Sin una palabra

—Oh, mierda —se lamentó Cynthia—. Estaba tan alterada; estaba muy nerviosa, no sabía lo que hacía.

 

—Claro —la tranquilicé—. Y este tipo, ?cómo sonaba?

 

Cynthia no me escuchaba. Tenía una expresión ausente en la cara.

 

—No puedo creer que lo hiciera. No puedo creer que borrara el número. Pero de todos modos en la pantalla no salía nada. Como cuando llaman desde un número privado.

 

—Muy bien, no nos preocupemos más por eso. Pero el hombre, ?cómo sonaba?

 

Cynthia alzó sus manos en un gesto de impotencia.

 

—Era sólo un hombre. Hablaba un poco bajo, como si intentara disimular, ya sabes. Pero no había nada más. —Hizo una pausa, y luego sus ojos se iluminaron con una idea—. Tendríamos que llamar a la compa?ía telefónica. Quizá tengan un registro de la llamada, quizás incluso la hayan grabado.

 

—No graban las conversaciones de todo el mundo —le expliqué—. No importa lo que alguna gente piense. ?Y qué vamos a contarles? Es una sola llamada, de un chiflado que seguramente vio el programa. No te amenazó, ni siquiera usó un lenguaje obsceno. —Le rodeé los hombros con el brazo—. No te preocupes por eso. Hay demasiada gente que sabe lo que te pasó; eso puede convertirte en un objetivo. ?Sabes lo que deberíamos hacer?

 

—?Qué?

 

—Conseguir un número que no salga en el listín telefónico; así no recibiremos llamadas como ésta.

 

Cynthia negó con la cabeza.

 

—No. No vamos a hacer eso.

 

—No creo que cueste tanto, y además…

 

—No. No vamos a hacerlo.

 

—?Por qué no?

 

Tragó saliva.

 

—Porque cuando estén preparados para llamar, cuando mi familia decida finalmente ponerse en contacto conmigo, tienen que poder encontrarme.

 

Tenía un rato libre después de comer, así que me escapé de la escuela, crucé la ciudad con el coche para ir a Pamela's, y entré en la tienda con cuatro cafés.

 

No era lo que se diría una tienda de ropa de lujo, y Pamela Foster, en un tiempo la mejor amiga de Cynthia en el instituto, no buscaba una clientela joven y moderna. Los colgadores estaban llenos de ropa más bien conservadora, la clase de ropa, me gustaba bromear con Cynthia, que preferían las mujeres que llevaban zapatos cómodos.

 

—Vale, no es exactamente Abercrombie & Fitch[3] —concedía Cynthia—. Pero en A & F no me dejarían elegir el horario para poder recoger a Grace después de la escuela, y Pam sí.

 

ésa era la cuestión.

 

Cynthia estaba en la parte de atrás de la tienda, junto a un vestidor y hablando con una clienta a través de la cortina.

 

—?Quiere probárselo en una 42? —preguntaba.

 

No me había visto, pero Pam sí, y me sonrió desde detrás de la caja registradora.

 

—?Hola!

 

Pam, alta, delgada y con poco pecho, se elevaba sobre unos tacones de unos ocho centímetros. Su vestido turquesa a la altura de las rodillas tenía el suficiente estilo para hacer sospechar que no era de su tienda. Que se enfocara a una clientela poco familiarizada con las páginas del Vogue no quería decir que tuviera que ponerse a su altura.

 

—Eres demasiado amable —dijo, mirando los cuatro cafés—. Pero por el momento sólo estamos Cynthia y yo guardando el fuerte. Ann se ha tomado un descanso.

 

—Quizás aún esté caliente cuando vuelva.

 

Pam levantó la tapa de plástico y echó dentro un sobre de café Splenda.

 

—?Y qué?, ?cómo van las cosas?

 

—Bien.

 

—Cynthia dice que todavía no hay nada. Del programa.

 

?Es que todo el mundo quería hablar de eso? ?Lauren Wells, mi propia hija y ahora Pam Foster?

 

—Así es —respondí.

 

—Le dije que no lo hiciera —exclamó, sacudiendo levemente la cabeza.

 

—?Ah sí?

 

Era la primera noticia que tenía.

 

—Hace mucho tiempo; la primera vez que la llamaron para que lo hiciera. Le dije: ?Cari?o, deja las cosas como están?. No tiene sentido remover esa mierda.

 

—Sí, bueno —dije.

 

—Le dije: ?Mira, hace veinticinco a?os, ?verdad?, lo que sea que pasara, pasó; si no puedes seguir con tu vida después de todo lo que ha llovido, bueno… ?dónde vas a estar dentro de cinco a?os, o de diez??.

 

—No me ha contado nada de esto —dije.

 

Cynthia nos había visto hablando y me saludó, pero no se movió de su sitio junto a la cortina del probador.

 

—La mujer que está ahí dentro, probándose ropa que no le cabe de ninguna manera… —susurró Pamela— se ha llevado cosas sin pagar en alguna ocasión, así que la vigilamos de cerca cuando viene.

 

—?Os ha robado? —pregunté, y Pamela asintió—. Y entonces, ?por qué no se lo cobras? ?Por qué la dejas volver?

 

—No lo puedo probar; sólo tenemos sospechas. De algún modo, le hacemos saber que lo sabemos, sin decírselo, y no la perdemos de vista.

 

Empecé a imaginarme a la mujer que había tras la cortina. Joven, con pinta de dura y algo chula. El tipo de persona que dirías que es una ladrona en una rueda de reconocimiento, quizá con un tatuaje en el hombro.