—Yo nunca he dicho nada así.
La doctora Kinzler nos miró.
—Bueno, yo sí me lo he dicho a mí misma —prosiguió Cynthia—. Cientos de veces. Y ojalá pudiera. Pero a veces, y sé que esto va a parecer una locura…
La doctora y yo estábamos en completo silencio.
—A veces puedo oírlos. Les oigo hablar, a mi madre, a mi hermano. A papá. Los oigo como si estuvieran en la habitación conmigo. Hablando.
La doctora Kinzler fue la primera en hablar.
—?Les contestas?
—Eso creo —respondió Cynthia.
—?Estás so?ando cuando ocurre esto?
Cynthia reflexionó.
—Supongo que sí. Vaya, ahora no los oigo. —Esbozó una sonrisa triste—. Tampoco los he oído en el coche cuando veníamos.
Yo suspiré, interiormente aliviado.
—Así que quizá me pase cuando duermo, o cuando sue?o despierta. Pero es como sí estuvieran a mi lado, como si intentaran hablar conmigo.
—?Qué tratan de decirte? —preguntó la doctora Kinzler.
Cynthia apartó la mano de mi brazo y entrecruzó los dedos sobre el regazo.
—No lo sé; depende. A veces no hablan de nada en particular. De lo que hay para cenar o lo que dan por la tele. Nada importante. Y otras veces…
Debió de parecer que yo iba a decir algo, porque la doctora me lanzó otra mirada. Pero no iba a hacerlo. Mi boca se había abierto anticipadamente, preguntándose qué iba a decir Cynthia. Era la primera noticia que tenía de que oía hablar a su familia.
—Otras veces me piden que me reúna con ellos.
—?Reunirte con ellos? —preguntó la doctora Kinzler.
—Me piden que vaya y me quede con ellos, para que podamos volver a ser una familia.
—?Qué les respondes tú? —inquirió la doctora.
—Les digo que quiero ir, pero que no puedo.
—?Por qué? —pregunté.
Cynthia me miró a los ojos y sonrió tristemente.
—Porque en el lugar en que están, quizá no pudiera llevaros a Grace y a ti.
Capítulo 8
—?Y si me salto todo el resto y lo hago ya? —preguntó él—. Entonces podría volver a casa.
—No, no, no —dijo ella, en un tono casi de enfado. Se tomó un momento para calmarse—. Sé que te gustaría volver, y no hay nada que yo desee más. Pero antes tenemos que apartar algunos obstáculos del camino. No seas impaciente. Cuando yo era más joven, a veces era un poco impetuosa, demasiado impulsiva. Ahora sé que es mejor tomarte tu tiempo para hacer bien las cosas.
Pudo oírle suspirar al otro lado del teléfono.
—No quiero fastidiarlo —dijo él.
—Y no lo harás. Siempre has sido complaciente, ya lo sabes. Está bien que haya al menos uno en casa. —Una sonrisita—. Eres un buen chico y te quiero más de lo que nunca podrás imaginar.
—En realidad ya no soy un chico.
—Y yo tampoco soy una ni?a peque?a ya, pero al pensar en ti yo siempre te veré como cuando eras peque?o.
—Va a ser raro… hacerlo.
—Lo sé; pero eso es lo que intento decirte. Si tienes paciencia, cuando llegue el momento, cuando el escenario esté preparado, parecerá la cosa más natural del mundo.
—Supongo. —No sonaba muy convencido.
—Eso es lo que debes recordar. Lo que estás haciendo forma parte de un gran ciclo. Nosotros formamos parte de ese ciclo. ?La has visto ya?
—Sí. Fue extra?o. Una parte de mí quería decir hola, decirle, eh, no te creerías quién soy.
Capítulo 9
El fin de semana siguiente fuimos a ver a la tía de Cynthia, Tess, que vivía en una casa modesta y peque?a a medio camino de Derby, junto a la arbolada Derby Milford Road. Vivía a menos de veinte minutos de nuestra casa, pero no íbamos a verla tan a menudo como deberíamos, así que cuando había una ocasión especial, como el día de Acción de Gracias o Navidad o, como era el caso de ese fin de semana en concreto, su cumplea?os, no desaprovechábamos la ocasión de estar juntos.
A mí me parecía una buena idea. Quería a Tess casi tanto como Cynthia. No sólo porque era una estupenda viejales (cuando la llamaba así corría el riesgo de llevarme una mirada asesina pero al mismo tiempo divertida), sino también por lo que había hecho por Cynthia cuando su familia desapareció. Se había hecho cargo de una adolescente que a veces, y Cynthia era la primera en admitirlo, podía ser de armas tomar.