

Eso nos dejó a Cynthia, a mí y a Grace —Wedmore había dejado que Cynthia fuera con el coche a la escuela a recogerla— en casa, con tiempo para meditar sobre los últimos acontecimientos. Grace estaba en la cocina, preguntando quién era aquella mujer grandota que hacía llamadas, mientras se preparaba una tostada con mantequilla de cacahuete para merendar.

 

—Es de la policía —le expliqué—. Y creo que no se tomaría muy bien que la llamaras grandota.

 

—No se lo diría en la cara —dijo Grace—. ?Por qué está aquí? ?Qué ocurre?

 

—Ahora no —le pidió Cynthia—. Cómete la tostada y vete a tu cuarto, por favor.

 

Cuando Grace se hubo marchado, sin dejar de refunfu?ar, Cynthia me preguntó: —?Por qué has escondido la máquina de escribir? Esa nota la escribieron con tu máquina, ?verdad?

 

—Sí —respondí.

 

Me estudió por un momento.

 

—?Escribiste tú la nota? ?Por eso has escondido la máquina?

 

—Por Dios, Cyn —dije—, la he escondido porque creía que tú la habías escrito.

 

Sus ojos se abrieron como platos.

 

—?Yo?

 

—?Es más sorprendente que pensar que la había escrito yo?

 

—Yo no he intentado esconder la máquina, lo has hecho tú.

 

—Lo he hecho para protegerte.