Sin una palabra

—La detective, la mujer que estaba en el muelle, Wedmore, está de camino. Se lo contaremos todo. En la policía hay submarinistas. Pero hay algo más que quiero preguntarte. Mira la nota. Mira las letras…

 

 

—Tiene que ir allí de inmediato —me urgió Cynthia.

 

Era como si pensara que quienquiera que se encontrara en el fondo de aquella cantera aún estaba vivo, que aún le quedaba un poco de aire.

 

Oí cómo un coche se detenía frente a casa, miré por la ventana y vi a Rona Wedmore subir por el camino de entrada; su cuerpo, peque?o y fornido, parecía capaz de atravesar la puerta.

 

Tuve un momento de pánico.

 

—Cari?o —dije—. ?Hay algo más que quieras contarme de la nota? ?Antes de que llegue la policía? Tienes que ser totalmente sincera conmigo.

 

—?De qué estás hablando? —preguntó ella.

 

—?No crees que hay algo extra?o en todo esto? —dije sujetando la nota frente a ella. Se?alé específicamente una de las letras—. Justo aquí, al principio —a?adí, se?alando la palabra ?tiempo?.

 

—?Qué?

 

La línea horizontal de la e estaba desvaída, haciendo que pareciera casi una c. En lugar de tiempo se leía ticmpo.

 

—No sé de qué hablas —insistió Cynthia—. ?Qué quieres decir con que sea sincera contigo? Por supuesto que estoy siendo sincera contigo.

 

Wedmore tenía el pie en el escalón de la entrada, y estaba a punto de llamar a la puerta.

 

—Tengo que ir arriba un momento —dije—. Abre tú y dile que ahora mismo bajo.

 

Antes de que Cynthia pudiera responder eché a correr hacia las escaleras. Oía a Wedmore llamar tras de mí, dos golpes secos; luego Cynthia abrió la puerta y ambas se saludaron. Por entonces ya me encontraba en la habitación donde preparo las lecciones y corrijo los exámenes.

 

Mi vieja máquina de escribir Royal estaba en el escritorio, junto al ordenador.

 

Debía decidir qué hacer.

 

Era obvio que la nota que en aquel momento Cynthia le estaba ense?ando a la detective Wedmore la habían escrito con aquella máquina. La e sin la línea era claramente identificable.

 

Sabía que yo no la había escrito.

 

Sabía que Grace no podía haberla escrito.

 

Aquello sólo dejaba dos posibilidades. O bien el desconocido que había entrado en nuestra casa había usado mi máquina para escribir la nota, o bien lo había hecho la propia Cynthia.

 

Pero habíamos cambiado las cerraduras. Yo estaba todo lo seguro que se podía estar de que en los últimos días no había entrado en nuestra casa nadie que no se supusiera que tenía que estar ahí.

 

Parecía increíble que Cynthia lo hubiera hecho. Pero y si… ?y si bajo lo que sólo podía ser definido como un estrés inimaginable Cynthia había escrito aquella nota para dirigirnos a un lugar remoto en el que supuestamente descubriríamos cuál había sido el destino de su familia?

 

Y si era Cynthia la que lo había escrito, ?qué ocurriría si resultaba que estaba en lo cierto?

 

—?Terry! —me llamó Cynthia—. ?La detective Rona Wedmore está aquí!

 

—?Ahora bajo! —respondí.

 

?Qué significaba aquello? ?Qué podía significar que Cynthia hubiera sabido durante todos estos a?os dónde podía encontrarse su familia?

 

Me entró un sudor frío.

 

Quizá, me dije, había bloqueado el recuerdo durante todo ese tiempo. Quizá sabía más de lo que ella misma creía. Sí, podía ser eso. Había visto lo ocurrido, pero lo había olvidado. ?No ocurría eso a veces? ?No pensaba a veces el cerebro, ?eh, lo que estás viendo es tan horrible que tienes que olvidarlo, porque de lo contrario no podrás seguir con tu vida?? ?Y no había de hecho un síndrome que describía precisamente ese tipo de mecanismo?

 

Pero… ?y si no era un mecanismo de represión? ?Y si ella siempre había sabido…?

 

No.

 

No, tenía que haber otra explicación. Alguien más había usado nuestra máquina de escribir. Unos días atrás. Lo había planeado todo. El desconocido que había entrado en nuestra casa y dejado el sombrero.

 

Si es que era un desconocido.

 

—?Terry!

 

—?Ya voy!

 

—?Se?or Archer! —gritó la detective Wedmore—. Baje deprisa, por favor.

 

Actué por impulso. Abrí el armario, cogí la máquina de escribir —Dios, cómo pesaban esas viejas máquinas— y la metí dentro, sobre el suelo. Luego tiré algunas cosas encima: un par de pantalones viejos que usaba para pintar, un montón de periódicos antiguos…

 

Mientras bajaba las escaleras, vi que Wedmore se encontraba con Cynthia en la sala de estar. La carta estaba sobre la mesa de café, abierta, y Wedmore estaba inclinada sobre ella, leyéndola.

 

—La han tocado —me reprendió.

 

—Sí.

 

—Ambos la han tocado. Su mujer, por lo que me ha dicho, no sabía lo que era cuando la abrió. ?Cuál es su excusa?

 

—Lo lamento —dije.

 

Me acaricié la barbilla con la mano, intentando secarme el sudor que estaba seguro que delataba mi nerviosismo.

 

—Pueden conseguir submarinistas, ?verdad? —preguntó Cynthia—. ?Pueden conseguir submarinistas para que vayan a la cantera y descubran lo que hay allí?