Sin una palabra

—Usted piensa que es por mí.

 

Los hombros de la doctora se alzaron un milímetro. Un encogimiento cauteloso.

 

—?Y usted qué cree?

 

—Trato de no mostrarme preocupada delante de ella —dijo Cynthia—. Intentamos no hablar de estas cosas si está ella.

 

Supongo que hice algún ruido, un peque?o resoplido, lo suficiente para llamar su atención.

 

—?Sí? —preguntó la doctora Kinzler.

 

—Ella lo sabe —respondí—. Grace sabe mucho más de lo que dice. Ha visto el programa.

 

—?Qué? —exclamó Cynthia.

 

—Lo vio en casa de una amiga.

 

—?De quién? —inquirió Cynthia—. Quiero el nombre.

 

—No lo sé. Y no creo que tenga ningún sentido darle el golpe de gracia a Grace. —Miré a la doctora Kinzler—. Hablando figuradamente.

 

La doctora asintió. Cynthia se mordió el labio inferior.

 

—No está preparada. No hace falta que sepa estas cosas sobre mí; no ahora. Necesita que la protejan.

 

—ésa es una de las cosas más duras de ser padre —intervino la doctora Kinzler—. Darse cuenta de que no puedes proteger a tus hijos de todo.

 

Cynthia dejó que las palabras se desvanecieran y luego dijo: —Ha habido una llamada.

 

Le dio los detalles a la doctora Kinzler, reproduciendo la conversación casi palabra por palabra. ésta hizo algunas preguntas parecidas a las que había hecho yo. ?Había reconocido la voz? ?Había llamado antes aquel hombre? Ese tipo de cosas.

 

—?Qué cree que quería decir el que llamó con lo de que su familia quiere perdonarla?

 

—No tiene ningún sentido —exclamé—. Sólo era algún loco.

 

La doctora me dedicó una mirada que interpreté como: ?Cállate?.

 

—Eso es en lo que no puedo dejar de pensar —respondió Cynthia—. ?Cómo que me perdonan? ?Por no haberlos encontrado? ?Por no haber hecho más por descubrir qué les ocurrió?

 

—No era algo que le pudieran exigir —respondió la doctora Kinzler—. Era usted una ni?a. Con catorce a?os todavía se es una ni?a.

 

—Y entonces me pregunto, ?es que acaso creen que fue culpa mía desde el principio? ?Se fueron por mi culpa? ?Qué podía haber hecho yo para que me abandonaran en plena noche?

 

—Hay una parte de usted que aún cree que de algún modo fue responsabilidad suya —indicó la doctora Kinzler.

 

—Mire —dije antes de que Cynthia pudiera responder—. Ha sido una llamada estúpida. El programa lo vio toda clase de gente. No es muy sorprendente que algunos sonados hayan salido del nido.

 

La doctora Kinzler suspiró levemente y me miró.

 

—Terry, quizá sería un buen momento para que Cynthia y yo habláramos a solas.

 

—No, está bien —intervino Cynthia—. No tiene por qué irse.

 

—Terry —dijo la doctora, haciendo un esfuerzo tan grande por ser paciente que se veía que estaba cabreada—, claro que puede haber sido la llamada de un loco, pero lo que dijo también puede haber despertado emociones en Cynthia, y entender su reacción ante esas emociones es una buena oportunidad de trabajar con ellas.

 

—?Con qué estamos trabajando exactamente? —pregunté. No era mi intención ser impertinente; la verdad es que quería saberlo—. No intento parecer un imbécil, pero es que por un momento he perdido de vista el objetivo.

 

—Lo que estamos intentando es ayudar a Cynthia a resolver un acontecimiento traumático que tuvo lugar en su infancia pero cuyas consecuencias siguen aún presentes; no sólo por su propio bien, sino también por la relación que ambos comparten.

 

—Nuestra relación está bien.

 

—él no siempre me cree —soltó Cynthia.

 

—?Qué?

 

—No siempre me crees —repitió—. Me doy cuenta. Como cuando te conté lo del coche marrón. No crees que signifique nada. Y cuando ese hombre llamó esta ma?ana, cuando no podías encontrar la llamada en el registro, te preguntaste si de verdad había habido una llamada.

 

—Yo nunca he dicho eso —me defendí. Miré a la doctora Kinzler, como si ella fuera una jueza y yo un acusado desesperado por probar su inocencia—. Eso no es verdad. Nunca he dicho nada parecido.

 

—Pero sé que lo estabas pensando —argumentó Cynthia, sin rastro de enojo en su voz. Se incorporó y me tocó el brazo—. Y honestamente, no te culpo. Sé lo que ha sido vivir conmigo últimamente. Sé que ha sido duro. Y no sólo estos últimos meses, sino desde que nos casamos. Está siempre sobre nosotros. Intento apartarlo, como si lo metiera en un armario, pero de vez en cuando es como si abriera la puerta por error y todo se desparramara. Cuando nos conocimos…

 

—Cynthia, no…

 

—Cuando nos conocimos supe que acercándome a ti sólo te aportaría parte del dolor que había sentido, pero fui egoísta. Estaba tan desesperada por compartir tu amor, incluso aunque eso quisiera decir que tú tenías que compartir mi dolor… Y has tenido tanta paciencia, tanta… Y te quiero por eso. Debes de ser el hombre más paciente del mundo. Si yo fuera tú, también estaría exasperado conmigo. Supéralo ya, ?no? Ocurrió hace mucho tiempo. Como me dijo Pam. Supéralo de una jodida vez.