Sin una palabra

—?Estúpido desgraciado! —le chilló Enid—. Deberías haberte quedado en el hospital y haberte muerto ahí.

 

Tenía que girar tanto el cuello para ver lo que estaba sucediendo que creí que se le iba a romper. Se veía el manillar de su silla de ruedas por las ventanas de la parte trasera. El suelo era demasiado irregular y desigual para sacarla y que ella pudiera moverse.

 

Jeremy se veía forzado a elegir entre vigilarme o ayudar a su padre. Decidió hacer ambas cosas.

 

—No te muevas —me ordenó, apuntándome con la pistola mientras andaba hacia atrás, hacia el Impala.

 

Estuvo a punto de abrir la puerta de atrás para que su padre pudiera sentarse, pero estaba ocupado con la silla de ruedas, así que abrió la del conductor.

 

—Siéntate —le gritó Jeremy, mirándonos alternativamente a Clayton y a mí.

 

Clayton se arrastró un par de pasos más y se dejó caer en el asiento.

 

—Necesito un poco de agua —pidió.

 

—Oh, para de quejarte —exclamó Enid—. Por el amor de Dios, siempre te pasa algo.

 

Yo había conseguido ponerme en pie y me estaba acercando al coche de Cynthia por el lado del conductor, donde ella estaba sentada, con Grace al lado. Desde donde estaba no lo podía decir con seguridad, pero estaban tan rígidas que me imaginé que las habían atado.

 

—Amor —dije.

 

Los ojos de Cynthia estaban inyectados en sangre y sus mejillas, surcadas de lágrimas secas. Grace, por su parte, aún estaba llorando. Tenía las mejillas llenas de chorretones.

 

—Dijo que era Todd —me explicó Cynthia—. Y no es Todd.

 

—Lo sé —dije—. Lo sé. Pero ése es tu padre.

 

Cynthia miró hacia su derecha, al hombre sentado en la parte delantera del Impala, y luego me miró de nuevo a mí.

 

—No —replicó—. Puede que se le parezca, pero no es mi padre. Ya no.

 

Clayton, que había oído la conversación, dejó caer la cabeza sobre el pecho, avergonzado.

 

—Tienes todo el derecho a sentirte así —dijo sin mirar a Cynthia—. Yo en tu lugar me sentiría igual. Todo lo que puedo decirte es cuánto lo siento, pero no soy tan viejo ni tan estúpido como para creer que me perdonarás. Ni siquiera estoy seguro de que debas hacerlo.

 

—Apártate del coche —me advirtió Jeremy mientras se dirigía a la parte delantera del Corolla, apuntándome con el arma—. Quédate ahí detrás.

 

—?Cómo has podido hacerlo? —le espetó Enid a Clayton—. ?Cómo has podido dejárselo todo a esa zorra?

 

—Le dije al abogado que no podías verlo antes que yo me muriera —dijo Clayton. Estuvo a punto de sonreír y a?adió—: Supongo que voy a tener que buscarme un nuevo abogado.

 

—Fue su secretaria —explicó Enid—. él estaba de vacaciones. Me dejé caer por el despacho y dije que querías echarle otro vistazo, en el hospital. Así que ella me lo mostró. Hijo de puta desagradecido; he dado toda mi vida por ti, y así es como me lo agradeces.

 

—?Lo hacemos ya, mamá? —preguntó Jeremy.

 

Estaba de pie junto a la puerta de Cynthia, preparándose, me imaginé, para inclinarse a través de la ventanilla, poner el coche en marcha, colocar la directa, apartarse y ver cómo el coche caía por el precipicio.

 

—Oye, mamá —continuó, más lentamente esta vez—. ?No deberían estar desatadas? ?No crees que parecerá un poco raro si están atadas a los asientos? ?No tiene que parecer que mi… ya sabes… que lo ha hecho ella misma?

 

—?Qué tonterías estás diciendo? —gritó Enid.

 

—?Y si las golpeo? —sugirió Jeremy.

 

No se me ocurría nada más que abalanzarme sobre él, intentar coger la pistola y apuntarle. Podía acabar siendo yo el que recibiera el disparo, probablemente moriría, pero si eso significaba que podía salvar a mi mujer y a mi hija, no me parecía tan mala idea. Una vez Jeremy estuviera fuera de juego, Enid no podría hacer nada, no con las piernas inmovilizadas. Cynthia y Grace podrían liberarse y escapar.

 

—?Sabes qué? —dijo Enid ignorando a Jeremy y centrando su atención en Clayton—. Nunca has valorado nada de lo que he hecho por ti. Desde el momento en que te conocí fuiste un bastardo ingrato. Un miserable inútil; no sirves para nada. Y además de todo eso, infiel. —Enid sacudió la cabeza en se?al de desaprobación—. ése es el peor pecado de todos.

 

—?Mamá? —insistió Jeremy.

 

Tenía una mano apoyada en la puerta de Cynthia mientras con la otra seguía apuntándome.

 

Tal vez cuando se inclinara hacia delante, pensé. ?Tendrá que darme la espalda por lo menos un segundo?. Pero ?y si conseguía golpear a Cynthia y a Grace y poner el coche en marcha antes de que llegara hasta él? Quizá pudiera reducirle pero no a tiempo de evitar que el coche cayera por el precipicio.

 

Tenía que ser ahora. Tenía que abalanzarme…

 

Y entonces oí cómo un coche se ponía en marcha. Era el Impala.