Sin una palabra

—Yo voy a ir —dijo.

 

—Creo que me lo voy a perder. Cynthia y yo tenemos que ir a New Haven. Es por el programa de televisión. Nada importante; sólo un seguimiento.

 

En el mismo momento en que se lo dije me arrepentí de haberlo hecho.

 

Su cara se iluminó y comentó:

 

—Tienes que contármelo todo ma?ana.

 

Esbocé una sonrisa y dije que debía irme a clase. En cuanto me hube alejado, me di un golpe invisible en la cabeza.

 

Cenamos pronto para tener tiempo de conducir hasta la filial de Fox en New Haven; habíamos intentado encontrar a alguien que cuidara de Grace, pero Cynthia dijo que había hecho algunas llamadas y no había conseguido a ninguna de las chicas que venían habitualmente.

 

—Podría quedarme sola en casa —dijo Grace mientras nos preparábamos para irnos.

 

Grace nunca se había quedado sola en casa, y ciertamente no íbamos a dejar que aquélla fuera la primera noche. Quizá dentro de cinco o seis a?os.

 

—Ni lo sue?es, amiga —dije—. Tráete el libro de Cosmos, los deberes o cualquier cosa para hacer mientras estamos allí.

 

—?No puedo oír lo que dirá la se?ora? —preguntó Grace.

 

—No —contestó Cynthia antes de que yo pudiera decir lo mismo.

 

Durante la cena Cynthia había estado con los nervios de punta. Yo ya estaba en aquel estado de ánimo en que nada puede cabrearte, así que no le hice mucho caso. Lo atribuí a la ansiedad por lo que pudiera decirnos la vidente. Que alguien te leyera la mano y predijera tu futuro, o que te tirara las cartas, podía ser divertido, incluso aunque no creyeras en ello. Eso en circunstancias normales, pero en este caso iba a ser distinto.

 

—Quiere que lleve una de las cajas de zapatos —dijo Cynthia.

 

—?Cuál?

 

—Cualquiera. Dice que necesita tenerla entre las manos, así como alguna de las cosas que hay dentro, para sentir las vibraciones o lo que sea del pasado.

 

—Claro —dije—. Y supongo que van a grabarlo todo…

 

—No veo cómo podríamos negarnos. Fue gracias a su programa que apareció esta mujer; seguro que querrán hacer un seguimiento de todo.

 

—?Sabemos por lo menos quién es ella? —pregunté.

 

—Keisha —respondió Cynthia—. Keisha Ceylon.

 

—Vaya.

 

—He buscado su nombre en internet —me informó Cynthia, y a?adió—: Tiene una página web.

 

—No lo dudo —repliqué, y esbocé una sonrisa de arrepentimiento.

 

—Sé amable —me pidió.

 

Estábamos ya todos en el coche, saliendo del camino de entrada, cuando Cynthia exclamó: —?Espera! No puedo creerlo; he olvidado la caja de zapatos.

 

Había sacado del armario una de las cajas de recuerdos familiares y la había dejado encima de la mesa de la cocina para no olvidarla.

 

—Voy a por ella —dije mientras ponía el freno de mano.

 

Pero Cynthia había sacado ya las llaves del bolso y había abierto la puerta del coche.

 

—Será sólo un segundo —dijo.

 

La miré mientras subía por el camino, abría la puerta y entraba en casa, dejando las llaves colgadas de la cerradura. Me pareció que se quedaba allí un buen rato, más del que se necesitaba para coger la caja, pero entonces apareció con ésta bajo el brazo. Cerró con llave, la sacó de la cerradura y volvió a entrar en el coche.

 

—?Por qué has tardado tanto? —inquirí.

 

—Me he tomado un analgésico —me explicó—. Me duele la cabeza.

 

En la cadena de televisión nos recibió la productora con cola de caballo, que nos guió a través de un estudio hasta el decorado de un magazine, con un sofá, un par de sillas, algunas plantas artificiales y una celosía cutre de fondo. Paula Malloy se encontraba allí, y saludó a Cynthia como si fueran viejas amigas, supurando encanto como una herida abierta. Cynthia se mostró reservada. Junto a Paula había una mujer negra que debía de estar cerca de la cincuentena, vestida impecablemente con un traje azul marino. Me pregunté si era otra productora, o quizá la directora de la cadena.

 

—Me gustaría presentaros a Keisha Ceylon —dijo Paula.

 

Supongo que esperaba encontrarme a alguien con aspecto de gitana o algo así. Una hippie, quizá, con una de esas camisetas con dibujos hechos con lejía y nudos que le llegara hasta el suelo, y no a alguien que podría haber estado en una reunión de una junta directiva.

 

—Encantada de conoceros —dijo Keisha estrechándonos las manos. Debió de notar algo en mi mirada porque dijo—: Esperabas algo diferente, ?no?

 

—Tal vez —respondí.

 

—Y ésta debe de ser Grace —dijo ella, inclinándose para darle la mano a nuestra hija.

 

—Hola —saludó Grace.

 

—?Hay algún sitio al que Grace pueda ir? —pregunté.

 

—?No puedo quedarme? —dijo ésta. Luego miró a Keisha y a?adió—: ?Has tenido algo así como una visión en la que aparecían los padres de mi mamá?

 

—Quizá, cómo se dice… ?un camerino?