Sin una palabra

Si había venido a Winsted, quizás estuviera aún por aquí.

 

?Cuál podía ser un buen sitio para un encuentro? Sin ninguna duda el McDonald's donde habíamos aparcado. Había otro par de establecimientos de comida rápida. Sencillos, modernos, fáciles de reconocer. Era imposible no encontrarlos.

 

Volví corriendo al coche y me metí dentro. Clayton no había dado ni un bocado a la comida.

 

—?Qué ocurre? —me preguntó.

 

Salí en marcha atrás y di una vuelta por el aparcamiento del McDonald's en busca del coche de Cynthia. Cuando vi que no estaba allí, volví a la carretera principal y aceleré hacia los otros establecimientos de comida rápida.

 

—Terry, cuéntame qué ocurre —me pidió Clayton.

 

—Tenía un mensaje de Cynthia. Jeremy se ha puesto en contacto con ella, le ha dicho que era Todd y que quería que se vieran. Justo aquí, en Winsted. Probablemente ha llegado hace una hora, quizá ni siquiera tanto.

 

—?Por qué aquí? —preguntó Clayton.

 

Me metí en otro aparcamiento y escudri?é en busca del coche de Cynthia. No hubo suerte.

 

—El McDonald's —reflexioné—. Es el primer gran edificio que se ve cuando sales de la autopista en dirección norte. Si Jeremy buscaba un lugar para encontrarse, debería ser ése. Es la elección más obvia.

 

Di media vuelta con el Honda, y aceleré de nuevo hacia el McDonald's, salté del coche con el motor aún en marcha y corrí hacia la ventanilla de las entregas, colándome delante de alguien que estaba a punto de pagar.

 

—Eh, colega, no puede estar aquí —me dijo el chico de la ventanilla.

 

—?Ha visto durante la última hora a una mujer con un Toyota y una ni?a peque?a?

 

—?Me toma el pelo? —dijo el chico mientras le alargaba una bolsa a un motorista—. ?Sabe cuánta gente pasa por aquí?

 

—?Le importa? —dijo un conductor mientras alargaba la mano para coger una bolsa.

 

El coche aceleró y el retrovisor me rozó la espalda.

 

—?Y qué me dice de un hombre con una anciana? —pregunté—. Un coche marrón.

 

—Tiene que apartarse de la ventana.

 

—Ella va en una silla de ruedas. No, debía de haber una silla de ruedas en el asiento trasero. Doblada.

 

Se le encendió una luz.

 

—Ah, sí —dijo—. Eso me suena, pero hace mucho rato, una hora quizá. Tenía los cristales un poco tintados, pero recuerdo haber visto la silla. Creo que se llevaron unos cafés. Luego se fueron hacia allí. —Y se?aló en dirección al aparcamiento.

 

—?Un Impala?

 

—Oiga, no lo sé. Está usted bloqueando el paso.

 

Corrí de vuelta hacia el Honda y me senté junto a Clayton.

 

—Creo que Jeremy y Enid han estado aquí. Esperando.

 

—Bueno, pues ahora ya no están —dijo Clayton.

 

Apreté el volante con las manos, lo solté, volví a apretarlo, le di un golpe con el pu?o. Tenía la cabeza a punto de explotar.

 

—Sabes dónde estamos, ?verdad? —preguntó Clayton.

 

—?Qué? Claro que sé dónde estamos.

 

—Y supongo que sabes por dónde pasamos mientras bajábamos. Unos kilómetros al norte de aquí. Reconocí la carretera en cuanto la vi.

 

El camino a la cantera de Fell. Clayton captó en mi expresión que yo ya sabía de lo que estaba hablando.

 

—?No te das cuenta? —continuó—. Deberías saber cómo le funciona la cabeza a Enid. Finalmente Cynthia, junto con su hija, terminan en el lugar donde Enid cree que debería haber estado todos estos a?os. Y quizás en esta ocasión a Enid no le preocupe que encuentren enseguida el coche y los cuerpos. De hecho, mejor que la policía los encuentre. Tal vez la gente piense que Cynthia estaba angustiada, que de algún modo se sentía responsable y desesperada por lo que había ocurrido, por la muerte de su tía. Así que conduce hasta ahí arriba, justo hasta el borde del precipicio.

 

—Pero eso es una locura —argüí—. En algún momento podría haber funcionado, pero no ahora. No cuando hay más gente que sabe lo que está ocurriendo. Nosotros. Vince. Es demencial.

 

—Exactamente —replicó Clayton—. Es Enid.

 

Casi choqué con un Escarabajo mientras salía del aparcamiento, para deshacer el camino por el que habíamos llegado allí.

 

Iba a ciento cuarenta cuando nos acercamos a las curvas cerradas que nos llevaban hacia el norte, a Otis, así que tuve que frenar para no perder el control del coche. Una vez dejamos atrás las curvas, volví a apretar el acelerador a fondo. Por poco matamos a un ciervo que atravesó el asfalto, y casi nos llevamos por delante el guardabarros de un tractor cuando el granjero que lo conducía llegó al final del camino que salía de su finca.

 

Clayton apenas mostraba expresión alguna.