Sin una palabra

Ella no miró hacia atrás. Corría para alcanzar a sus amigas gritando: —?Esperadme!

 

Me metí las manos en los bolsillos y pensé en volver a casa y pasar un rato a solas con Cynthia.

 

Y entonces apareció el coche marrón.

 

Era un viejo modelo americano, bastante común, un Impala, creo, con las llantas de los neumáticos algo oxidadas. Los vidrios estaban tintados, pero era un trabajo chapucero y el cristal estaba cubierto de burbujas de aire, como si el coche tuviera sarampión o algo así.

 

Me erguí y observé el coche mientras bajaba por la calle, hasta la esquina antes de la escuela, donde Grace charlaba con dos amigas.

 

Se quedó parado allí, a unos metros de Grace, y por un momento se me hizo un nudo en el estómago.

 

Entonces uno de los intermitentes traseros del coche marrón empezó a parpadear, el coche giró a la izquierda y desapareció por otra calle.

 

Grace y sus amigas, ayudadas por un regulador de tráfico con un chaleco naranja y una gran se?al de STOP, cruzaron la calle y llegaron al recinto de la escuela. Para mi sorpresa, ella volvió la vista y me saludó. Como respuesta alcé mi mano.

 

Vale, así que había un coche marrón. Pero ningún hombre había saltado de él y perseguido a mi hija, ni a otro ni?o. Si resultaba que el conductor era un asesino en serie chalado, que sería lo contrario de un asesino en serie cuerdo, no iba a cometer un asesinato en serie aquella ma?ana.

 

Por lo visto era algún tío que iba al trabajo.

 

Me quedé allí parado un momento, viendo cómo Grace era engullida por una muchedumbre de estudiantes, y sentí que me invadía la tristeza. En el mundo de Cynthia, todos conspiraban para llevarse a sus seres queridos.

 

Quizá si no hubiera estado pensando esas cosas habría aligerado el paso mientras volvía. Pero al acercarme a nuestra casa traté de sacudirme los pensamientos lúgubres para ponerme en un mejor estado mental. Después de todo, mi mujer me estaba esperando, seguramente bajo el edredón.

 

Así que aceleré lo que quedaba de la última manzana, subí a paso ligero el camino y entré por la puerta principal.

 

—Ya he vuelto —grité.

 

No hubo respuesta.

 

Creí que eso quería decir que Cynthia ya estaba en la cama, esperando que yo subiera, pero al poner el pie en el primer escalón oí una voz desde la cocina.

 

—Estoy aquí —dijo Cynthia; su voz sonaba apagada.

 

Me quedé en la puerta. Se encontraba sentada a la mesa de la cocina, con el teléfono frente a ella. Su cara estaba pálida.

 

—?Qué? —pregunté.

 

—Han llamado —explicó Cynthia en voz baja.

 

—?Quién?

 

—No ha dicho quién era.

 

—Bueno, ?y qué quería?

 

—Todo lo que ha dicho es que tenía un mensaje.

 

—?Qué tipo de mensaje?

 

—Ha dicho que me perdonan.

 

—?Qué?

 

—Mi familia. Ha dicho que me perdonan por lo que hice.

 

 

 

 

 

Capítulo 7

 

 

Me senté junto a Cynthia a la mesa de la cocina, puse mi mano sobre la suya y noté que estaba temblando.

 

—Muy bien —la tranquilicé—. Trata de recordar qué te dijo exactamente.

 

—Ya te lo he dicho —respondió, cortante. Luego se mordió el labio inferior—. Dijo… Vale, un momento. —Se recompuso—. El teléfono sonó y yo dije ?hola? y él preguntó: ??Hablo con Cynthia Bigge??. Me sorprendió que me llamara así, pero le contesté que sí. Y él dijo… no puedo creer que dijera eso; dijo: ?Tu familia… ellos te perdonan?. —Hizo una pausa—. ?Por lo que hiciste?. No sabía qué decir. Creo que le pregunté quién era, de qué estaba hablando.

 

—?Y qué dijo él?

 

—No dijo nada más. Colgó. —Una lágrima solitaria resbaló por la mejilla de Cynthia mientras alzaba la vista hacia mí—. ?Por qué tendría que decir algo así? ?Qué quiere decir con que me perdonan?

 

—No lo sé —le respondí—. Probablemente es algún chalado. Algún chalado que vio el programa.

 

—Pero ?por qué llamaría alguien y diría algo así? ?Qué sentido tiene?

 

Me acerqué el teléfono. Era el único de alta tecnología que teníamos en casa, con una peque?a pantalla de identificación de llamadas.

 

—?Por qué tendría que decir que mi familia me perdona? ?Qué cree mi familia que hice? No lo entiendo. Y si creen que les hice algo, ?cómo pueden decirme que me perdonan? No tiene ningún sentido, Terry.

 

—Lo sé. Es una locura. —Tenía la vista puesta en el teléfono—. ?Miraste de dónde procedía la llamada?

 

—Sí, pero no aparecía nada en la pantalla, y luego él colgó y yo intenté comprobar el número.

 

Presioné la tecla que mostraba el historial de llamadas. No había constancia de ninguna llamada en los últimos minutos.

 

—No sale nada —dije.

 

Cynthia se sorbió los mocos, se secó la lágrima de la mejilla y se inclinó sobre el teléfono.

 

—Debo de haber… ?Qué he hecho? Cuando fui a comprobar la llamada apreté esta tecla para grabarla.

 

—Así es como la has borrado —le indiqué.

 

—?Qué?

 

—Has borrado la última llamada del historial.