Sin una palabra

—?Dios mío!

 

Dio tres pasos vacilantes hacia mí y alargó la mano. Yo le acerqué el sombrero y ella lo cogió, sujetándolo como si fuera un tesoro de la tumba de Tutankamón. Lo sostuvo un momento entre las manos, y luego se lo acercó a la cara. Por un momento creí que iba a ponérselo, pero en lugar de ello se lo llevó a la nariz y aspiró su olor.

 

—Es él —afirmó.

 

No se lo iba a discutir. Sabía que el sentido del olfato era quizás el más sugestivo a la hora de traer de vuelta recuerdos. Recordaba haber regresado a la casa de mi propia infancia —de la que nos mudamos cuando yo tenía cuatro a?os— una vez, siendo ya adulto, y haber preguntado si les importaba que entrara a echar un vistazo. Fueron de lo más amable, y pese a que la distribución de la casa, el crujido del cuarto escalón de la escalera y la vista del jardín trasero desde la ventana de la cocina resultaban de lo más familiar, fue al bajar al sótano y notar un aroma a cedro mezclado con humedad cuando casi me mareé. Un torrente de recuerdos me asaltó en ese momento.

 

Así que me podía hacer una idea de lo que estaba sintiendo Cynthia mientras sostenía el sombrero contra su cara. Podía oler a su padre.

 

Sabía que era él.

 

—Ha estado aquí —dijo—. Ha estado justo aquí, en esta cocina, en nuestra casa. ?Por qué, Terry? ?Por qué iba a venir? ?Por qué haría algo así? ?Por qué dejaría su maldito sombrero y no esperaría a que yo llegara a casa?

 

—Cynthia —intenté tranquilizarla, hablando en voz baja—, supongamos que es el sombrero de tu padre, y si tú dices que lo es yo me lo creo; pero el hecho de que esté aquí no significa que lo haya dejado tu padre.

 

—Nunca iba a ninguna parte sin él. Lo llevaba siempre a todos lados; y lo llevaba también la última noche que lo vi. No lo dejó en casa. Sabes lo que eso significa, ?verdad?

 

Yo esperé.

 

—Significa que está vivo.

 

—Podría ser, pero no necesariamente.

 

Cynthia dejó el sombrero de nuevo en la mesa, alargó la mano hacia el teléfono, se detuvo, volvió a alargarla y otra vez se detuvo.

 

—La policía —dijo—. Puede obtener huellas dactilares.

 

—?Del sombrero? —inquirí—. Pero ya sabes que es de tu padre. ?Qué significaría que consiguieran sus huellas?

 

—No —replicó Cynthia—. Del pomo. —Se?aló hacia la puerta de entrada—. O de la mesa, de cualquier lado. Si encuentran sus huellas por aquí, eso significaría que está vivo.

 

Yo no lo tenía tan claro, pero estuve de acuerdo en que llamar a la policía era una buena idea. Alguien —si no era Clayton Bigges, entonces otra persona— había estado en nuestra casa mientras nosotros nos encontrábamos fuera. ?Se podía considerar allanamiento de morada si no había nada roto? En cualquier caso alguien había entrado.

 

Llamé al 091.

 

—Alguien… ha estado en nuestra casa —le dije a la operadora—. Mi mujer y yo estamos muy alterados; tenemos una hija peque?a y estamos preocupados.

 

Diez minutos más tarde el coche patrulla llegó a casa. Había dos agentes, un hombre y una mujer. Comprobaron la puerta y las ventanas en busca de una se?al de que las hubieran forzado, pero no encontraron nada. Grace, por supuesto, se había despertado con todo el barullo y se negaba a irse a la cama. La mandamos de vuelta a su cuarto y le dijimos que se pusiera el pijama, pero aun así la vimos en lo alto de la escalera, mirando a través de los barrotes como si fuera un prisionero.

 

—?Les han robado algo? —preguntó la mujer policía.

 

Su compa?ero permanecía de pie a su lado, con el sombrero echado hacia atrás y rascándose la cabeza.

 

—Oh, no, creo que no —respondí—. No he mirado a fondo, pero me parece que no falta nada.

 

—?Ha habido algún desperfecto? ?Algún acto de vandalismo?

 

—No —dije—, nada de eso.

 

—Han de buscar las huellas dactilares —intervino Cynthia.

 

—?Disculpe? —preguntó el policía.

 

—Huellas. ?No es eso lo que hacen cuando hay un allanamiento?

 

—Se?ora, me temo que no hay ninguna prueba de que haya habido un allanamiento. Todo parece estar en orden.

 

—Pero alguien dejó el sombrero, y eso quiere decir que ese alguien tuvo que entrar aquí. Cerramos la casa con llave antes de irnos.

 

—Así que según usted —recapituló el agente—, alguien entró en su casa, no se llevó nada, no rompió nada, sino que se metió aquí solamente para dejar un sombrero encima de la mesa de la cocina.

 

Cynthia asintió. Yo podía hacerme una idea de lo que debían de estar pensando los policías.

 

—Creo que nos sería muy difícil conseguir que viniera alguien a buscar huellas dactilares —intervino la mujer—, sin que haya ninguna evidencia de que se ha cometido un delito.

 

—Tal vez se trate sólo de una broma —comentó su compa?ero—. Lo más probable es que algún conocido quiera pasar un rato divertido a su costa.