Sin una palabra

—Sí, pero todo lo que tengo que hacer es empujar el coche. Esto es diferente.

 

Clayton había abierto la puerta del acompa?ante del Honda y estaba saliendo poco a poco. Yo podía ver por debajo del coche: sus zapatos, sus tobillos sin calcetines, mientras se esforzaba por ponerse en pie. Trocitos de cristal del parabrisas cayeron al suelo desde sus pantalones.

 

—Métete otra vez en el coche, papá —pidió Jeremy.

 

—?Qué? —exclamó Enid—. ?él está aquí? —Pudo verle a través del espejo retrovisor—. ?Por Dios! —dijo—. Estúpido viejo de mierda. ?Quién te dejó salir del hospital?

 

Poco a poco, Clayton empezó a arrastrarse hacia el Impala. Cuando llegó al maletero del coche puso las manos encima, recuperó el equilibrio y el aliento. Parecía estar al borde del colapso.

 

—No lo hagas, Enid —resolló.

 

Entonces se oyó la voz de Cynthia:

 

—?Papá?

 

—Hola, cari?o —respondió él, mientras intentaba sonreír—. No soy capaz de decirte cuánto siento todo esto.

 

—?Papá? —repitió ella.

 

Sonaba incrédula. No podía ver su rostro desde donde me encontraba, pero me imaginaba su cara de asombro.

 

Evidentemente, pese a que Jeremy y Enid se las habían apa?ado para raptar a Cynthia y Grace y llevarlas a lo alto de la cantera, no se habían preocupado de ponerlas al día.

 

—Hijo —le dijo Clayton a Jeremy—, tienes que terminar con esto. Tu madre no debería haberte metido en este lío, haberte utilizado de esta manera. Mírala —le estaba pidiendo a Jeremy que mirara a Cynthia—. Es tu hermana. Tu hermana. Y esa ni?a peque?a es tu sobrina. Si ayudas a tu madre y haces lo que ella quiere que hagas, no serás mejor que yo.

 

—Papá —dijo Jeremy, todavía escondido tras la parte delantera del Impala—. ?Por qué se lo dejas todo a ella? Ni siquiera la conoces. ?Cómo puedes ser tan ingrato con mamá y conmigo?

 

Clayton suspiró.

 

—Es una deuda pendiente —replicó.

 

—?Cállate! —espetó Enid.

 

—?Jeremy! —grité—. Suelta el arma. Ríndete.

 

Tenía la pistola de Vince cogida con las dos manos, y aún me encontraba tendido sobre la hierba. No sabía absolutamente nada sobre armas, pero si algo tenía claro era que debía agarrarla con tanta fuerza como pudiera.

 

Jeremy se puso en pie desde su escondite ante el Impala y disparó. A mi derecha se levantó una nube de polvo e instintivamente rodé hacia la izquierda.

 

Cynthia volvió a chillar.

 

Oí pasos rápidos sobre la grava. Jeremy se acercaba corriendo hacia mí. Dejé de rodar, apunté a la figura que se cernía sobre mí y disparé. Pero la bala se desvió y antes de que pudiera disparar de nuevo Jeremy le dio una patada a la pistola, y me propinó un puntapié en el dorso de la mano.

 

El arma se me cayó de las manos y aterrizó sobre la hierba.

 

El siguiente golpe me alcanzó en el costado, en el tórax. El dolor me atravesó como un rayo. Apenas me estaba recobrando del primer golpe cuando descargó de nuevo su pie contra mí, esta vez con fuerza suficiente como para hacer que rodara hasta quedar de espaldas. Tenía polvo y hierba pegados a las mejillas.

 

Pero él no había tenido suficiente. Le quedaba un último golpe.

 

Yo no podía recuperar el aliento. Jeremy estaba allí de pie frente a mí, mirando hacia abajo con desdén, mientras yo intentaba coger aire.

 

—?Dispárale! —gritó Enid—. Si no eres capaz de hacerlo devuélveme la pistola y lo haré yo misma.

 

él todavía sujetaba el arma, pero se limitaba a estar de pie con ella en la mano. Podría haberme metido una bala en el cerebro con la misma facilidad que una moneda en un parquímetro, pero no acababa de decidirse.

 

El aire empezaba a llegarme a los pulmones, y mi respiración iba recuperando la normalidad, pero sentía un dolor tremendo. Estaba seguro de que tenía un par de costillas rotas.

 

Todavía apoyado en la ranchera para sostenerse, Clayton me miró con los ojos inundados de tristeza. Casi podía leerle el pensamiento. Lo hemos intentado, parecía decir. Con todas nuestras fuerzas. Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.

 

Y el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

 

Me puse boca abajo y me arrodillé poco a poco. Jeremy cogió mi pistola del suelo y se la puso en la parte de atrás de los pantalones.

 

—?Levántate! —me ordenó.

 

—?Me estás escuchando? —gritó Enid—. ?Dispárale!

 

—Mamá —respondió él—. Quizá sea mejor meterlo en el coche, con ellas.

 

Ella lo pensó un momento.

 

—No —dijo al fin—. Eso seguramente no funcionaría. Tienen que caer al lago sin él; es mejor así. A él tenemos que matarle en otro sitio.

 

Apoyándose con ambas manos Clayton avanzaba por el lado del Impala. Aún parecía estar a punto de desfallecer.

 

—Creo… creo que voy a desmayarme —dijo.