Lo desdoblé.
El mensaje estaba escrito a máquina y, deliberadamente, en mayúsculas. Decía:
ESTO ES PARA AYUDARTE CON CYNTHIA. PARA SU EDUCACIóN, PARA LO QUE NECESITES. HABRá MáS, PERO DEBES SEGUIR ESTAS REGLAS. NUNCA LE HABLES A CYNTHIA DEL DINERO. NUNCA LE HABLES A NADIE DE éL. NUNCA INTENTES AVERIGUAR DE DóNDE PROCEDE. NUNCA.
Eso era todo.
Debí de leerlo tres veces antes de mirar a Tess, que estaba de pie frente a mí.
—Nunca lo hice —afirmó—. Nunca se lo dije a Cynthia. Nunca se lo dije a nadie. Nunca intenté descubrir quién lo había dejado en mi coche. Nunca sabía cuándo o dónde aparecería. Una vez encontré uno metido en el New Haven Register en el escalón de la entrada, al anochecer. Otra vez vino en el correo, y también encontré otro en el coche.
—Y nunca viste a nadie.
—No. Quienquiera que los dejara debía de vigilarme y sabía cuándo podía hacerlo sin ser visto. ?Quieres saber algo? Siempre que aparcaba el coche me aseguraba de dejar las ventanillas un poco bajadas, por si acaso.
—?Cuánto fue en total?
—A lo largo de unos seis a?os, cuarenta y dos mil dólares.
—Jesús.
Tess alargó la mano. Quería que le devolviera la nota. La dobló, la metió bajo la goma con los sobres, se puso en pie y volvió a meterlo todo en el cajón del escritorio.
—?Y cuántos a?os hace que no has recibido nada? —pregunté.
Tess se lo pensó un momento.
—Unos quince a?os, creo. Desde que Cynthia terminó la universidad. Realmente fue una bendición. De otra manera nunca podría haberle pagado la universidad, no sin haber vendido esta casa o hipotecándola otra vez.
—Así pues —dije—, ?quién lo dejaba?
—ésa es la pregunta de los cuarenta y dos mil dólares —respondió Tess—. Es lo que siempre me he preguntado, durante todos estos a?os. ?Su madre? ?Su padre? ?Ambos?
—Lo que significaría que estaban vivos durante aquellos a?os, o al menos uno de ellos. Quizás aún lo esté. Pero si uno o el otro podía hacer eso, observarte, dejarte dinero, ?por qué no se ponían en contacto contigo?
—Lo sé —suspiró Tess—. No tiene ningún sentido. Siempre he creído que mi hermana estaba muerta, que todos lo estaban. Que murieron todos la noche que desaparecieron.
—Y si están muertos —deduje—, entonces quienquiera que te enviara el dinero era alguien que se sentía responsable de su muerte. Que intentaba arreglarlo.
—?Ves lo que quiero decir? —inquirió Tess—. Sólo plantea más preguntas de las que responde. El dinero no significa que ellos estén vivos, y tampoco significa que estén muertos.
—Pero significa algo —repliqué—. Cuando dejó de llegar, cuando quedó claro que no te iban a dar más dinero, ?por qué no se lo contaste a la policía? Podrían haber reabierto la investigación.
Los ojos de Tess parecían cansados.
—Ya sé que piensas que nunca me ha dado miedo remover un poco la mierda, pero en este caso, Terry, no estaba segura de querer saber la verdad. Estaba asustada, y me daba miedo el da?o que la verdad pudiera hacerle a Cynthia, si lográbamos descubrirla. Todo esto se ha cobrado su deuda en mí. El estrés. Me pregunto si es la razón de que esté enferma; dicen que el estrés puede hacerte eso, afectar a tu cuerpo.
—Eso he oído. —Hice una pausa—. Quizá necesites hablar con alguien.
—Oh, ya lo intenté —explicó Tess—. Fui a ver a vuestra doctora Kinzler.
Yo parpadeé.
—?Ah sí?
—Cynthia dijo algo de ir a verla, así que la llamé y la he visitado un par de veces. Pero no sé, no estoy preparada para abrirme con un extra?o. Hay algunas cosas que sólo se cuentan a la familia.
Oímos entrar un coche en el camino.
—Decide tú si quieres contárselo a Cynthia —me indicó Tess—. Lo de los sobres, quiero decir. Sobre lo mío ya le hablaré yo; pronto.
Una puerta se abrió y se cerró. Eché un vistazo por la ventana y vi a Cynthia dirigirse a la parte de atrás del coche, que tenía el maletero abierto.
—Tengo que pensarlo un poco —dije—. No sé qué hacer. Pero gracias por contármelo. —Hice una pausa—. Ojalá me lo hubieras contado antes.
—Ojalá hubiera podido.
La puerta principal se abrió y Cynthia entró con un par de bolsas al mismo tiempo que Grace reaparecía desde el sótano, con la caja de helado sujeta sobre el pecho como si fuera un mu?eco de peluche y la boca manchada de chocolate.
Cynthia la miró con curiosidad. Yo podía percibir cómo maquinaba su cabeza, pensando que la habíamos echado con una excusa.
—Nada más irte —explicó Tess— nos dimos cuenta de que sí había helado. Pero aun así necesitaba las demás cosas; hoy es mi maldito cumplea?os. Vamos a hacer una fiesta.
Capítulo 10