Sin una palabra

La mujer del abrigo azul de la mesa de al lado estaba picoteando su ensalada, haciendo ver que no nos escuchaba.

 

Me parecía que sólo disponía de unos segundos para hablar con Cynthia y convencerla para que no hiciera algo de lo que todos nos arrepentiríamos.

 

—?Recuerdas lo que me dijiste cuando nos conocimos? ?Que siempre veías a gente que te parecía que podían ser tu familia?

 

—Pronto saldrá del lavabo. A menos que haya otra salida. ?Hay alguna puerta trasera?

 

—Creo que no —respondí—. Es perfectamente normal sentirse así. Te has pasado toda la vida buscando. Me acuerdo que una vez, hace a?os, estaba mirando el programa de Larry King, y habían llevado a aquel tipo cuyo hijo fue asesinado por O. J. Simpson… Goldman, creo que se llamaba; y le contó a Larry que a veces estaba por ahí, conduciendo, y veía a alguien con un coche igual al que tenía su hijo, así que seguía el coche, comprobaba quién era el conductor sólo para asegurarse de que no era su hijo, y eso que sabía que él estaba muerto y que aquello no tenía ningún sentido.

 

—No sabes si Todd está muerto —replicó Cynthia.

 

—Ya lo sé. No es eso lo que quería decir. Lo que digo es que…

 

—Ahí está. Va hacia las escaleras mecánicas.

 

Cynthia estaba ya de pie y alejándose.

 

—?Por todos los santos! —exclamé.

 

—?Papá! —exclamó Grace.

 

Me volví hacia ella.

 

—Quédate aquí y no te muevas, ?vale?

 

Asintió, mientras una cucharada de helado se detenía de golpe en su camino hacia la boca. La mujer de la mesa de al lado volvió a mirar hacia nosotros y nuestras miradas se cruzaron repentinamente.

 

—Disculpe —le dije—; ?le importaría vigilar un momento a mi hija?

 

Ella se me quedó mirando; no parecía muy segura de qué responder.

 

—Serán sólo un par de minutos —le indiqué en un intento por convencerla y luego me puse en pie, sin darle opción a negarse.

 

Corrí tras Cynthia. Conseguí vislumbrar la cabeza del hombre a quien perseguía mientras éste bajaba por las escaleras mecánicas. La planta de los establecimientos de comida estaba tan llena que Cynthia había tenido que aminorar la marcha, así que al llegar a lo alto de las escaleras había media docena de personas entre ella y el hombre al que perseguía, y otra media docena entre ella y yo.

 

Cuando el hombre llegó abajo empezó a caminar rápidamente hacia la salida. Cynthia intentó adelantar a una pareja que se encontraba delante de ella, pero ésta trataba de sujetar de un modo algo inestable un cochecito sobre los escalones, así que no pudo.

 

Al llegar abajo echó a correr tras el hombre, que estaba ya cerca de la puerta.

 

—?Todd! —gritó.

 

El hombre ni se enteró. Empujó la primera puerta y dejó que se cerrara tras él, para luego abrir la segunda y dirigirse hacia el parking. Yo había llegado casi a la altura de Cynthia cuando ésta alcanzó la primera puerta.

 

—?Cynthia! —la llamé.

 

Pero no me prestó más atención que la que el hombre le estaba prestando a ella. Una vez hubo atravesado las puertas, Cynthia volvió a gritar: —?Todd!

 

Tampoco le sirvió de nada; así que detuvo al hombre agarrándolo por el codo.

 

él se dio la vuelta, asustado ante la imagen de aquella mujer sin aliento y con la mirada fuera de sí.

 

—?Sí? —preguntó.

 

—Disculpe —empezó Cynthia, tomándose un momento para recuperar el aliento—, pero creo que le conozco.

 

Para entonces yo estaba ya a su lado, y el hombre me miró como preguntándome: ??Qué demonios está ocurriendo??.

 

—Creo que no —replicó lentamente.

 

—Eres Todd —afirmó Cynthia.

 

—?Todd? —El hombre sacudió la cabeza—. Se?ora, lo siento pero yo no…

 

—Sé que eres tú —interrumpió Cynthia—. Me parece estar viendo a papá, sobre todo en los ojos.

 

—Lo siento —me excusé ante el hombre—. Mi mujer cree que se parece usted a su hermano. Hace mucho tiempo que no le ve.

 

Cynthia se volvió hacia mí, enfadada.

 

—No estoy desvariando —exclamó; y a?adió, dirigiéndose al hombre—: Muy bien, ?quién es usted, entonces? Dígame quién es usted.

 

—Se?ora, no sé cuál es su jodido problema, pero a mí no me meta, ?vale?

 

Intenté colocarme entre ambos, y adopté el tono de voz más calmado que pude para decirle al hombre: —Ya sé que esto es mucho pedir, créame que lo entiendo, pero quizá, si pudiera decirnos quién es usted, eso ayudaría a calmar a mi mujer.

 

—Esto es una locura —replicó—. No tengo por qué hacer eso.

 

—?Lo ves? —insistió Cynthia—. Eres tú, pero por alguna razón no lo puedes admitir.

 

Me llevé a Cyn a un lado y le pedí que me diera un minuto. Entonces me giré hacia el hombre y le dije: —La familia de mi mujer desapareció muchos a?os atrás. Hace a?os que no ha visto a su hermano y usted se parece mucho a él. Lo entenderé si se niega, pero si pudiera mostrarme alguna identificación, un permiso de conducir o algo así, sería de mucha ayuda. De ese modo podríamos terminar con esto de una vez.

 

Estudió mi rostro por un momento.

 

—Supongo que se da cuenta de que ella necesita ayuda —dijo.