Sin una palabra

—Mira —dije—, ha sido un día muy largo. Será mejor que durmamos un poco.

 

—Por favor, prométeme que no me estás ocultando nada —me pidió Cynthia—. Como hiciste con la enfermedad de Tess o con el dinero que recibió.

 

—No te estoy ocultando nada —dije—. ?No acabo de ense?arte el correo? Podría haberlo borrado y no haberte dicho nada. Pero estoy de acuerdo contigo en que tenemos que ir con cuidado. Hemos puesto cerraduras nuevas en las puertas, así que nadie va a entrar en casa por ahora. Y no voy a darte la lata con lo de acompa?ar a Grace a la escuela.

 

—?Qué crees que está ocurriendo? —preguntó Cynthia.

 

Había algo en su manera de preguntarlo, algo casi acusatorio, que me hizo pensar que aún creía que yo tenía información que no compartía con ella.

 

—Por Dios —exclamé—, no lo sé. No fue mi maldita familia la que desapareció de la faz de la Tierra en medio de la maldita noche.

 

Cynthia se quedó sin palabras, atónita. Yo también.

 

—Lo siento —me disculpé—; lo siento, no quería decir eso. Es sólo que esto nos está afectando.

 

—Querrás decir que mis problemas te están afectando a ti —precisó Cynthia.

 

—No es eso —respondí—. Mira, ?te acuerdas que te dije que nos iría bien irnos por ahí unos días? Nosotros tres. No importa si Grace falta unos días a la escuela, y yo puedo conseguir que Rolly ponga un sustituto; además, Pam lo entenderá si le dices que aún tardarás unos días en volver…

 

Cynthia se apartó las sábanas de las piernas y se puso en pie.

 

—Voy a dormir con Grace —me informó—. Quiero asegurarme de que está bien. Alguien tiene que hacer algo.

 

Yo no dije nada mientras se metía la almohada bajo el brazo y abandonaba la habitación.

 

Me dolía la cabeza, así que me dirigí al lavabo para coger un analgésico del armario de las medicinas. Fue entonces cuando oí que alguien corría por el pasillo.

 

Antes de que Cynthia apareciera en la puerta de la habitación la oí gritar: —?Terry! ?Terry!

 

—?Qué ocurre? —pregunté.

 

—Ha desaparecido. Grace no está en su cuarto. ?Ha desaparecido!

 

La seguí por el pasillo hasta la habitación de Grace, encendiendo las luces a mi paso. Adelanté a Cynthia y entré en el cuarto de mi hija antes que ella.

 

—Ya he mirado bien —gritó—. ?Y no está!

 

—?Grace! —llamé mientras abría la puerta de su armario y miraba debajo de la cama.

 

La ropa que se había puesto aquel día estaba hecha un ovillo sobre la silla. Fui hacia el lavabo y corrí la cortina de la ba?era: estaba vacía. Cynthia había entrado en la habitación del ordenador. Nos encontramos en el pasillo. No había ni rastro de ella.

 

—?Grace! —gritó Cynthia.

 

Encendimos algunas luces más mientras bajábamos las escaleras. Me dije a mí mismo que aquello no podía estar ocurriendo. Sencillamente, no podía ser.

 

Cynthia abrió de par en par la puerta del sótano y chilló el nombre de nuestra hija en la oscuridad. No hubo respuesta.

 

Al entrar en la cocina vi que la puerta de atrás, con su nueva cerradura, estaba entreabierta.

 

Me pareció que se me paraba el corazón.

 

—Llama a la policía —le dije a Cynthia.

 

—Dios mío —dijo ella.

 

Encendí la luz del exterior mientras abría la puerta y me lanzaba descalzo al patio trasero.

 

—?Grace! —grité.

 

Y entonces se oyó una voz. Sonaba molesta.

 

—Papá, ?apaga la luz!

 

Miré hacia mi derecha y allí estaba Grace, vestida con el pijama y con el telescopio sobre el césped, enfocado hacia el cielo nocturno.

 

—?Qué pasa? —dijo.

 

Ambos podríamos, y probablemente deberíamos, habernos tomado algún día libre más, especialmente después de la noche que habíamos pasado, pero a la ma?ana siguiente tanto Cynthia como yo volvimos al trabajo.

 

—Lo siento mucho —dijo Grace por centésima vez mientras se comía sus cereales.

 

—No vuelvas a hacer algo así nunca —dijo Cynthia.

 

—Ya he dicho que lo siento.

 

Finalmente Cynthia había dormido con ella. No pensaba perder de vista a Grace ni un momento.

 

—Que sepas que roncas —le dijo Grace.

 

Por primera vez en mucho tiempo tuve ganas de reírme, pero me las apa?é para aguantarme.

 

Como siempre, fui el primero en irme a trabajar. Cynthia no se despidió ni me acompa?ó a la puerta; aún no había olvidado nuestra discusión de la noche antes. Justo cuando más necesitábamos mantenernos unidos se abría una brecha entre nosotros. Cynthia aún sospechaba que yo le ocultaba algo, y yo me sentía molesto con ella de una forma que ni siquiera me podía explicar a mí mismo.