Cuando entré en la habitación de Grace para darle un beso de buenas noches ya estaba a oscuras, pero enseguida vi su silueta recortada contra la ventana, desde donde observaba el cielo nocturno a través de su telescopio. Pude entrever la cinta adhesiva con la que había envuelto rudimentariamente el lugar donde el telescopio se unía a la base para que se mantuviera unido.
—Cari?o —dije.
Me hizo un gesto con la mano pero no se apartó del telescopio. Mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, pude ver el libro Cosmos abierto sobre la cama.
—?Qué ves? —le pregunté.
—No mucho —fue su respuesta.
—Qué lástima.
—No, al revés. Si nada se acerca a destruir la Tierra, eso es una buena noticia.
—Tiene lógica.
—No quiero que os pase nada ni a ti ni a mamá. Si un asteroide fuera a caer sobre la casa por la ma?ana, ahora lo vería acercarse, así que puedes dormir tranquilo.
Le acaricié el pelo y bajé mi mano hasta su hombro.
—Papá, me estás aplastando el ojo —se quejó Grace.
—Ay, lo siento —me disculpé.
—Creo que la tía Tess está enferma —dijo.
Oh, no. Nos había escuchado. En lugar de estar en el sótano, se había escondido en lo alto de las escaleras.
—Grace, ?estabas…?
—No parecía demasiado contenta para ser su cumplea?os —me interrumpió—. Yo estaba mucho más contenta en mi cumplea?os.
—A veces, cuando te haces mayor, el cumplea?os ya no te parece algo tan importante —expliqué—. Ya has tenido muchos. La novedad se pasa pronto.
—?Qué es novedad?
—?Sabes cuando una cosa es nueva, excitante, pero luego, al cabo de un tiempo, se vuelve aburrida? Cuando es nueva, es una novedad.
—Ah. —Giró el telescopio un poco hacia la izquierda—. La luna está muy brillante esta noche. Se pueden ver todos los cráteres.
—Vete a la cama —le dije.
—Sólo un minuto —pidió.
—Que descanses, y no te preocupes por los meteoritos esta noche.
Decidí no emplear mano dura y obligarla a meterse bajo las sábanas de inmediato. Dejar que un ni?o se acostara un poco más tarde para poder estudiar el sistema solar no me parecía un delito que mereciera la intervención de los servicios de protección al menor. Después de darle un beso suave en la oreja, salí del cuarto y volví al pasillo para ir a nuestra habitación.
Cynthia, que ya le había dado las buenas noches a Grace, estaba sentada en la cama mirando una revista; sólo pasaba las páginas, sin prestarles verdadera atención.
—Ma?ana tengo que hacer algunos recados en el centro comercial —comentó sin apartar los ojos de la revista—. Tengo que comprarle a Grace unas zapatillas de deporte nuevas.
—Las que tiene no están tan viejas…
—No, pero le aprietan en la punta. ?Te vienes con nosotras?
—Claro —me apunté—. Cortaré el césped por la ma?ana. Podríamos comer algo allí.
—Hoy ha sido un buen día —comentó ella—. No vemos a Tess lo suficiente.
—?Por qué no lo convertimos en una costumbre semanal? —propuse.
—?Tú crees? —sonrió Cynthia.
—Sí. Podríamos traerla a comer aquí, llevarla al Knickerbocker's, o ir al restaurante de marisco en el estrecho. Le gustaría.
—Le encantaría. Hoy parecía un poco preocupada. Y creo que le empieza a fallar la cabeza. Vaya, ?si ya tenía helado!
Me saqué la camisa y dejé los pantalones en el respaldo de una silla.
—Oh, bueno —repliqué—. Tampoco es tan grave.
Tess había decidido aplazar el momento de contarle a Cynthia sus problemas de salud. No quería estropearle a su sobrina la fiesta de cumplea?os. Y aunque sólo Tess podía decidir cuándo darle la noticia, sentía que estaba mal saberlo mientras mi mujer permanecía en la ignorancia.
Pero aún era una carga mayor haber descubierto de pronto que alguien había mandado anónimamente dinero a Tess durante varios a?os. ?Era justo que me guardara esa información? Seguro que Cynthia tenía mucho más derecho que yo a conocerla. Pero Tess había decidido no contárselo porque pensaba que Cynthia estaba atravesando un momento de debilidad, y yo no podía negarlo. Y sin embargo…
Me habría gustado preguntarle a Cynthia si sabía que su tía había ido un par de veces a ver a la doctora Kinzler, pero ella hubiera querido saber por qué Tess me lo había contado a mí y no a ella, así que lo dejé pasar.
—?Estás bien? —preguntó Cynthia.
—Sí, sí. Sólo un poco cansado, nada más —contesté mientras me desnudaba hasta quedar en calzoncillos.
Me cepillé los dientes y me metí en mi lado de la cama, dándole la espalda a Cynthia. Ella lanzó la revista al suelo y apagó la luz, y unos segundos después su brazo se deslizó sobre mí y me abrazó el pecho, cogiendo mi mano entre las suyas.
—?Estás muy, muy cansado? —susurró.
—Bueno, no tanto —contesté, y me di la vuelta.