Sin una palabra

Después de hablar con Howard Gormley, me quedé sentado frente al escritorio durante un rato, con la mirada perdida en el vacío, tratando de descubrir si aquello tenía algún sentido.

 

Luego presioné la tecla de correo del teclado del ordenador para ver si había algún mensaje. Como era habitual había un montón, la mayoría ofrecían Viagra, stocks de saldo, Rolex de oferta o solicitudes de viudas de propietarios de minas de oro nigerianas que buscaban ayuda para transferir sus millones a una cuenta norteamericana. Nuestro filtro antispam sólo filtraba una parte de este tipo de correo.

 

Pero había un correo electrónico de una cuenta de Hotmail que sólo incluía números —05121983— y cuyo Asunto era: ?No tardará mucho?.

 

Cliqué sobre él.

 

El mensaje era corto, y decía: ?Querida Cynthia: como te dije en nuestra conversación anterior, tu familia te perdona. Pero no pueden dejar de preguntarse ?por qué??.

 

Debí de leerlo unas cinco veces; luego volví a mirar el Asunto. ?Qué era lo que no iba a tardar mucho?

 

 

 

 

 

Capítulo 24

 

 

—?Cómo han conseguido nuestra dirección de correo? —le pregunté a Cynthia.

 

Ella estaba sentada frente al ordenador, contemplando la pantalla. En un momento dado se acercó al monitor, como si el hecho de tocar el mensaje pudiera de algún modo revelarle alguna cosa sobre éste.

 

—Mi padre —dijo.

 

—?Qué pasa con tu padre?

 

—Cuando entró aquí, cuando dejó el sombrero —continuó—. Podría haber subido y echado un vistazo, encender el ordenador y haber averiguado nuestra dirección de correo.

 

—Cyn —dije con cautela—, todavía no sabemos si fue tu padre quien dejó el sombrero. En realidad no tenemos ninguna posibilidad de saber quién lo hizo.

 

Volví a pensar en la teoría de Rolly y en mi sospecha pasajera de que había sido la propia Cynthia quien había dejado el sombrero. Y por un instante, nada más que un instante, pensé en lo fácil que sería abrir una cuenta de correo en Hotmail y enviarte un correo a ti mismo.

 

?Déjalo estar?, me dije a mí mismo.

 

Podía notar que Cynthia estaba molesta por el comentario que yo había hecho antes, así que a?adí: —Pero tienes razón. Quienquiera que entrara podía haber subido arriba y curioseado, y haber encendido el ordenador para conseguir nuestra dirección.

 

—Así que es la misma persona —concluyó Cynthia—. La persona que me telefoneó, la que dijiste que era un tarado, es la misma que envió este correo, y la que se metió en casa y dejó el sombrero. El sombrero de mi padre.

 

Aquello tenía sentido. El problema era que desconocíamos quién era esa persona. ?Era la misma que había asesinado a Tess? ?Era el hombre al que había visto a través del telescopio de Grace la otra noche, vigilando nuestra casa?

 

—Y sigue hablando de perdón —a?adió Cynthia—. Dice que me perdonan. ?Por qué dice eso? ?Y qué significa que no tardará mucho?

 

Yo sacudí la cabeza.

 

—Y la dirección —apunté, se?alando el correo de la pantalla—. Son sólo un montón de números.

 

—No son un montón de números —replicó Cynthia—. Es una fecha, el 12 de mayo de 1983. La noche en que mi familia desapareció.

 

—Aquí no estamos seguros —dijo Cynthia más tarde aquella misma noche.

 

Estaba apoyada en el cabezal de la cama, con la colcha subida hasta la cintura. En aquel momento yo miraba por la ventana del dormitorio, echando un último vistazo a la calle antes de meterme en la cama con ella. Durante la última semana había adquirido aquel hábito.

 

—No lo estamos —insistió—. Y sé que tú sientes lo mismo pero no quieres hablar de ello. Te da miedo que me preocupe, ponerme al límite de mis fuerzas.

 

—No tengo miedo de ponerte al límite —respondí.

 

—Pero no puedes decir que estemos a salvo —dijo Cynthia—. Tú no lo estás, yo no lo estoy, Grace no lo está.

 

Lo sabía perfectamente, no era necesario que ella me lo recordara. No me lo podía sacar de la cabeza.

 

—Han asesinado a mi tía —continuó Cynthia—. El hombre al que contraté… al que contratamos para averiguar qué le sucedió a mi familia ha desaparecido. Grace y tú visteis a un hombre vigilando nuestra casa la otra noche. Alguien ha estado aquí, Terry, y si no es mi padre, cualquier otra persona. Alguien que dejó ese sombrero y se sentó frente a nuestro ordenador.

 

—No era tu padre —insistí.

 

—?Lo dices porque sabes quién fue o porque crees que mi padre está muerto?

 

No podía responder a eso.

 

—?Por qué crees que el departamento de tráfico no tiene ningún registro del permiso de conducir de mi padre? —preguntó—. ?Por qué no hay archivos suyos en la Seguridad Social?

 

—No lo sé —respondí, cansado.

 

—?Crees que Abagnall descubrió algo sobre Vince? ?Vince Fleming? ?No dijo que quería investigar un poco más sobre él? Quizás eso era lo que estaba haciendo cuando desapareció. A lo mejor Abagnall se encuentra bien pero está siguiendo a Vince y no ha podido llamar a su mujer.