Cynthia creía que yo la culpaba de nuestros problemas. Era innegable que su historia, su proverbial equipaje, nos perseguía día y noche. Y puede que de algún modo sí que la culpara, aunque no era culpa suya que su familia hubiera desaparecido.
Ambos teníamos una preocupación en común, por supuesto: cómo podía afectar todo eso a Grace. Y el modo en que nuestra hija había decidido sobrellevar la angustia que se respiraba en casa, tan traumática para ella que el hecho de pensar en un meteorito destructivo constituía una especie de vía de escape, se había convertido en el catalizador de una nueva disputa.
Mis estudiantes se portaron sorprendentemente bien. Supongo que les habían llegado noticias de lo que me había ocurrido en los últimos días. Una muerte en la familia. Lo normal con los chicos de instituto, como con la mayoría de los depredadores, hubiera sido que se aprovecharan de la debilidad de la presa y la usaran en beneficio propio. Por lo que me habían dicho, eso era exactamente lo que habían hecho con la mujer encargada de sustituirme. ésta hablaba con un ligero tartamudeo, poco más que un peque?o titubeo con la primera palabra de cada frase, pero había sido suficiente para que los chicos empezaran a imitarla. Evidentemente, el primer día se había marchado a casa llorando, según me contaron mis compa?eros a la hora del almuerzo sin ningún rastro de compasión en su voz. Aquella escuela era una selva, y o bien sobrevivías o bien no lo lograbas.
Pero a mí me dieron una tregua. No sólo mi grupo de escritura creativa, sino también mis dos clases de inglés. Creo que se portaron bien no únicamente por respeto hacia mis sentimientos; de hecho, eso debía de ser lo que menos les importaba. Se portaron bien porque intentaban captar alguna se?al de que mi comportamiento era distinto: si se me escapaba una lágrima, me impacientaba con alguien, cerraba dando un portazo o cualquier otra cosa. Pero no lo hice, así que no podía esperar ninguna consideración especial al día siguiente.
Jane Scavullo se me acercó mientras el resto de la clase desfilaba hacia la salida.
—Siento lo de su tía —me dijo.
—Gracias —respondí—. De hecho era la tía de mi mujer, aunque era como si también fuera la mía.
—Pues eso —dijo, y se reunió con sus compa?eros.
A media tarde, andaba por el pasillo cerca de la secretaría cuando una de las secretarias salió, me vio y se paró en seco.
—Justo ahora iba a buscarle —dijo—. He mirado en su despacho pero no estaba.
—Eso es porque estoy aquí —le respondí.
—Hay una llamada para usted —me informó—. Creo que es su mujer.
—Muy bien.
—Puede contestar en la secretaría.
—Vale.
La seguí y ella se?aló el teléfono que había sobre el mostrador. Una de las luces parpadeaba.
—Presione el botón —me indicó.
Agarré el auricular y presioné el botón que parpadeaba.
—?Cynthia?
—Terry, yo…
—Escucha, estaba a punto de llamarte. Siento lo de anoche. Lo que dije.
La secretaria volvió a sentarse a su mesa e hizo ver que no escuchaba.
—Terry, hay algo…
—Quizá deberíamos contratar a otra persona. Bueno, no sabemos lo que le ha ocurrido a Abagnall, pero…
—Terry, cállate —me pidió Cynthia.
Yo me callé.
—Ha ocurrido algo —dijo Cynthia en voz baja, casi sin aliento—. Sé dónde están.
Capítulo 25
—A veces, cuando estoy esperando y no me llamas —dijo ella—, tengo la sensación de que es a mí a quien estamos tratando de desquiciar.
—Lo siento —se disculpó él—. Pero tengo buenas noticias. Creo que está ocurriendo.
—Oh, qué tierno. ?Qué era lo que decía Sherlock Holmes, ?el juego está en marcha?? ?O era Shakespeare?
—No estoy seguro —respondió él.
—Así pues, lo has entregado.
—Sí.
—Pero tienes que quedarte un poco más de tiempo para ver qué ocurre.
—Oh, ya lo sé —dijo él—. Estoy seguro de que terminará apareciendo en las noticias.
—Ojalá pudiera grabarlo desde aquí.
—Llevaré los periódicos a casa.
—Oh, eso me encantaría —dijo ella.
—No han dicho nada más de Tess. Supongo que eso significa que no han descubierto nada.
—Supongo que deberíamos sentirnos agradecidos por lo que la fortuna pone en nuestro camino, ?no?
—Y salió algo más en las noticias, sobre el detective que ha desaparecido. El que mi… ya sabes… contrató.
—?Crees que lo encontrarán? —preguntó ella.
—Es difícil de decir.
—Bueno, no podemos preocuparnos por eso —dijo ella—. Pareces un poco nervioso.
—Supongo que sí.
—ésta es la parte difícil, la arriesgada, pero cuando todas las piezas acaben encajando habrá valido la pena. Y en ese momento, podrás venir a recogerme.
—Lo sé. ?No se preguntará él dónde estás, por qué no vas a verle?
—Apenas me dirige la palabra —dijo ella—. Se está yendo. Nos queda quizás un mes; tiempo suficiente.