Sin una palabra

—Hay algo más —a?adió.

 

Por el modo en que lo dijo parecía que lo que tenía que contarme era incluso peor que el hecho de que se estuviera muriendo.

 

—Hay algunas cosas que necesito explicar mientras aún puedo; arrancármelas del pecho. ?Sabes lo que quiero decir?

 

—Me imagino que sí.

 

—Y no me queda mucho tiempo para contarlo. ?Qué pasa si ocurre algo y ma?ana me muero? ?Y si nunca tengo la oportunidad de explicarte lo que sé? El caso es que no estoy segura de que Cynthia esté preparada para escucharlo; ni siquiera sé si le servirá de algo saberlo, porque plantea más preguntas de las que responde. Más que ayudarla, podría atormentarla.

 

—Tess, ?de qué estás hablando?

 

—Ten un poco de paciencia y escúchame. Es necesario que lo sepas, porque algún día podría ser una pieza importante del puzle. Quizás en el futuro descubras alguna cosa más acerca de lo que les ocurrió a mi hermana y a su familia. Y si lo haces, esto podría resultar útil.

 

Estaba respirando, pero me sentía como si estuviera conteniendo la respiración mientras esperaba que Tess dijera lo que tenía que decir.

 

—?Qué? —espetó Tess, mirándome como si fuera estúpido—. ?No quieres saberlo?

 

—Por Dios, Tess; estoy esperando.

 

—Es acerca del dinero —dijo.

 

—?El dinero?

 

Tess asintió con aire cansado.

 

—Había dinero. De repente aparecía.

 

—?Dinero de dónde?

 

Enarcó las cejas.

 

—Bueno, ésa es la cuestión, ?no? ?De dónde venía? ?Quién lo enviaba?

 

Me pasé la mano por la cabeza; empezaba a sentirme exasperado.

 

—Empieza por el principio —le rogué.

 

Tess inspiró aire por la nariz lentamente.

 

—Yo sabía que no iba a ser fácil criar a Cynthia pero, como he dicho, no tenía otra opción. Era mi sobrina. Yo la quería como si fuera mi propia hija, así que cuando ocurrió aquella tragedia, la acogí.

 

?Había sido una chica un poco alocada hasta que los suyos desaparecieron; eso de algún modo la calmó. Empezó a tomarse las cosas un poco más en serio, a prestar atención en la escuela. Tenía sus momentos, claro. La poli la trajo una noche a casa: llevaba marihuana encima.

 

—?De verdad? —me sorprendí.

 

Tess sonrió.

 

—La dejaron irse con una advertencia. —Se puso un dedo sobre los labios—. Ni una palabra.

 

—Claro.

 

—De cualquier modo, si te ocurre algo así, perder a tu familia, te crees que tienes licencia para hacer lo que te dé la gana, andar por ahí, llegar tarde; es como si la vida te debiera algo, ?sabes?

 

—Eso creo.

 

—Pero había una parte de ella que quería centrarse. Quería hacer algo con su vida por si sus padres volvían, para que no pensaran que era una inútil. Aunque se hubieran ido, quería que se sintieran orgullosos de ella. Así que decidió ir a la escuela, a la universidad.

 

—La Universidad de Connecticut —agregué yo.

 

—Eso es. Una buena universidad; y no precisamente barata. Me preguntaba cómo me las apa?aría para pagarla. Sus notas no eran malas, pero no daban para una beca, tú ya me entiendes. Así que decidí pedir un préstamo para ella.

 

—Ya.

 

—Encontré el primer sobre en el coche, en el asiento del acompa?ante —explicó Tess—. Simplemente estaba allí. Un día salí del trabajo, me metí en el coche, y allí estaba aquel sobre en el asiento de al lado. Yo había cerrado con llave, pero había dejado las ventanas abiertas unos milímetros para que se ventilara. Había espacio suficiente para meter el sobre, aunque era bastante gordo.

 

Incliné la cabeza hacia un lado.

 

—?Dinero?

 

—Unos cinco mil dólares —replicó Tess—. Todo tipo de billetes. De veinte, de cinco, algunos de cien.

 

—?Un sobre lleno de billetes? ?Sin explicación, ni nota ni nada?

 

—Oh, había una nota.

 

Se levantó de su sillón, avanzó unos pasos hacia un antiguo escritorio de persianilla que había a un lado de la puerta principal y abrió el cajón.

 

—Encontré todo esto cuando empecé a limpiar el sótano, mientras revisaba las cajas de libros y demás. Tengo que empezar a deshacerme de cosas, para que a ti y a Cynthia os sea más fácil revisarlo todo cuando no esté.

 

Atado con una goma había un montón de sobres, quizás una docena o más. Juntos no abultaban más de unos milímetros.

 

—Por supuesto, ahora están vacíos —se?aló Tess—. Pero aun así he guardado todos los sobres, aunque no haya nada escrito en ellos, ni remitente ni sello postal, por supuesto. Pero pensé, ?y si tienen huellas dactilares o algo que algún día pueda resultar útil?

 

Tess los estaba sujetando con las manos, así que era dudoso que contuvieran muchas pruebas, pero lo cierto es que la ciencia forense tampoco era mi especialidad.

 

Tess sacó un trozo de papel de debajo de la goma.

 

—ésta es la única nota que recibí. Con el primer sobre. Los que siguieron tenían dinero, pero nunca más volví a recibir ninguna nota.

 

Me alargó un folio doblado en tres. El tiempo le había dado una pátina amarillenta.