Sin una palabra

—?Crees que alguna vez nos quiso de verdad? —preguntó él.

 

—La única persona a la que él ha querido es ella —contestó sin tratar de disimular su amargura—. Y ella, ?ha estado ahí alguna vez cuando él la necesitaba? ?Ha cuidado de él? ?Y quién resolvió su mayor problema? Nunca me ha agradecido lo que he hecho por él. Es con nosotros con quien se ha cometido una injusticia. Nos robaron la posibilidad de tener una familia de verdad. Lo que estamos haciendo ahora es sólo reclamar justicia.

 

—Lo sé —dijo él.

 

—?Qué quieres que te haga cuando vuelvas a casa?

 

—?Qué tal un pastel de zanahoria?

 

—Perfecto. Es lo menos que puede hacer una madre.

 

 

 

 

 

Capítulo 26

 

 

Llamé a la policía y dejé un mensaje para la detective Rona Wedmore, quien me había dado su tarjeta al interrogarme después de que tiráramos las cenizas de Tess en el canal. Le pregunté si podía encontrarse con Cynthia y conmigo unos minutos más tarde en nuestra casa. Le dejé la dirección por si no la tenía, pero estaba casi seguro de que sí. En el mensaje decía que el motivo de mi llamada no tenía que ver específicamente con la desaparición de Denton Abagnall, pero podía estar relacionado con ésta de algún modo.

 

Dije que era urgente.

 

Le pregunté a Cynthia por teléfono si quería que la recogiera en el trabajo, pero dijo que ella misma iría a casa con el coche. Me fui de la escuela sin explicarle a nadie el porqué, pero creo que se estaban acostumbrando a mi comportamiento errático. Rolly acababa de salir de su despacho; me vio hablar por teléfono y se me quedó mirando mientras abandonaba a la carrera el edificio.

 

Cynthia llegó a casa un par de minutos antes que yo. Estaba de pie en la puerta, con el sobre en la mano.

 

Yo entré y ella me lo alargó. Había una palabra, ?Cynthia?, escrita en la parte delantera. No tenía sello. No lo habían mandado por correo.

 

—Ahora los dos lo hemos tocado —se?alé, dándome cuenta de pronto de que probablemente estábamos cometiendo tantos errores que la policía nos echaría la bronca después.

 

—No me importa —replicó—. Léelo.

 

Saqué la hoja de papel del sobre. Estaba perfectamente doblada en tres, como si fuera una verdadera carta. En la parte de atrás había un mapa dibujado a grandes trazos con lápiz: había líneas que se cruzaban y que representaban calles, un peque?o pueblo rotulado como ?Otis?, una especie de huevo desigual rotulado como ?lago de la cantera?, y una ?x? en su esquina. Había algunas anotaciones más, pero no estaba seguro de lo que significaban.

 

Cynthia miró cómo lo asimilaba todo sin decir una palabra.

 

Le di la vuelta a la hoja y en el momento en que vi el mensaje mecanografiado me di cuenta de algo, algo que me saltó a la vista, algo que me perturbó sobremanera. Antes incluso de leer lo que decía la nota, me pregunté por las implicaciones de lo que acababa de ver.

 

Pero por el momento cerré la boca y leí lo que decía.

 

Cynthia: es hora de que sepas dónde estaban. Dónde están todavía, seguramente. Hay una cantera abandonada a unas dos horas al norte de donde vives, nada más pasar la frontera de Connecticut. Parece un lago, pero no uno de verdad pues de allí era de donde sacaban la grava. Es realmente profundo. Probablemente demasiado profundo para que los ni?os se ba?en. Tienes que tomar la carretera 8 hacia el norte, cruzar a Massachusetts, seguir avanzando hasta que llegues a Otis y entonces torcer hacia el este. Estudia el mapa del reverso. Hay un peque?o camino tras una hilera de árboles que lleva hacia lo alto de la cantera. Debes tener cuidado cuando llegues ahí, porque es muy empinado. Baja a la cantera, y justo allí abajo, en el fondo de ese lago, es donde encontrarás tu respuesta.

 

 

 

Volví a darle la vuelta a la hoja. El mapa mostraba todos los detalles que aparecían en la nota.

 

—Ahí es donde están —susurró Cynthia mientras se?alaba el papel de mi mano—. Están en el agua. —Respiró profundamente—. Así que… están muertos.

 

De repente, todo pareció volverse borroso ante mis ojos. Parpadeé unas cuantas veces para volver a enfocar. Di la vuelta a la hoja de nuevo, volví a leer detenidamente la nota y entonces la analicé no por lo que decía, sino desde un punto de vista más técnico.

 

La habían escrito en una máquina de escribir, no en un ordenador. No la habían impreso.

 

—?Dónde la has encontrado? —pregunté intentando con todas mis fuerzas controlar la voz.

 

—Estaba con el correo de la tienda de Pam —respondió Cynthia—. En el buzón. Alguien la dejó ahí, no la trajo el cartero. No tiene sello ni nada.

 

—No —confirmé—. Alguien la puso ahí.

 

—?Quién? —preguntó.

 

—No lo sé.

 

—Tenemos que ir allí —dijo—. Hoy, ahora, tenemos que descubrir lo que hay allí, lo que hay bajo el agua.