Sin una palabra

?Divertido —pensé—. Claro, ?no ve usted cómo nos partimos de la risa??

 

—No hay indicios de que hayan forzado la cerradura —informó el policía—. Quizá le hayan dado una copia de sus llaves a alguien que entró y dejó esto aquí porque creía que era suyo. Tan simple como eso.

 

Mi vista se dirigió hacia el peque?o clavo vacío de donde solía colgar una copia de la llave, de cuya ausencia me había percatado aquella ma?ana.

 

—?Pueden aparcar un coche patrulla frente a nuestra casa? —pidió Cynthia—. ?Para mantenerla vigilada por si alguien intenta entrar de nuevo? Pero sólo para detenerle y ver quién es, no para hacerle da?o. No quiero que quienquiera que sea salga herido.

 

—Cyn —dije.

 

—Se?ora, creo que no hay razón para ello. Y nosotros no tenemos la autoridad suficiente para dejar un coche frente a su casa. No sin una buena razón —explicó la mujer.

 

Tras eso, se despidieron. Y con toda probabilidad, se metieron en el coche y se rieron un rato de nosotros. Me imaginé el informe policial: llamada para informar de la aparición de un sombrero extra?o. Todo el mundo en la comisaría pasaría un buen rato a nuestra costa.

 

Una vez se hubieron ido, ambos nos sentamos frente a la mesa de la cocina, con el sombrero entre los dos. Ninguno dijo una palabra.

 

Grace entró en la cocina después de bajar las escaleras haciendo mucho ruido, se?aló el sombrero y sonrió.

 

—?Puedo ponérmelo? —preguntó.

 

—Vete a la cama, cari?o —le pedí, y ella se marchó.

 

Cynthia no soltó el sombrero hasta que subimos a nuestra habitación.

 

Esa noche, mientras miraba de nuevo el techo, me acordé de cómo en el último momento Cynthia había olvidado coger su caja de zapatos para ir al desastroso encuentro con la vidente en la cadena de televisión. Cómo había vuelto a entrar en casa, sólo un instante, mientras Grace y yo nos quedábamos en el coche.

 

Cómo, pese a que yo me había ofrecido a entrar y coger la caja yo mismo, ella se había negado.

 

Había estado mucho rato en la casa, demasiado para limitarse a coger la caja. Cuando volvió al coche me dijo que se había tomado un analgésico.

 

?No es posible?, me dije a mí mismo mirando a Cynthia, que dormía a mi lado.

 

De ninguna manera.

 

 

 

 

 

Capítulo 14

 

 

Tenía una hora libre así que asomé la cabeza en el despacho de Rolly Carruther.

 

—Tengo un rato libre. ?Tienes un minuto?

 

Rolly echó un vistazo al montón de papeles que tenía sobre la mesa. Informes de la oficina del director y de los profesores, presupuestos… Los papeles le ahogaban.

 

—Si sólo necesitas un minuto, tendré que decir que no. Pero si quieres por lo menos una hora, quizá pueda ayudarte.

 

—Una hora me parece bien.

 

—?Has comido ya?

 

—No.

 

—Pues vamos al Stonebridge. Conduces tú, a mí podrían darme ganas de estamparme.

 

Se enfundó su chaqueta deportiva y le dijo a su secretaria que iba a estar fuera un rato pero que podía localizarlo en su móvil en caso de que se declarara un incendio en la escuela.

 

—Así sabré que no tengo que volver —dijo.

 

Su secretaria insistió en que hablara con uno de los directores, que esperaba al teléfono, y Rolly me dijo que sólo serían un par de minutos. Salí del despacho y me di de bruces con Jane Scavullo, que atravesaba el vestíbulo a toda velocidad seguramente para ir al patio a romperle la crisma a alguna chica.

 

La pila de libros que llevaba entre los brazos se desparramó por el suelo del pasillo.

 

—Joder.

 

—Lo siento —dije mientras me arrodillaba para ayudarla a recogerlos.

 

—No pasa nada —respondió mientras se apresuraba a coger los libros antes de que pudiera hacerlo yo.

 

Pero no fue lo suficientemente rápida: yo ya sujetaba entre las manos Puro fuego, de Joyce Carol Gates, el libro que le había recomendado.

 

Ella me lo arrancó de las manos y lo metió entre los demás.

 

—Qué, ?te está gustando? —le dije sin dejar traslucir en mi voz el típico tono de ?ya te lo dije?.

 

—Está bien —afirmó Jean—. Esas chicas están verdaderamente metidas en un lío. ?Por qué me sugirió que lo leyera? ?Cree que yo estoy tan mal como las chicas del libro?

 

—Esas chicas no son malas del todo —repliqué—. Y no creo que tú seas como ellas. Pero pensé que disfrutarías de cómo está escrito.

 

Ella mascó su chicle.

 

—?Puedo preguntarle algo?

 

—Claro.

 

—?Qué más le da?

 

—?Qué quieres decir?

 

—?Qué más le da? Lo que lea, lo que escriba, toda esa mierda…

 

—?Crees en serio que me dedico a ser profesor sólo para hacerme rico?

 

Pareció que estaba a punto de sonreír, pero se reprimió.

 

—Tengo que irme —dijo, y se marchó.