Sin una palabra

Yo no contesté.

 

Finalmente, con un suspiro, sacudió la cabeza y se sacó la cartera del bolsillo trasero del pantalón. La abrió y extrajo una tarjeta de plástico.

 

—Aquí está —dijo al tiempo que me la alargaba.

 

Era un permiso de conducir del estado de Nueva York a nombre de Jeremy Sloan, con una dirección de Youngstown y una foto de él.

 

—?Le importa que me lo quede un momento? —pregunté. él asintió, así que me acerqué a Cynthia y se lo ense?é—. Mira esto.

 

Ella cogió el carné con pulso vacilante entre el pulgar y el índice, y lo examinó a través de un incipiente torrente de lágrimas. Sus ojos iban de la foto del permiso al hombre. Lentamente, le devolvió el carné.

 

—Lo siento mucho —se disculpó—. Lo siento mucho, mucho…

 

El hombre recuperó su documento, lo deslizó en la cartera y volvió a sacudir la cabeza con disgusto; luego murmuró algo entre dientes —aunque la única palabra que capté fue ?chiflada?— y se dirigió hacia el parking.

 

—Venga, Cyn —dije—, vamos por Grace.

 

—?Grace? —preguntó—. ?Has dejado a Grace sola?

 

—La he dejado con alguien —respondí—. No te preocupes.

 

Pero para entonces ella ya había echado a correr hacia el centro comercial y atravesaba la planta baja en dirección a las escaleras mecánicas. Yo iba justo detrás de ella, y ambos desanduvimos el camino a través del enjambre de mesas ocupadas hacia donde habíamos estado comiendo. Allí estaban las tres bandejas con nuestros boles sin terminar de sopa y el sandwich de Styrofoam y los restos de la comida McDonald's de Grace.

 

Pero ella no estaba.

 

Y la mujer del abrigo azul tampoco.

 

—?Dónde demonios…?

 

—Oh, Dios mío —exclamó Cynthia—. ?La has dejado aquí? ?La has dejado aquí sola?

 

—Ya te he dicho que la dejé con una mujer, la que estaba sentada justo aquí.

 

Lo que quería decirle era que si no hubiera echado a correr en una persecución inútil yo no habría tenido que dejar a Grace sola.

 

—Debe de estar por aquí, en algún sitio —dije.

 

—?Quién era esa mujer? —inquirió Cynthia—. ?Qué aspecto tenía?

 

—No lo sé. Bueno, era una mujer mayor, y llevaba un abrigo azul. Estaba sentada justo ahí.

 

La mujer había dejado la ensalada sin terminar sobre la bandeja, junto con un vaso de plástico lleno hasta la mitad de Pepsi o Coca-Cola. Daba la impresión de haberse marchado de repente.

 

—Vamos a hablar con los de Seguridad —dije, intentando evitar que el pánico se apoderara de mí—. Pueden buscar a una mujer con un abrigo azul y una ni?a peque?a…

 

Mientras hablaba, miraba a un lado y otro de la planta de establecimientos de comida, buscando a alguien con uniforme.

 

—?Ha visto a nuestra ni?a? —preguntaba Cynthia a los ocupantes de las mesas de nuestro alrededor; éstos se daban la vuelta, con la mirada perdida, y se encogían de hombros.

 

—?De unos ocho a?os? Estaba sentada justo aquí…

 

La desesperación me invadió. Me giré para mirar el mostrador del McDonald's, pensando que quizá la mujer la había llevado hacia allí con la promesa de comprarle otro helado. Pero Grace era demasiado lista para eso. Sólo tenía ocho a?os, pero lo que había pasado la había inmunizado contra los extra?os que acechan en la calle.

 

Cynthia, de pie en medio de la muchedumbre que llenaba la planta del centro comercial, empezó a gritar el nombre de nuestra hija.

 

—?Grace! —gritó—. ?Grace!

 

Y entonces, tras de mí, se oyó una voz.

 

—Hola, papá.

 

Di media vuelta.

 

—?Por qué grita mamá?

 

—?Dónde demonios estabas? —pregunté. Cynthia nos había visto y se acercaba corriendo—. ?Qué ha pasado con esa mujer?

 

—Su móvil sonó y dijo que tenía que irse —explicó Grace tan tranquila—. Y entonces me entraron ganas de ir al ba?o. Ya te he dicho antes que tenía que ir. No hace falta que os pongáis así.

 

Cynthia agarró a Grace, y la abrazó con tanta fuerza que casi la ahoga. Si yo había albergado alguna duda sobre la conveniencia de no revelar la información que me había dado Tess sobre los pagos secretos, en aquel momento se esfumó. Esta familia no necesitaba más caos.

 

Nadie dijo ni una palabra durante todo el camino de vuelta a casa.

 

Cuando llegamos, la luz del contestador automático parpadeaba. Había un mensaje de uno de los productores de Deadline. Los tres nos quedamos de pie en la cocina y escuchamos lo que decía: alguien se había puesto en contacto con ellos, alguien que afirmaba saber lo que les había ocurrido a los padres y el hermano de Cynthia.

 

Cynthia devolvió inmediatamente la llamada, y esperó hasta que alguien localizó a la productora, que había ido a tomar un café. Finalmente ésta se puso al teléfono.

 

—?De quién se trata? —preguntó Cynthia sin aliento—. ?Es mi hermano?

 

Pese a todo, seguía convencida de haberlo visto hacía un momento. Aquello habría tenido sentido.

 

—No —replicó la productora.