Sin una palabra

Grace, que no podía oírnos, estaba en el camino de entrada, dando vueltas como si fuera una excavadora de mano.

 

—?Y si se quedan un rato fuera jugando? —le pregunté—. Si ven a un tipo como yo merodeando por el patio, ?no llamarán a la poli?

 

—Si yo te viera ahí fuera te arrestaría al instante —bromeó Cynthia—. Vale, entonces acompá?ala hasta el patio. Eso es todo. —Me atrajo hacia ella—. Así pues, ?a qué hora exactamente tienes que estar en la escuela?

 

—No hasta que empiece la segunda hora de clase.

 

—Entonces tienes casi una hora —dijo, y me dedicó una mirada que yo no veía tan a menudo como me hubiera gustado.

 

—Sí —respondí sin inmutarme—. Correcto, se?ora Archer. ?Estás pensando en algo?

 

—Quizá, se?or Archer.

 

Cynthia me dirigió una sonrisa y me besó suavemente en los labios.

 

—?No sospechará Grace cuando le diga que tenemos que ir corriendo a la escuela?

 

—Vete ya —me ordenó mientras me empujaba hacia la puerta.

 

—Bueno, ?cuál es el plan? —preguntó Grace en cuanto empezamos a bajar el camino de entrada, uno al lado del otro.

 

—?Plan? —le dije—. No hay ningún plan.

 

—Quiero decir que hasta dónde vas a acompa?arme.

 

—Había pensado en entrar contigo y quizá sentarme en clase durante una hora o así.

 

—Papá, no te burles.

 

—?Quién ha dicho que me esté burlando? Me gustaría sentarme en clase contigo. Ver si haces bien tu trabajo.

 

—Ni siquiera cabrías en el pupitre —se?aló Grace.

 

—Podría sentarme encima —repliqué—. No soy un alumno.

 

—Mamá parecía bastante contenta hoy —comentó Grace.

 

—Claro que lo estaba —le dije—. Mamá es feliz muchas veces. —Grace me miró de una forma que sugería que yo no estaba siendo del todo sincero con ella—. Tu madre tiene muchas cosas en la cabeza estos días. No está siendo una época fácil para ella.

 

—Porque han pasado veinticinco a?os —soltó Grace de forma espontánea.

 

—Eso es —afirmé.

 

—Y por el programa de la tele —a?adió—. No sé por qué no me lo dejasteis ver. Lo grabasteis, ?verdad?

 

—Tu madre no quiere que te preocupes —expliqué—. Por las cosas que le pasaron.

 

—Una de mis amigas lo grabó —dijo Grace con calma—. La verdad es que ya lo he visto, ?sabes?

 

Su voz tenía un tonillo de ?para que lo sepas?.

 

—?Cómo que lo has visto? —pregunté.

 

Cynthia mantenía a nuestra hija tan a raya que se habría enterado si Grace hubiera ido a casa de una amiga después de la escuela. ?Había entrado Grace de contrabando una cinta de vídeo en casa y la había visto con el volumen bajado mientras nosotros estábamos arriba, en el despacho?

 

—Fui a su casa a la hora de comer —respondió Grace.

 

Incluso a los ocho a?os, no podías esconderles las cosas. En cinco a?os sería una adolescente. Jesús.

 

—Quienquiera que te lo dejara ver no debería haberlo hecho —dije.

 

—El poli me pareció malo —soltó.

 

—?Qué poli? ?De qué hablas?

 

—El que salía en el programa, el que vive en una caravana de esas brillantes. El que dijo que era raro que sólo hubiera sobrevivido mamá. Vi lo que estaba insinuando; insinuaba que mamá lo hizo. Que los mató a todos.

 

—Sí, bien, era un gilipollas.

 

Grace volvió rápidamente la cabeza y me miró.

 

—Peso falso —dijo.

 

—Decir palabrotas no es un peso falso —dije, y sacudí la cabeza; no quería hablar de eso.

 

—?A mamá le gustaba su hermano, Todd?

 

—Claro. Le quería. Se peleaba con él, como muchos hermanos, pero le quería. Y no le mató ni a él ni a su madre ni a su padre, y lamento mucho que vieras ese programa y escucharas a ese gilipollas, sí, gilipollas, de detective sugerir semejante cosa. —Hice una pausa—. ?Le vas a decir a tu madre que has visto el programa?

 

Atónita todavía por mi desvergonzado uso de una palabrota, Grace negó con la cabeza.

 

—Creo que alucinaría.

 

Probablemente era cierto, pero no quería admitirlo.

 

—Bueno, quizá deberías en algún momento, cuando todos tengamos un buen día.

 

—Hoy va a ser un buen día —dijo Grace—. Ayer por la noche no vi ningún meteorito, así que todo irá bien al menos hasta esta noche.

 

—Me alegro de saberlo.

 

—Creo que ha llegado el momento de que dejes de acompa?arme —dijo Grace.

 

Más arriba vi a algunas ni?as de su edad, quizá sus propias amigas. Más ni?os desembocaban en nuestra calle desde las calles laterales. La escuela quedaba ya al alcance de la vista, tres manzanas más allá.

 

—Nos estamos acercando —dijo Grace—. Puedes vigilarme desde aquí.

 

—Vale —le respondí—. Esto es lo que vamos a hacer: tú empiezas a alejarte de mí y yo andaré como un viejecito. Como Tim Conway[2].

 

—?Quién?

 

Empecé a arrastrar los pies y Grace se rió.

 

—Adiós, papá. —Se despidió y se marchó a toda prisa.

 

No la perdí de vista mientras avanzaba a peque?os pasos y me sobrepasaban ni?os en bicicleta, monopatín y con patines en línea.